En el año 912 (300 de la hégira), Aslam ben Abdelaziz,
hombre con fama de culto y preparado, fue nombrado cadí (juez) de la ciudad de
Córdoba poco después de que Abd al-Rhamán III llegara al poder. Cuenta al-Jusaní
en su Historia de los jueces de Córdoba
(en la traducción de Julián Rivera) la siguiente historia de él:
“Había en Córdoba un
hombre [de raza española] que hablaba solo el romance [y ni siquiera era
musulmán], de esos rebeldes que se habían rendido por capitulación en las
plazas fuertes que [hasta entonces] se habían mantenido independientes sin
obedecer [al monarca de Córdoba]; este señor tenía una mujer noble musulmana,
la cual imploró protección al juez Aslam ben Abdelaziz. Este acogió su demanda
y empezó a instruir diligencias en el asunto. Era entonces canciller del
imperio Béder ben Ahmed, el cual gozaba de gran predicamento con Abderrahmen
III. Apenas iniciado el proceso por el juez Aslam, presentósele Yala, de parte
del canciller Béder, y le dijo:
- El canciller te
saluda y te dice que esos señores que hablan en romance [españoles no
arabizados], los cuales solamente se han rendido o capitulado mediante pacto,
no se les debe tratar con desdén; tú sabes perfectamente qué es lo que debe
hacerse para cumplir lo pactado; convendría que no intervinieses entre ese
español latinado y la esclava que está en su poder.
- Dile de mi parte,
contestó Aslam, que estoy obligado, por todos los juramentos, a dejar todos los
asuntos de la curia, para dedicarme exclusivamente a ejecutar, contra ese señor
latinado, todo lo que manda la ley religiosa a favor de esa mujer libre
musulmana que está en poder de ese hombre.
Yala se marchó; pero
volvió inmediatamente a decir al juez:
- El canciller te
saluda y dice: yo no me opongo a que se cumpla la ley, ni siquiera considero
lícito el hacerte tal recomendación o solicitud; sólo te ruego cumplas lo que
de derecho se debe a esos aliados con quienes el monarca ha pactado. Tú sabes
muy bien las consideraciones que les debe guardar, y eres hombre razonable que
está muy enterado de lo que en tales casos se debe hacer”.
El pasaje es suficientemente claro y elocuente, no presenta
equívoco alguno. Resultan evidentes algunas cuestiones:
* No en las marcas alejadas, sino en la circunscripción de
Córdoba (que era sobre la que tenía jurisdicción el cadí de la capital), en el
corazón del mismo poder omeya, dos siglos después de la conquista se habían
mantenido prácticamente independientes señores locales que no hablaban el árabe
ni se habían convertido al Islam.
* Estos señores “latinados”, que eran descendientes de la
antigua aristocracia hispanogoda, habían conservado su posición gracias a los
pactos entablados por sus ancestros, contando con una amplia base social que
sustentaba su poder, en el que la religión era un elemento más para su
autoafirmación y control social.
* Tal era su fuerza que atentaban contra las leyes
religiosas islámicas, al tomar como esposa o esclava a una mujer de religión
musulmana. Incluso alguien tan poco dado a andarse con chiquitas, como Abd
al-Rhamán III, les guardaba la cara, llegando a recomendar a la máxima
autoridad jurídica de su reino que tuviera consideración con uno de esos
señores, con quien, al entonces emir (califa pocos años después), le había costado
tanto llegar a un pacto por el que aceptara el poder central omeya.
La epigrafía confirma la presencia de cristianos en el norte
de la provincia de Córdoba durante el siglo X. En la finca del Retamalejo
(Adamuz), próxima al actual pantano del Guadalmellato, se encontró en 1914 la
lápida del abad Daniel, fallecido en el año 930 (o sea, en el mismo en que Abd
al-Rhamán III decidió convertirse en califa). Por el lugar debe ponerse en
relación con el convento de San Zoilo Armilatense, uno de los existentes en las
sierras cordobesas durante la etapa omeya.
(Lápida del abad Daniel, año 930. Fotografía en R. Frochoso Sánchez, 2012, 19.)
