En la actualidad, una calle y un colegio de Villanueva de
Córdoba llevan el nombre de Bernardo Moreno de Pedrajas. Es una persona que
merece una especial atención, aunque en este artículo solo trataremos de
Villanueva en la época que él vivió.
1.- BOSQUEJO GENERAL EN 1752.
Bernardo Moreno de Pedrajas vio la luz en 1745 y abandonó
este mundo en 1818 en el mismo lugar, Villanueva de Córdoba.
La población donde nació era una de las Siete Villas de los
Pedroches, con las que mantenía una mancomunidad de bienes comunales, la Dehesa
de la Jara. Desde 1659 la comarca era un señorío del Marqués del Carpio, pero
en 1747 el rey Fernando VI aceptó la retroventa que la hizo la Casa de Alba,
pasando las Siete Villas de nuevo a pasar a la jurisdicción real.
En 1752, cuando Bernardo contaba siete años, se realizó el
Catastro de Ensenada. Al final, fue un intento fallido de racionalizar la
fiscalidad nacional, pero al menos nos dejó una información documental de
primer orden sobre la población y la economía local del momento. Nos basaremos
en las Respuestas Generales que se dieron al cuestionario estándar para hacer
como un cuadro impresionista de la Villanueva de la infancia de Moreno de Pedrajas.
Ese año de 1752 Villanueva estaba compuesta por 875 casas
habitables y diez arruinadas reducidas a solares. La poblaban 1.243 vecinos
seglares y 16 eclesiásticos, equivalentes a 4.660 habitantes (a razón de 3,7
personas por vecino; vecino, entonces, puede entenderse como unidad doméstica).
Los edificios civiles comunitarios más importantes eran la
Audiencia, donde se reunía el Cabildo, y la cárcel con el pósito en el piso de
arriba (actual ayuntamiento). Otra casa, igualmente propiedad del común, en la esquina
de la Plaza con la calle del Torno (actual Ramón y Cajal), se usaba como
carnicería. La antigua cárcel estaba en la esquina de las calles Cerro y
Conquista Baja.
Solo existía una iglesia parroquial, la de San Miguel
Arcángel, cuya fisonomía actual se labró en vida de Bernardo Moreno de Pedrajas.
Había, además, tres ermitas: la de Jesús, en la calle Real; la de San
Sebastián, a la salida del pueblo hacia Córdoba, y la de San Gregorio, a unos
doscientos metros de la población, junto al camino de las Ventas que iba hacia
Cardeña y Azuel.
Las dos fiestas oficiales, con gastos a cuenta del erario
municipal, se celebraban en los días de la Virgen de Luna y el Arcángel San
Miguel. Durante este último día, y al siguiente se celebraba anualmente una
feria. El mercado de los productos cotidianos se hacía al aire libre, en la
explanada de la Fuente Vieja.
Dos maestros de primeras letras y un preceptor de gramática
se ocupaban de la educación.
La salud de la población era atendida por un médico, dos
cirujanos (uno de ellos también sangrador) y un boticario. (El salario del
médico y de uno de los cirujanos era sufragado por el Cabildo con las rentas
que producía la Dehesa de la Jara.) Había dos hospitales; en el primero se
acogía a pobres mendigos sin renta alguna, y era sufragado por el segundo,
denominado de la Caridad. De la sanidad animal se ocupaba un maestro de
albéitar o veterinario.
También con una finalidad sanitaria seguía en uso del pozo
de la nieve en el Cerrillo de la Nieve, que pertenecía a la Cofradía de Ánimas.
La nieve, recogida durante el invierno, se guardaba en tal lugar para emplearla
preferentemente para paliar los picos de fiebre que ocasionaban enfermedades
como la malaria o el tifus.
En la población todavía existían numerosos cercados de prado
en su interior; el espacio al este de la casa donde nació y vivió Bernardo Moreno
de Pedrajas (hoy el colegio que lleva su nombre) y el Callejón del Cerrillo de
la Nieve era una de estas cercas de prado, propiedad de su familia. En el otro
extremo de la población, la superficie edificaba acababa en la confluencia de
la calle y camino hacia Pedroche con el Callejón de la Cuesta (hoy calle
Dolores Herruzo). La cerca de prado que había tras el Callejón de la Cuesta también
era propiedad de la familia de Bernardo Moreno de Pedrajas (es el lugar donde actualmente
se encuentra el convento de Cristo Rey).
Se expresaba en las respuestas generales del Catastro de
Ensenada que en Villanueva no existía casa alguna destinada a taberna, pues los
cosecheros vendían su vino al por menor en sus casas, pero sí había tres
denominados taberneros, que vendían vino, vinagre y aceite en sus domicilios.
