En el dolmen de Las Agulillas

lunes, 16 de marzo de 2020

La gripe de 1918 en Villanueva de Córdoba


     En 1918 apareció un nuevo tipo muy peligroso de gripe. Los primeros casos se dieron en Kansas, Estados Unidos, en marzo de ese año, entre soldados acuartelados que esperaban trasladarse a Europa para participar en la I Guerra Mundial. Al llegar a Francia los soldados infectados transmitieron el contagio entre los puertos de desembarque y entre las tropas aliadas, infectando también a los prisioneros del ejército alemán. Muchas operaciones militares tuvieron que suspenderse por falta de efectivos, y el transporte masivo de tropas por ferrocarril expandió el virus por todos sitios. A la gravedad de la enfermedad se sumaban los problemas alimentarios de gran parte de la población, y las limitaciones que todavía tenía la medicina (aunque los médicos sabían que se trataba de un germen, el virus de la gripe sólo pudo aislarse en 1930). Se produjo una pandemia a nivel mundial.
     Dado el estado de guerra, los países contendientes impusieron una censura en la prensa, prohibiéndole escribir sobre este asunto. Como España era un país neutral los periódicos locales dieron cuenta de la epidemia, por lo que en el resto de países se comenzó a hablar de la “gripe española”, cuando ni su origen ni su expansión tuvieron nada que ver con España.
     En España en el invierno de 1889-1890 ya se había padecido una epidemia de gripe procedente de Asia Central, de gran expansión y conocida por el nombre que le dieron los italianos, influenza, que motivó la muerte de 375.000 personas en Italia. Aquí se la bautizó como “trancazo”, pues decían que los fuertes dolores musculares que producía eran similares a los sufridos tras ser molido a palos. En Villanueva sólo hubo un caso en estos años, pero al siguiente, en 1891, hubo un rebrote de gripe que ocasionó 28 defunciones entre finales de agosto y principios de octubre, sobre todo en personas mayores de 50 años.
     En mayo de 1918 llegaba a España la nueva epidemia de gripe, en los trenes que transportaban desde Francia obreros portugueses y españoles, afectando sobre todo a Madrid, Extremadura, Andalucía y algunos sitios de Castilla y León. Los españoles, demostrando un humor muy peculiar, la bautizaron como “Soldado de Nápoles”, en alusión al coro de la zarzuela “La canción del olvido” que triunfaba entonces en la península, ya que, en el decir de la gente, canción y gripe eran de lo más pegadizo. En Villanueva de Córdoba apenas si tuvo incidencia, y sólo se registraron seis casos de defunción por gripe entre mayo y agosto de 1918.
     El gobierno de concentración de Antonio Maura se vio desbordado por la situación. En el primer año del conocido como “trienio bolchevique”, la inflación, la escasez de alimentos, medicamentos y carbón provocaron cientos de huelgas; el campo sufrió más esta situación, provocando un éxodo a las ciudades y contribuyendo a aumentar el contagio; el rey Alfonso XIII amenazaba con abdicar, y la sombra de un golpe militar planeaba permanentemente. El gobierno intentó minimizar la importancia de la epidemia, con la esperanza de que pronto pasaría. Se negó a declarar el estado de alarma en Madrid, ya que ello hubiera supuesto la suspensión de las fiestas patronales de San Isidro, considerando que aumentarían el quebrando anímico y económico.
     Los médicos no podían contribuir mucho, dado el desconocimiento que tenían sobre el origen de la enfermedad. Sabían que se trataba de un microbio, pero no conocían ningún tratamiento efectivo contra él. La llegada del buen tiempo paró la epidemia, pero como consecuencia, enfermó el 25% de la población española, muriendo unas 70.000 personas.
     Con el otoño, en septiembre de 1918, volvió la segunda oleada de gripe. Nuevamente apareció en Estados Unidos, en Bostón, y se desplazó hacia Europa y África otra vez a consecuencia del movimiento de tropas. También los trenes se encargaron de transmitir la enfermedad, como en la primavera. El medio millón de españoles que volvía de la vendimia francesa y los soldados portugueses licenciados tras la guerra, contagiaron a su paso todas las estaciones. Coincidió con el cambio de reemplazo en los cuarteles, enfermando uno de cada nueve soldados. El ministerio intentó retrasar la fecha del licenciamiento para evitar el contagio, pero el descontento popular lo hizo inviable.
     Esta vez la gripe que encarnizó con ferocidad en provincias que apenas habían padecido la oleada anterior, y que por lo tanto no estaban inmunizadas. Hubo lugares especialmente castigados, como Medina del Campo, enclave ferroviario rumbo a Portugal. Los portugueses llegaban enfermos y hacinados, y pronto contagiaron a la población. Se les prohibió apearse de los trenes, pero fue aún peor, pues morían como animales en los mismos vagones. El gobierno tuvo que tomar allí medidas especiales, al resultar contagiado el 87% de la población, muriendo 420 de sus 6.000 habitantes (es decir, 70 de cada mil).
     Como en la crisis de la primavera, el gobierno siguió sin tomar medidas efectivas, tratando de ganar tiempo mientras la epidemia desaparecía por sí sola, pero el virus era muy cabezón, y hasta acabó enfermando el ministro de Estado, Eduardo Dato. El propio presidente Antonio Maura tuvo que reconocer su existencia, ya que en octubre moría de gripe una hija suya en Cantabria. Una vez que se aceptó la evidencia, se tomaron medidas llamativas, aunque no sirvieran para nada o fueran inaplicables; lo importante era demostrar a la población que se estaba haciendo algo, y evitar el desorden social, que en realidad era lo que le preocupaba al gobierno. No se tomaron medias que hubieran sido prácticas, aunque impopulares, como suspender las fiestas populares, retrasar el comienzo del curso escolar, cerrar cines, teatros, plazas de toros, etc., que hubieran contribuido a paliar la expansión de la enfermedad, sino que patronales y sindicatos no querían ver alterada su vida cotidiana por miedo a paralizar sus negocios o perder su trabajo o influencia social. Las Juntas Provinciales de Sanidad sólo se atrevieron a declarar el estado de epidemia a finales de septiembre.
     La epidemia se extinguió por sí misma, pero sus efectos fueron terribles. Atacó a menos gente que la epidemia de primavera, un 15% de la población española, pero fue más letal, ocasionando 170.000 muertes. El gobierno quedó muy tocado, y el presidente Antonio Maura dimitía a principios de noviembre, en parte como pago de la factura de la gripe.
     En 1919 apareció una tercera oleada, que provocó la muerte de unos 25.000 españoles, y en 1920 un cuarto embate, que esta vez se cebó en los niños menores de un año, al contrario de lo que había pasado en las tres anteriores. La explicación es clara: los que habían sobrevivido a las tres primeras pandemias estaban ya mayoritariamente inmunizados.
     Villanueva de Córdoba se vio afectada sobre todo en la segunda oleada, la de otoño de 1918. El primer caso se registra el 21 de septiembre, pero es sobre todo a partir de octubre cuando la epidemia se dejó sentir con toda su intensidad. El número de defunciones causadas por la gripe aumentaba cada día; el Ayuntamiento se vio obligado a contratar cuadrillas de trabajadores extras para sepultar a los difuntos. Los sacerdotes administraban el viático discretamente para no asustar más a la población, acelerando el ritual funerario, y también las campanas dejaron de doblar ante al gran número de óbitos: el 9 de este mes se produjo el mayor número de defunciones en un solo día en la historia de Villanueva, trece (cifra sólo superada en la Guerra Civil de 1936-39). En noviembre se registraron ocho defunciones por la gripe, y sólo una en diciembre. Hasta mayo del año siguiente no aparece anotada ninguna otra defunción por gripe.
     Las cifras de la catástrofe en Villanueva hablan por sí solas: sobre una población de unos 11.570 habitantes, la gripe ocasionó 107 defunciones de las 370 que se produjeron en 1918, provocando una mortalidad de 34 personas por cada mil; la media de los cuatro años anteriores y posteriores había sido de 239 óbitos anuales, o de 21 defunciones por mil habitantes.