Unas décadas después, en tiempos de Almanzor, el monasterio
del Armilat (también denominado “Armillat”) aparece citado en unos versos del
visir Abu Marwan Abd al Malik. En un debate con Sa’id “El lingüista”, que no
dejaba de alabar a Irak frente a Almanzor, dijo: “Y habló Abu-l-Ula (Sa’id “El lingüista) con vanidad, no por el vino de
Qutrabbul y Kaluwad // ya que era de Armillat nuestra bebida el llamar a un
convento hace perder el juicio y nos llena de indecencia” (R. Frochoso
Sánchez, 2012, 14-15). [Qutrabbul y Kaluwad son lugares del actual Irak.] De
estas palabras se deduce que en el monasterio se elaboraba vino (imprescindible
para la liturgia cristiana, por otro lado) cuyos excedentes se vendían, llegando
a consumirse incluso en las más altas instancias de la corte: llamar “nuestra
bebida” al vino producido en el monasterio es manifiestamente elocuente.
Las fuentes literarias y la epigrafía muestran la
pervivencia de cristianos en el norte de la actual provincia de Córdoba. (Hay
bastantes más, además de las expuestas. En la misma biografía del juez Aslam
ben Abdelaziz narrada por al-Jusaní se cuenta la historia de un cristiano que
se presentó ante él solicitando la muerte para sí mismo, al modo de los
mozárabes cordobeses que hicieron lo mismo a mediados del siglo anterior. O la
lápida con el epitafio de Johanes Eximius (m. 312/925, conservada en el Museo
Romero de Torres de Córdoba.)
La documentación arqueológica vendría a reafirmar esta ausencia
de completa islamización en lo que es la comarca de los Pedroches durante al
menos el tiempo del emirato, empleando un ritual funerario que nada tenía que
ver con lo prescrito por el Corán. Recordemos lo ocurrido con Umar ibn Hafsún.
Era muladí, es decir, de religión musulmana pero
descendiente de una familia aristocrática nativa. Durante casi cuatro décadas
fue una auténtica pesadilla para varios emires, manteniéndose fuerte desde su
fortaleza de Bobastro (Málaga), donde construyó una basílica tras convertirse
al cristianismo. Murió en el año 917, y su hijo continuó la resistencia hasta
ser derrotado por Abd al-Rhamán III en el año 928.
Un par de meses después de la conquista de Bobastro, el
futuro califa visitó la ciudad, y ordenó exhumar el cadáver de ibn Hafsún.
Según se narra en la Crónica anónima de Abd al-Rhamán III al-Nasir
los presentes pudieron confirmar su apostasía: “Sus
miserables despojos aparecieron enterrados, a la manera cristiana, sin duda
alguna, ya que el cadáver fue hallado mirando al oriente y con los brazos
cruzados sobre el pecho”.
De este
pasaje se pueden extraer varias conclusiones:
*
Existían en al-Andalus en el siglo X diversos rituales de enterramiento, que
estaban en función de la cultura o civilización a la que perteneciera cada cual.
* El
ritual funerario, como rito de paso, pone en relación al difunto con el mundo
de los vivos, o más en concreto con una determinada parte de él, con la que se
identifica y reafirma.
* Los diferentes rituales eran
conocidos y reconocidos por los contemporáneos.
Este amplio exordio creo que es
necesario para presentar al protagonista de esta entrada, un jarro de barro, un objeto modesto pero cargado de historia.
El 26 mayo 1928 Ángel Riesgo encontró ocho sepulturas en un
cerro del lugar llamado Navalazarza
(Cardeña). Según narra en sus apuntes de campo, en la finca se construyeron unas cuadras modernas, y al
cimentarlas aparecieron las sepulturas. Tanto por el número como por el lugar,
un cerro, podría tratarse de un lugar de hábitat tipo “aldea”, con un número de
habitantes superior y una perduración en el tiempo mayor que el otro modelo,
tipo “granja”. Las sepulturas las denomina “de tipo corriente”, el más
frecuente en el norte de Córdoba: una fosa de planta trapezoidal, con lajas
verticales revestiéndola y cubierta por grandes losas.