Tampoco había panaderías fijas: los vecinos amasaban en sus
propias casas para vender, unas veces unos, y otras, otros. Para la molienda
del grano había una veintena de atahonas (con ruedas movidas por caballerías),
y trece molinos harineros de agua, que solo podían trabajar unas cuantas horas
a la semana durante el invierno, dado el escaso caudal de los arroyos. También
había un molino de viento en el Calvario.
Para cocer el pan existían veinte hornos en 1753, uno de los
cuales pertenecía a Bernardo Moreno de Pedrajas y sus hermanos, y otro a D.
Bernardo Moreno y Luque, su padrastro.
Existían cinco mesones en la población, y cuatro ventas en
los caminos (incluida la del Puerto, en término de Adamuz, a cargo de un vecino
de Villanueva).
El comercio era escaso, solo un mercader y dos mercaderas
(como expresamente se las denomina en las respuestas al Catastro), en cuyos
establecimientos se podían encontrar especias, tejidos, paños y lienzos. Del
transporte de mercancías se ocupaban catorce arrieros, dos de los cuales eran
los abastecedores oficiales de aceite y sal. Este último producto era un
monopolio estatal que se vendía en el Callejón de la Sal (actualmente la calle
Génova, en su tramo inmediato a la calle Pozoblanco).
La autoridad, justicia y seguridad ciudadana estaba a cargo
de dos alcaldes pedáneos, dos regidores, un aguacil mayor, dos alcaldes de
hermandad, un aguacil mayor de ella (todos ellos cargos honoríficos, por los
que no se recibía emolumento) y tres aguaciles ordinarios dependientes del
Concejo, además de un guarda mayor para los montes comunes.
Esta es, grosso modo, la Villanueva que conoció Moreno de Pedrajas en su infancia, a mediados
del siglo XVIII.
2.- LA POBLACIÓN DE VILLANUEVA DE CÓRDOBA, 1745-1818.
Uno de los primeros elementos a analizar de una población es
su número y su evolución con el tiempo. Aunque los censos de la época tienen
sus limitaciones y márgenes de error, pueden servirnos como indicador del
devenir de los tiempos.
En la figura 1 se puede observar cómo en la población de
Villanueva durante el tiempo de Moreno de
Pedrajas pasó por dos periodos completamente opuestos, el primero de
auge, desde su nacimiento hasta aproximadamente finales de la década de 1770; y
otro de decaimiento en las dos últimas décadas del siglo XVIII y las dos
primeras décadas del siglo XIX.
Figura 1: Vecindario de Villanueva de Córdoba, 1742-1812.
También nos ayudan a conocer la demografía de la población
de Villanueva de ese periodo las series de bautismos, matrimonios y defunciones
del archivo parroquial, que reflejan el pulso anual de la población. Pero,
antes de continuar, una aclaración sobre el grafico de demografía de 1740-1820
(figura 2): hasta 1801 solo se anotaban las en los libros parroquiales de
defunciones las “personas de comunión”, mayores de siete años, habiéndose
omitido a los “párvulos” (menores de siete años) hasta entonces. Para el
periodo 1835-1850 sí contamos con datos de mortalidad proporcional por edad, y
las muertes de los menores de cinco años llegan a ser casi la mitad del total.
Por lo tanto, entendemos que hay que multiplicar por dos la serie de
defunciones de 1740 a 1801 para aproximarnos a lo que podría haber ocurrido en
realidad.
Figura 2: Demografía de Villanueva de Córdoba, 1740-1820.
Como se observa en la serie de bautismos de la figura 2, los
nacimientos fueron altos 1740 hasta mediados de la década de 1760, en que
comienzan a decaer. Del mismo modo, las defunciones se incrementan en la segunda
mitad de dicha década de 1760. El origen está en la crisis de subsistencias de
1762 a 1765. La producción agraria nacional se estancó o decayó tras varios
años de sequía. Las autoridades intentaron paliar los males liberalizando el
comercio de cereales, aboliendo la tasa de granos y permitiendo su libre venta,
pero los especulares aprovecharon la ocasión para elevar los precios
almacenando grandes cantidades de cereal. Los motines por los precios de los
alimentos se sucedieron en 1766.
En el caso concreto de
Villanueva de Córdoba esta crisis de subsistencias no tuvo reflejo en una
mortalidad catastrófica, sino en una disminución en el ritmo de crecimiento.
Puede observarse que tras el aumento de las defunciones aumentaban poco después
el número de matrimonios Tras un breve realce entre 1775-1780, la curva de
bautismos vuelve a descender durante el siguiente decenio, y carecemos de sus
cifras para la última década del siglo.