     La epidemia se propagó hasta los lugares menos habitados: en la Casilla de Peones Camineros del Contadero (Cardeña), donde habitaban tres peones y sus familias, fallecieron cinco mujeres y dos niños entre el 23 de octubre y el 22 de noviembre. Entre Cardeña, Azuel, Venta del Charco y del Cerezo se produjeron este año 123 defunciones, con una mortalidad de 49 personas de cada mil. Comparando los mismos cuatro años anteriores y posteriores a 1918, le media fue de 71 defunciones anuales, equivalentes a 28 por mil habitantes.



     Un aspecto a destacar de esta epidemia en Villanueva es que afecto especialmente a las personas entre 21-40 años de edad, cuando en otras epidemias anteriores. Estos datos eran muy diferentes de los de otras epidemias anteriores, como la viruela, que atacaba sobre todo a los niños (hasta el 90% de las defunciones). No hay paradoja alguna, pues se puede explicar perfectamente desde el punto de vista evolutivo. Veamos el ejemplo de la viruela. En 1839 se produjo una gran epidemia de la misma en Villanueva, provocando 139 defunciones y afectando a más de mil niños. Cuando en 1847-48 se produjo otro brote, volvió a incidir sobre todo a los más jóvenes, porque sus padres, abuelos, tíos o hermanos mayores ya habían quedado inmunizados en la epidemia anterior y en otras precedentes; sólo provocó 44 muertes. La última gran epidemia de viruela en Villanueva, la de 1874 con 102 defunciones, nuevamente se ensañó con los niños, por la vacunación “a las bravas” que habían padecido sus mayores.
     Hoy en día las circunstancias no son iguales, y se conocen las medidas, de sentido común, a tomar entre todos para paliar la propagación de una pandemia.