Navalazarza es un paraje colindante con las Aguilillas,
estando entre ambos la divisoria de los términos municipales de Villanueva de
Córdoba y Cardeña. Por el extremo de las Aguilillas colindante a Navalazarza
discurría el Camino Real de la Plata,
una antigua vía romana en uso durante la etapa visigoda que dejó de emplearse a
partir del califato de al-Andalus (siglo X), al habilitarse caminos hacia Toledo más al oeste de la provincia de Córdoba.
Es un lugar muy interesante, pues en las Aguilillas descubrió
Ángel Riesgo 67 sepulturas, y 22 más en Navalazarza, es decir un tercio del
total de 291 que halló en el norte de la provincia de Córdoba. Otros elementos
arqueológicos de la época por la misma zona son las tumbas excavadas en la
roca. Hay una en Ventas Nuevas (Villanueva de Córdoba), a 1,2 km al NW de la linde de
las Aguilillas y Navalazarza (en su cruce con la actual carretera de Villanueva
de Córdoba a Cardeña); y otra a 2,3
km al NE, en las Valsecas (Cardeña). [El modelo general de las tumbas talladas en la roca del norte de Córdoba, a excepción de las
agrupaciones de la Haza
de las Ánimas (Torrecampo), es el de tumbas aisladas o en parejas; en el caso
de estas dos de Ventas Nuevas y Valsecas están separadas por 3,2 km.]
En las sepulturas del norte de
Córdoba no se encuentran broches de cinturón, hebillas o fíbulas que nos
permitan establecer al menos una cronología relativa, a excepción de una hebilla de hierro encontrada precisamente también en Navalazarza, y para la que
encontramos otras similares en yacimientos de inicios del siglo VIII.
Esta ausencia de elementos de vestuario puede deberse al tipo de ceremonias fúnebres empleadas, en el que el finado se depositara en la tumba no con sus mejores galas, sino con un simple sudario, por ejemplo. Aunque el rito funerario de estos tiempos no fue inmutable, incluso en el mismo yacimiento se observan cambios sustanciales en apenas dos siglos:
(Hebilla de hierro encontrada en una tumba de Navalazarza, Cardeña.
Fotografía: Museo Arqueológico de Córdoba.)
Esta ausencia de elementos de vestuario puede deberse al tipo de ceremonias fúnebres empleadas, en el que el finado se depositara en la tumba no con sus mejores galas, sino con un simple sudario, por ejemplo. Aunque el rito funerario de estos tiempos no fue inmutable, incluso en el mismo yacimiento se observan cambios sustanciales en apenas dos siglos:
En la necrópolis madrileña de
Gózquez de Arriba se muestra una evolución del ritual funerario a lo largo del
tiempo de su ocupación. En la fase I se patentizan enterramientos con una
abundante presencia de objetos de adorno y elementos de vestuario: anillos,
collares, pendientes, broches de cinturón de placa rectangular… Se fecha en el
siglo VI.
Durante la fase II hay elementos
de vestuario más moderno, a la ver que se observan enterramientos más austeros,
con menos presencia, o casi ausencia total, de objetos de adorno; se le
adjudica una cronología del siglo VII.
Durante la fase III, ya en el
siglo VIII, no hay broches de cinturón liriformes, a la par que aparecen los
dos únicos recipientes cerámicos en el interior de la tumba.
Volviendo a las sepulturas descubiertas en Navalazarza en
mayo de 1928, el dueño de la finca se quedó con dos jarros, mientras que Riesgo
rescató tres piezas, que define así en sus notas de campo:
“1 escudilla o plato Nº 55. Arcilla rojiza, tosco, forma irregular, mide
21,5 cm
diámetro, 7,5 su mayor altura y 68
cm perímetro de la boca, sin tornear.
1 puchero o vaso Nº 56. Arcilla rojiza, fina, torneado. De 10,5 cm alto por 7 cm diámetro de la boca.
1 jarro Nº 57. Asa de jarro con trozo de boca y panza, con 8 incisiones
adornándolas. Arcilla roja tosca, mide de largo 13 cm.”