Los censos del último cuarto del siglo XVIII ofrecen a veces
datos contradictorios, pero, como decía el Rector Francisco Martínez Moreno
hacia 1786 la población de Villanueva había alcanzado los 1.400 vecinos, 400
más que en 1740.
A mediados de la década de 1780 se produce un punto de
inflexión en la demografía de Villanueva, durante el trienio 1785-1787. Es lo
que se puede denominar una crisis de mortalidad mixta, en la que se unieron una
carestía de alimentos y epidemias. El gráfico de la mortalidad en este trienio
es más que elocuente.
La climatología provocó una carencia de alimentos que
desembocó en una auténtica crisis de subsistencias. A ello se sumó “el cruel
estrago que en los años anteriores de 1785 y 1786 han hecho en sus vecinos las
epidemias enfermedades, de tercianas [paludismo]
y tabardillos [tifus exantemático], que acarreando la desolación de infinitas
personas de todas edades y sexos ha constituido á sus desamparadas familias en
el mas deplorable estado de calamidad (sic)” (Ocaña Prados, 1911, 222).
La pluviosidad influía en la
aparición y extensión del paludismo, pues tras un invierno muy húmedo se
mantenían en los campos abundantes zonas encharcadas, donde el vector de
transmisión de la enfermedad, el mosquito Anopheles,
encontraba un magnífico lugar para su reproducción. También el tifus, como
indica su nombre de “fiebre del hambre”, no era nada extraño durante una crisis
de subsistencias.
El paludismo, o malaria, era
endémico en la zona mediterránea, pero en este tiempo se adentró en el interior
peninsular. En 1786 hubo en España 875.945 enfermos de malaria, de ellos 82.313
en la provincia de Córdoba entre los que se produjeron 10.937 muertos (Pérez
Moreda, 1980, 342).
1786 fue el peor año en
Villanueva de Córdoba, cuando murieron 162 adultos, frente a los 61 de media
anual del decenio. Incluyendo a los “párvulos”, menores de siete años, el total
de defunciones de ese año podría haber sido de unos 320. Tres de cada cuatro
defunciones se produjeron entre los meses de agosto y diciembre, algo típico
del perfil de ambas enfermedades: invernal el tifus y estival la malaria.
El mosquito no hacía
distinciones sociales, y hasta el Vicario de la parroquial de San Miguel
Arcángel, Francisco Martínez Moreno, se vio afectado por la malaria, como le
decía al geógrafo Tomás López en febrero de 1787: “La dureza con que la estación ha tratado a todo el reino con la
epidemia de terciarias que también me
ha cogido…” (Segura, 2008, 408).
Para paliar en lo posible al menos la carencia de alimentos,
el Concejo de Villanueva se dirigió en mayo de
1787 al Director General de los Pósitos del Reino para que le autorizase
invertir diez mil reales (un seis por cien de los 162.909 reales disponibles)
del Pósito local para invertirlos en “alimento
de los enfermos que con su sudor han criado este caudal y se hallan en la más
desafortunada época destituidos de bienes, llenos de enfermedades,
imposibilitados de ganar el sustento y sin otro remedio que el del Ser Supremo”
(Ocaña Prados, 1911, 223), permiso que concedió la autoridad.
El aumento de
población en el siglo XVIII conllevó que fuera mayor la incidencia de
mortalidad catastrófica ocasionada por las enfermedades, como la viruela, el
paludismo o el tifus. La crisis de subsistencias tendría mucha más repercusión
en las aglomeraciones urbanas concentradas que en pequeños núcleos de población
diseminados, que podrían estar más adaptados a los recursos del medio.
Con una población en aumento parece que los ingresos
aportados por la industria pañera no resultaban suficientes, por lo que la
gente de Villanueva continuó con su secular estrategia de explotación agropecuaria,
y si en los bienes comunales de las Siete Villas existían cortapisas, se
labraba en los términos municipales colindantes (Montoro, Obejo, Adamuz). El
Concejo de Villanueva decía en 1786 que “todo
el que puede y no está enfermo ú ocupado en alguna ganadería ó temporada fija
sale á los términos de las villas de Montoro… y en parajes montuosos preparan
por si, rozas de dos, una ó menos fanegas de tierra. Estas las aran y cultivan
con ganados de los pudientes á cuenta de otros perzonales trabajos que con
ellos rinden en otros tiempos. Los siembran con grano del Pósito y no teniendo
en que ocuparse hasta la recoleccion de mieses, salen á la Andalucia á coger
aceituna en compañía de sus familias y buscan el natural sustento hasta que
llega el tiempo en que dichos sembrados les rinden aquella corta porcion, que
si el año es fértil alivia algo su necesidad…” [sic] (Ocaña Prados, 1911,
207).
Según se exponía en el Catastro de Ensenada correspondiente
a Montoro, en 1757 los vecinos de Villanueva cultivaban por el método de rozas
8.400 fanegas en su término (hoy Cardeña), aunque sus rendimientos no eran
demasiado altos: por cada fanega sembrada se obtenían de media seis de trigo,
diez de cebada y doce de centeno (Palomo, 1999, 80-81). Estas 8.400 fanegas suponían
un tercio de lo que les correspondía a los vecinos de Villanueva de los bienes
comunales de las Siete Villas.
Así que ante el aumento de la población, la producción
textil no podía por sí sola dar respuesta a esa subida (buena parte de las
plusvalías de los tejedores no se quedaba en Villanueva), y la ampliación de
tierras de labor resultaba insuficiente, pues tras los buenos primeros años la
pobreza de la tierra no daba para mucho. Como consecuencia, cuando confluyeron
varios años de cosechas nulas o insuficientes (y la consiguiente hambruna) con
epidemias de tifus y paludismo, la población perdió el 8,6% de sus vecinos
entre 1786 y 1812. Hasta 1828 no se recuperarían los valores de población de
1786.
Pero no fue la única calamidad demográfica. Apenas algo
repuestos de la anterior de 1785-1787, se produjo otro gran crisis mixta
(hambre y epidemias) en 1804. No sólo en
Villanueva o los Pedroches, “la crisis de
mortalidad en torno a la fecha de 1804 adquirió en el interior de la península
la mayor extensión y también la intensidad más alta entre todas las crisis
generales que pudieron encontrarse a través del examen de los dos siglos
anteriores, desde la gran peste de finales del siglo XVI” (Pérez Moreda,
1980, 376), a la que se sumó una de carácter más reducido en 1809 y otra en
1812.
No tenemos la serie de defunciones de la primera década del
siglo XIX, pero la de nacimientos indican que en 1805 y 1806 la natalidad tuvo
valores muy bajos, similares a los de la gran crisis de 1785-1787.
Como en la anterior, el
origen de la crisis de 1804 estuvo en varios años consecutivos de cosechas
desastrosas, que condujeron a la extensión de la miseria y hambre por toda la
península. Y, también, a la falta de subsistencias se unió otra epidemia de
paludismo que tenía sus repercusiones directas en la producción agrícola: si esta
enfermedad tiene una baja letalidad (personas que mueren víctimas de una
enfermedad), sí lo era su morbilidad (o sea, el número de individuos afectados
por la enfermedad) lo que conllevaba “graves
consecuencias sobre la actividad laboral en muchas poblaciones, dada la
indisponibilidad casi total de los afectados; se sabe que una muerte por
paludismo supone, por lo menos, dos mil días de enfermedad… El paludismo conduce… a la quiebra de la
agricultura en una zona, a través del absentismo forzoso que provoca”
(Pérez Moreda, 1980, 75 y 383).
Ramírez y las Casas-Deza se
hizo eco de la noticia, escribiendo unas pocas décadas después de estos hechos
que “en el año de 1804 fue tal la falta
de subsistencia en esta villa que se espatriaron (sic) unos 200 vecinos, los cuales pasaron a establecerse en la campiña”
(Ramírez y las Casas-Deza 1840, 143).
De esta crisis tenemos
constancia de puño y letra de Bernardo Moreno de Pedrajas, que se dirigió al obispado solicitando ayuda. El
texto fue ofrecido por don Juan Ocaña Prados en su obra Historia de la Villa de Villanueva de Córdoba, de 1911:
“Ilmo Sr. El Vicario de Villanueva de Córdoba a V. S. Ilma. con la
debida veneración y respeto expone y dice: que en la actualidad son infinitos
los que en dicha villa adolecen de tercianas, hallándose además sumergidos en
suma indigencia, de modo que su preciso diario sustento solo depende de las
limosnas que tanto por los párrocos como por otras personas en fuerza de sus exhortaciones
se les franquean, pero no alcanzando por lo calamitoso de los tiempos a
proveerles del específico, de que igualmente necesitan para recobrar su perdida
salud. Enternecido el corazón del que expone en vista de tanta miseria, loe
eleva a noticia de V. S. Ilma., suplicándole rendidamente que por un efecto de
su notaria caridad, tenga a bien destinar un alivio de los insinuados pobres de
dicha villa, la porción de quina que les sea posible; cuyo rasgo de generosidad
tendrán siempre presentes con el suplicante, rogando incesantemente a Dios
nuestro Señor se la premie, y conserve la importante vida de V. S. Ilma. en su
santa gracia, por dilatados años, en su mayor prosperidad.