Por la simple descripción básica
se constata algo que ya vimos en la pequeña necrópolis de la Viñuela, la coexistencia
de una pieza elaborada con torno alto de alfarero (nº 56), y otra escudilla “tosca,
de forma irregular”, elaboradas a mano (nº 55).
De esta necrópolis del norte de
Córdoba que estamos viendo, lo peculiar de ella es el jarro nº 56. Ya aparece en una fotografía en blanco y negro tomada
por el propio Riesgo, en el que se observa su perfil: sobre un cuerpo de
tendencia globular se levanta un cuello grueso y desarrollado, cilíndrico, de
diámetro poco inferior que el máximo del recipiente, con una ancha boca circular. Carece
de asa, y en la fotografía no se aprecia si la tuvo o no.
(Jarro nº 56 en la numeración de Ángel Riesgo, procedente de una sepultura de Nazalazarza, Cardeña. Fotografía de Ángel Riesgo Ordóñez.)
En otra fotografía más reciente se aprecian las líneas del torno de alfarero y el color anaranjado de la pasta; también parece, más que verse, intuirse, que la pasta es depurada, sin grandes inclusiones, coincidiendo con la descripción de Riesgo de “arcilla fina”.
(El mismo jarro nº 56. Fotografía: Museo Arqueológico de Córdoba. Nº inv. CE027924a.)
Da la impresión de ser un
recipiente para beber con su boca redondeada y amplia, distinto de los cuencos
de época visigoda para el mismo fin. También es diferente de los jarros de ese
tiempo, con su cuello estrecho, más apropiado para verter líquidos que para
beber.
Según nuestro conocimiento actual, las cerámicas “modeladas”
(como la escudilla nº 55 de la misma necrópolis de Navalazarza) tienen una
proporción considerable entre mediados del siglo VII y el VIII en contextos
rurales interiores de la península, a la par que “se acusan contrastes entre registros materiales coetáneos de
yacimientos urbanos. Así, en las ciudades de gran peso histórico en esta etapa,
como Mérida y la propia Córdoba, se invierte la tendencia expuesta y la
producción es mayoritariamente a torno rápido desde avanzado el siglo VIII”,
acaso por el impulso del Estado emiral para la creación de alfares
profesionales que sustituyeran a las vajillas caseras, reactivando el comercio a
partir de los centros urbanos.
Otra característica de la cerámica del emirato es la
diversidad dentro de un modelo básico: “Podría
decirse que los modelos –necesariamente en plural– admiten múltiples variantes
en los perfiles, mientras que los prototipos son heterogéneos por definición”
(Miguel Alba y Sonia Gutiérrez, 2008, 586).
Este jarrito (o jarrita), nº 56
en la numeración de Riesgo, con cuerpo globular y un cuello muy desarrollado y
cilíndrico tiene una gran coincidencia tanto formal como tecnológica con una de
las formas más características de las cerámicas de al-Andalus: “Una de las características más universales
de la cerámica emiral es la difusión y generalización de un recipiente de boca ancha,
con cuello cilíndrico alto y cuerpo globular, destinado a beber y englobado en
la denominación genérica de jarrito/a. Estas piezas se suelen realizar en
pastas claras y porosas adecuadas para contener líquidos y responden a una
tradición claramente islámica que sustituye en las pautas de consumo a las formas
abiertas tipo cuenco características de la vajilla romana fina. Tanto es así
que, en nuestra opinión, constituye uno de
los mejores indicadores materiales y cronológicos del proceso de islamización”
(Miguel Alba Calzado y Sonia Gutiérrez Lloret, 2008, 602; lo remarcado en
negrita es una aportación personal).
(Miguel Alba y Sonia Gutiérrez, 2008, 603.
Procedencia: Mérida (1, 9, 10 y 11); Tudmir (2 y 3); Bayyanna (Almería) (4, 5 y 6); Córdoba (7)
María del Camino Fuertes Santos comparte la misma opinión al estudiar la cerámica del yacimiento cordobés de Cercadilla: “Tal vez una de las formas más comunes del mundo islámico sea la de los jarritos globulares de cuello cilíndrico. Estas piezas pueden ir decoradas o no… Es en este momento cuando surgen estos jarros/as, seguramente a final del siglo VIII o en el siglo IX, una vez que ya está más asentada la población foránea, o más islamizada la población cordobesa” (Fuertes, 2010, 140).