Villanueva de Córdoba, 24 de julio de 1804.
Villanueva de Córdoba, 24 de julio de 1804.
A los pies de V. S.
I.,
[Firma:] Bernardo
Moreno de Pedrajas.
[Al margen respuesta del obispado:]
Córdoba, 28 de julio
de 1804.
Para socorrer en lo
posible las necesidades y males del vecindario de Villanueva de Córdoba,
líbrense al Vicario representante seis libras de quina para que, prefiriendo en
todo caso al pobre, disponga su distribución, observando toda economía. Y para
que el citado Vicario disponga su conducción, se le dará este aviso por
Secretaría.
Lo decretó y rubricó
S. I. el Obispo mi señor, de que certifico.
En el sur de España en este
año de 1804 también apareció una epidemia de fiebre amarilla, pero no hay
constancia alguna de que se extendiera hasta el norte de Córdoba. Además, la
petición expresa de quina por D. Bernardo Moreno de Pedrajas es prueba
fehaciente de que fue una epidemia de paludismo, unida a una gran crisis de
subsistencias, las causantes del declive demográfico de los primeros años del
siglo XIX.
La curva de bautismos refleja
un descenso entre 1806-1816, al unirse los tres factores más importantes de una
mortalidad catastrófica: enfermedad, hambre y guerra. La población de
Villanueva en 1812 tenía 1.295 vecinos según el Padrón parroquial, una fuente
bastante fiable. Es un valor inferior al que tenía Villanueva en 1787.
Durante los últimos seis años
de la vida de Moreno de Pedrajas esa misma serie de nacimientos indica que la
población de Villanueva fue reponiéndose poco a poco de tanto desastre.
3.- ECONOMÍA.
3.1.- LA ACTIVIDAD AGROPECUARIA
La base económica de Villanueva a mediados del siglo XVIII
era la agropecuaria, aunque cada vez iba adquiriendo más importancia la
industria textil. No siempre había sido así, pues a finales del siglo XVI era
actividad económica irrelevante en Villanueva, cuando las otras villas de los
Pedroches fabricaban gran cantidad de paños.
Según se manifestaba en el acta de la sesión del
Ayuntamiento de Pozoblanco de 3 enero 1692, los vecinos de Villanueva son en
esa época “los que más labran”
(García y Carpio, 1993, 86) de los de las Siete Villas de los Pedroches, mientras
que en Pozoblanco, en 1680, solo uno de cada ocho vecinos tenía en la ganadería
su actividad predominante: el resto se dedicaba a los sectores secundario y
terciario.
Esta diferencia de intereses ocasionó enfrentamientos entre
las élites de ambas localidades por la forma de gestionar los bienes comunales
de las Dehesas de la Jara, Ruices y Navas del Emperador. Los de Villanueva eran
partidarios de que todos los poseedores de ganado de las Siete Villas pudieran
entrar a pastar sus reses en esas dehesas, mientras que los de Pozoblanco
preferían que se cobrase a quienes metieran allí su ganadería, fueran de las
Siete Villas o no.
En 1692 el Concejo de Villanueva solicitó que se pudieran
“romper las labores” en Las Jabalinas y otros sitios de la Dehesa de la Jara, a
lo que se opuso el de Pozoblanco (García y Carpio, 1993, 86), más interesado en
el pasto natural para alimento del ganado ovino. Si al final se impuso la
opinión de los vecinos de Pozoblanco es porque contaron con el apoyo de las
otras villas, también interesadas en la actividad textil. De esa forma, no solo
se garantizaban pastos para la cabaña ovina que proporcionara lana para sus
telares, sino que, además, se garantizaban unos buenos ingresos para las arcas
municipales.
Ante la imposibilidad por parte de los agricultores y
ganaderos de Villanueva de trabajar todo lo que quisieran en la Dehesa de la
Jara, se desplazaban, como se dijo, a otras localidades con las que tenían
comunidad de pastos. Como consecuencia fue el nacimiento de Cardeña, Azuel,
Venta del Charco y Venta del Cerezo por parte de colonos de Villanueva en el
entonces término de Montoro ya a comienzos del siglo XIX.
Así pues, la actividad agropecuaria fue el motor económico
de Villanueva de Córdoba. Para la época de Moreno de Pedrajas contamos con la
décima Respuesta al cuestionario del Catastro de Ensenada en 1752. Se explicaba
que el término común a las Siete Villas de los Pedroches era de unas 100.000
fanegas (61.212 hectáreas), de las que unas 24.200 fanegas pertenecían a
personas de Villanueva de Córdoba. Los diferentes tipos de aprovechamientos y
cultivos se reflejan en la siguiente tabla (las unidades se expresan en
hectáreas; la fanega del marco de Córdoba usada entonces equivale a 6.121,228
metros cuadrados):
USO DEL TERRENO AGRÍCOLA EN 1752 (en hectáreas)
Superficie
|
%
|
Encinar
|
|
Regadío y frutales
|
12,24
|
0,08
|
|
Viñas
|
290,14
|
1,96
|
|
Pastos y encinar dehesas boyales
|
1.554,73
|
10,53
|
1.432,31
|
Prado y encinar
|
61,21
|
0,41
|
6,73
|
Sembradura de secano
|
9.863,99
|
66,78
|
593,74
|
Dehesa de la Jara
|
2.988,27
|
20,23
|
2.455,75
|
Lo primero que se puede comprobar es que el paisaje agrario
de hace dos siglos y medio no era similar al actual. Hoy en día la dehesa, la
pradera con arboleda dispersa, se extiende prácticamente uniforme en el
batolito granítico por el término de Villanueva, pero entonces el encinar se
concentraba sobre todo en la dehesa comunal de la Jara, y en las dehesas
boyales de Navaluenga y Peña Martos. En el Catastro se anotaban algunas
pequeñas superficies arboladas en las tierras de sembradura y, en conjunto, el
espacio de dehesa suponía el 30,39% de la extensión de terreno catastrada.
La superficie destinada a regadío y frutales era muy exigua,
sobre todo por la escasez de agua. El viñedo, en las inmediaciones de la
población, estaba destinado al autoabastecimiento de vino y vinagre.
Los prados cercados, inmediatos o incluso en el interior de
la población, tenían un alto valor, como le explicaba el sacerdote Francisco
Martínez Moreno al geógrafo Tomás López: “Hay
también en toda la circunferencia del pueblo más prados cercados, los más de
pocas fanegas como 1, 2, 3 y poco más, echan mucha hierba en invierno,
utilísima para la cría de becerros y bueyes que engordan más, y se venden
entonces a gran precio… y estos cercados son las posesiones de más valor de
esta tierra” (Segura, 2008, 411). La familia de Moreno de Pedrajas tenía
siete de estos prados, con una superficie total de 3,6 hectáreas.
Las dehesas boyales de Navaluenga y Peña Martos, junto con
la porción que le correspondía a Villanueva de la Dehesa de la Jara, suponían
el 30% de la superficie, y, como se apuntó, es donde se albergaban el mayor
número de encinas.
La mayor parte del terreno, dos terceras partes, estaba
dedicada a la sembradura de secano, que, dependiendo de la calidad del terreno,
se sembraban de un tipo u otro de cereal y necesitaban diferentes periodos de
barbecho. Las mayores extensiones correspondían a las tierras de inferior
calidad, que necesitaban un descanso entre cosechas de ocho o quince años.
Durante estos largos periodos de barbecho el ganado era el complemento
imprescindible para asegurarse alguna rentabilidad.
La producción anual de cereales se estimaba con un montante
de 225.340 reales, siendo el trigo el grano más sembrado, seguido del centeno y
la cebada. La siembra de uno u otro estaba condicionada en gran medida por la
calidad del terreno.
PRODUCCIÓN DE CEREALES EN 1752.
Cereal
|
Fanegas
|
Precio real/fanega
|
Reales
|
trigo
|
8.400
|
15
|
126.000
|
cebada
|
4.200
|
7,5
|
31.500
|
centeno
|
6.784
|
10
|
67.840
|
Total
|
225.340
|
En cuanto a la ganadería, los vecinos de Villanueva poseían
el 40% de las cabañas bovina y porcina del total de las Siete Villas de los
Pedroches; de ahí su interés porque el ganado de cualquier vecino de los
Pedroches pudiera meter su ganado en las tierras comunales de la Jara. Sin
embargo, la mitad del ganado bovino pertenecía a vecinos de Pozoblanco. La lana
de las ovejas merinas era imprescindible para los telares locales.