(Jarra de Cercadilla, Córdoba. En Mª del Camino Fuertes, 2010, 36.)
Los jarritos de cuerpo globular y cuello cilíndrico y desarrollado también aparecen en Saqunda, el arrabal cordobés al otro lado del río que cuenta con una cronología desde la segunda mitad del siglo VIII hasta el año 818, en el que fue arrasado tras su famosa rebelión. Uno de los jarritos encontrados aquí carece de asa.
(Jarros de Saqunda, Córdoba. Mª Teresa Casal et al., 2005, 220.)
Desde finales del siglo IX se constata la presencia de jarros con un cuello grueso y cilíndrico en el interior la Meseta, con numerosas variantes, algo característico de la época.
(Jarros andalusíes procedentes de la Meseta. M. Retuerce, 1998.)
Así pues nos encontramos que en esta necrópolis de
Navalazarza, junto a un plato (nº 55) descrito como tosco, de forma irregular (es
decir, modelado completamente de forma manual o con torneta), hay un jarro (nº 56)
torneado y de “arcilla fina”, decantada. Este jarro podría haberse fabricado en
algún alfar cordobés, y su presencia en Navalazarza (Cardeña) podría explicarse
por la proximidad del lugar al Camino Real de la Plata, vía de comunicación
entre Córdoba y Toledo hasta que durante el califato (siglo X) se habilitara el
“Camino del Armillat” (nombre que deriva por pasar este camino por el
monasterio citado junto al Guadalmellato).
Da la impresión de tratarse de un jarro “de al-Andalus” en
una tumba “visigoda”. Más que una paradoja, este jarro parece ser una muestra
de los tiempos (más apropiado es denominarla una sepultura “mozárabe”,
aunque por sus características formales sea similar a las de la etapa
visigoda).
Durante los dos siglos posteriores a la conquista hubo
varios estamentos compitiendo por el poder. Por un lado, la dinastía Omeya, que
tuvo muchas dificultades para mantenerse a finales del siglo IX, hasta que Abd
al-Rhamán III logró imponerse en la siguiente centuria; por otro, las propias
estructuras de los llegados (árabes, bereberes, sirios), y, por último, los
poderes locales. Los descendientes de la antigua aristocracia hispanogoda que
habían mantenido sus cuotas de poder gracias a los pactos de sus antepasados;
señores latinados que no hablaban árabe ni se habían convertido al Islam, y que
vivían en la propia cora de la capital omeya, Córdoba.
En el siglo X los monjes del monasterio del Armilat seguían
elaborando un vino que luego tomaba Almanzor con sus amigos. Bien visto, y
fuera de connotaciones religiosas, a los emires de al-Andalus les interesaba
que continuara habiendo cristianos en sus tierras porque, como tales, estaban
obligados al pago de unas contribuciones de las que estaban exentos los
mahometanos.
Las tumbas de la necrópolis de Navalazarza nada tienen que ver
con el ritual funerario islámico: una fosa en el suelo, estrecha, con
orientación norte-sur (hacia la
Meca) y el cadáver depositado sobre su costado derecho. Y,
por supuesto, sin ningún depósito ritual. Ya vimos en el blog cómo la peculiar
orientación de las tumbas islámicas (distintas a las cristianas, en las que el
finado, como ibn Hafsún, miraba al oriente) podría indicar la presencia de una
tumba ya musulmana en una necrópolis de tradición hispanogoda y que, por la época, debe denominarse "mozárabe".
En estas circunstancias, este jarro podría indicar que a
finales el siglo VIII o incluso el IX hubo gentes en las actuales tierras del
norte de Córdoba que se siguieron enterrando con los mismos usos y costumbres
que sus abuelos hispanogodos. Aunque la jarra que metieron sus deudos en la
sepultura de Navalazarza posiblemente hubiese salido de un alfar cordobés sarraceno.