CABAÑA GANADERA DE LOS PEDROCHES EN 1752
Vacuno
|
Cerda
|
Ovino
|
Cabrío
|
Vecinos
|
|
Alcaracejos
|
331
|
617
|
5978
|
991
|
212
|
Añora
|
315
|
519
|
14.729
|
1.553
|
270
|
Pedroche
|
1.438
|
3.787
|
8.578
|
808
|
306
|
Pozoblanco
|
876
|
5.192
|
52.215
|
12.757
|
1.250
|
Torrecampo
|
1.278
|
1.824
|
7.754
|
3.199
|
480
|
Torremilano
|
880
|
1.757
|
11.219
|
10.160
|
700
|
Vva. Córdoba
|
3.524
|
8.463
|
10.471
|
6.718
|
1.220
|
Total
|
8.642
|
22.159
|
110.944
|
36.186
|
4.438
|
3.2.- LA INDUSTRIA TEXTIL.
Las series demográficas
parroquiales y los datos censales muestran un aumento en la población de
Villanueva en las décadas centrales del siglo XVIII.
Durante el siglo XVI se
desarrolló una importante industria textil en los Pedroches, que tenía su base
en la nutrida cabaña ovina que pastaba en las praderas de los Pedroches, pero
de la que Villanueva casi se mantuvo al margen entonces al suponer apenas el 3%
de la producción de paños de los Pedroches. A finales de ese siglo esta
actividad decayó en la comarca de un modo importante, contribuyendo a la merma
de población de los Pedroches en la centuria siguiente. Pero como los vecinos
de Villanueva habían adoptado otra estrategia básica, la explotación
agropecuaria, se mantuvieron al margen de las consecuencias del declive textil comarcal.
Pero en el siglo
XVIII Villanueva de Córdoba sí entró en la producción pañera. Según el Catastro
de Ensenada hacia 1752 existían en este municipio 39 maestros de tejedores de
lana, paños y lienzos, cinco oficiales y dos aprendices, más dos maestros de
bataneros de paños, el 40% de los ocupados en artes mecánicas. Esto contribuyó
al incremento de Villanueva a mediados del XVIII, como manifestó tiempo después
escribía Ramírez y las Casas-Deza en
1840: “Villanueva es pueblo rico, lo que
debe a la ganadería y también a la fabricación de paños y bayetas” (Ramírez
y las Casas-Deza, 1840, 144). Según
datos del Ayuntamiento, en 1779 había cinco telares para paños anchos,
dieciocho para angostos y setenta y ocho para lienzo, ciento uno en total.
Resulta
significativo que las piezas veinticuatrenas, las de más valor, citadas en un
documento de 1781 no figuren en el detallado informe fiscal de enero de 1786
(Ocaña Prados, 1911, 202). Aunque en 1781 no se dice cuánto costaban los
apreciados paños veinticuatrenos (es decir, aquellos en cuya urdimbre se
empleaban 24 centenares de hilos), eran caros, y podemos calcular su coste
aproximado. Si ese mismo año de 1781 la vara de un paño de dos varas de ancho
valía 28 reales, la vara de un veinticuatreno de tres varas y tercia supondría
46,2 reales, que por cuarenta varas de longitud la pieza resultan 1.848 reales.
Al declararse que se fabricaban ese año 350 piezas, el valor de todas ellas
sería la importante suma de 646.800 reales. El resto de piezas elaboradas
(bayetas morenas, picote y lienzo) importaban algo menos de 49.000 reales al
año.
Mas el que los paños
veinticuatrenos no estuviesen declarados por el Ayuntamiento de Villanueva de
Córdoba a efectos fiscales en 1786 no quiere decir que formaran parte de una
economía sumergida, digamos, sino que muy probablemente estos telares operaban
según el régimen de trabajo a domicilio (conocido en inglés como putting out system), por el cual el
capital era empleado sólo para facilitar las materias primas y comercializar el
producto, no en el proceso de producción. Este se realizaba en talleres
artesanales domésticos, muchas veces a tiempo parcial, alternándolo con las
faenas agrícolas. No creo que estos talleres estuvieran dentro de otro modelo
conocido como sistema doméstico (domestic
system), pues en éste el dueño del taller lo es también de las materias
primas y de los medios de producción, y por lo tanto debería ser él quien
declarase fiscalmente los paños, lo que no se produce en la documentación de la
época.
Esto quiere decir
que gran parte del valor añadido de la producción textil, como ocurría en la
industria pañera de los Pedroches del siglo XVI, no repercutía directamente en
sus productores
4.- SECTORES
Para el estudio de este apartado se han extraído los datos
del Libro de Hacienda de Seglares, donde se recogen los nombres y ocupaciones
de cabezas de familias y otros familiares en edad laboral, más que de los datos
globales expuestos en las Respuestas Generales, al parecer más fiables los
primeros.
La importancia de la agricultura en la economía de
Villanueva se demuestra en el sector de labradores, con casi la cuarta parte
del total. En el Catastro se desglosaban los labradores por su mano (332) de
los labradores por mano ajena (18), usualmente personas acaudaladas. También
deben incluirse las 33 labradoras que expresamente recoge el Catastro.
En conjunto, las personas dedicadas a las labores
agropecuarias suponían el 72,91% de las registradas en edad laboral.
La artesanía
ocupaba a 119 personas.
Maestro
|
Oficial
|
Aprendiz
|
|
Maestro de aladrero
|
3
|
0
|
0
|
Maestro de albañil
|
6
|
0
|
1
|
Maestro de batanero de paños
|
2
|
0
|
0
|
Maestro de carpintero
|
5
|
1
|
0
|
Maestro de cerero
|
1
|
0
|
0
|
Maestro de cohetero
|
1
|
0
|
1
|
Maestro de espartero
|
1
|
0
|
0
|
Maestro de herrador
|
3
|
1
|
0
|
Maestro de herrero
|
9
|
0
|
3
|
Maestro de molinero
|
1
|
0
|
0
|
Maestro de sastre
|
9
|
1
|
2
|
Maestro de tejedor de lana,
paños y lienzo
|
39
|
5
|
2
|
Maestro de turronero
|
1
|
0
|
0
|
Maestro de zapatero
|
15
|
4
|
2
|
El sector más numeroso era el de tejedores de lana, paños y
lienzos, y que unidos a los dos maestros de batanero de paños suponían el
40,33% de los artesanos. Le seguían en número los gremios de zapateros, sastres
y herreros. Dentro de lo es meramente anecdótico, se puede destacar la existencia
de un maestro cohetero y otro turronero.
En lo que se puede entender como servicios (excluyendo los cargos municipales, de carácter
honorífico y sin retribución) había 66 personas ocupadas.
Alguacil ordinario
|
3
|
Escribano de millones
|
1
|
Arrendador de alcábalas
|
2
|
Depositario de pósito y propios
|
1
|
Escribano público del
Ayuntamiento y comisiones
|
1
|
Pregonero público
|
1
|
Notario y oficiales de la pluma
|
3
|
Abastecedor de aceite
|
1
|
Abastecedor de carnicerías
|
1
|
Abastecedor de sal
|
1
|
Administrador renta de tabaco
|
1
|
Guarda mayor de montes comunes
|
1
|
Comerciante de ganado vacuno
|
1
|
Contador de las carnicerías de
la población
|
2
|
Estanquero de tabacos
|
1
|
Mercader de por menor de lienzos
y paños
|
3
|
Arriero
|
14
|
Mesonero
|
5
|
Tabernero
|
3
|
Ventero
|
4
|
Maestro de postas
|
1
|
Postillón
|
1
|
Médico
|
1
|
Cirujano
|
2
|
Maestro de barbero
|
6
|
Maestro de albéitar
|
1
|
Boticario
|
1
|
Maestro de primeras letras
|
2
|
Preceptor de gramática
|
1
|
BIBLIOGRAFÍA
OCAÑA PRADOS, J. (1911): Historia de la Villa de Villanueva de
Córdoba, Madrid, Imprenta de los Hijos de E. Minuesa.
OCAÑA TORREJÓN, J. (1947): La dehesa de la Jara (Notas para la historia
de las Siete Villas de los Pedroches, Pozoblanco, Imprenta Pedro López.
OCAÑA TORREJÓN, J. (1962): Historia de la villa de Pedroche y su
comarca, Córdoba, Real Academia de Córdoba.
OCAÑA
TORREJÓN, J., (1970): Caminos viejos de
los Pedroches, Pozoblanco, Imprenta Pedro López.
OCAÑA TORREJÓN, J. (1977): Villanueva de Córdoba en el siglo XIX.
(Datos históricos), Córdoba, Imprenta San Pablo.
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Córdoba, Ayuntamiento de Villanueva de
Córdoba-Diputación Provincial.
PALOMO PALOMO, J. (1999): Del origen de Cardeña. (Notas para la
Historia de Cardeña, Azuel y Venta del Charco”, Ayuntamiento de Cardeña –
Diputación Provincial de Córdoba.
PÉREZ MOREDA, V. (1980): Las crisis de mortalidad en la España interior (siglos XVI-XIX),
Madrid, Siglo XXI.
RAMÍREZ Y LAS CASAS-DEZA, L. Mª. (1986 = 1840):
Corografía Histórico-Estadística de la
Provincia y Obispado de Córdoba, Publicaciones del Monte de Piedad y Caja
de Ahorros de Córdoba. Córdoba