Tras la digresión de la pseudohistoria de güeros, chirles y hebenes (que los hubiera calificado Quevedo), retornemos a la Historia de verdad. Si para el periodo de la Hispania Tardía (siglos V-VIII) nos hemos detenido hasta ahora en los objetos de metal no es por preferencia personal (me gustan más las piedras), sino por pragmatigmo, es la materia que más se ha estudiado y de la que hay mayor información. Broches y placas de cinturón con perfil de lira de época visigoda los hay a cientos en toda la península; existen, empero, otros elementos entre los ajuares y depósitos rituales de las tumbas de este periodo de los Pedroches que son auténticamente singulares, y que, quizá por ello, puedan abrirnos alguna puerta a ese pasado del que lo desconocemos casi todo. Son los collares de ámbar y pasta vítrea; las cerámicas de forma diferente a los jarros; o, sobre todo, los platos de vidrio que comenzamos a tratar ahora.
A la espera de que las excavaciones en la necrópolis de la Losilla (Añora) a cargo del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid sean fructíferas, la mayor fuente de información para la época de la Hispania Tardía en los Pedroches son las excavaciones que realizó Ángel Riesgo Ordóñez entre 1921-1935.
Riesgo da cuenta en sus cuadernos de campo de tres centenares sepulturas de inhumación en el norte de Córdoba, de las que algo más de doscientas fueron descubiertas intactas por él o al practicar labores agrícolas. No se trata de un conjunto fuera de contexto, como afirma alguna investigadora sobre el mundo funerario rural de este tiempo en la Bética, sino al contrario, a partir de esas libretas de campo se puede establecer su situación, qué aparecio en cada tumba, los conjuntos de las mismas y sus relaciones con los lugares de hábitat, por ejemplo.
Aunque hay que tener en cuenta también que en la época en que se realizaron estas excavaciones los principios metodológicos no eran los actuales, por lo que sería un injusto acto de presentismo valorarlos con los criterios de hoy. La forma de excavar y anotar de Riesgo no se diferenciaban sustancialmente de las que pudieran realizarse en otros lugares de España por los mismos años. Riesgo era una persona minuciosa, como se ve en las pequeñas etiquetas que acompañan a los objetos depositados en los museos arqueológicos de Córdoba y Madrid, y eso es algo que podemos aprovechar (y, por mi parte, agradecer), aunque sus cuadernos de campo fueron parcialmente destruidos en el saqueo que su casa madrileña en 1936, recomponiéndolos posteriormente.
Teóricamente, a partir de las tumbas podemos obtener información de tres tipos. El primero, sobre los propios inhumados; el segundo, sobre el ritual y, por lo tanto, el ámbito religioso al que perteneció; el tercero, sobre la realidad material de la sociedad a la perteneció el finado. Sobre el primero no puede conocerse prácticamente nada a partir de los cuadernos de campo de Ángel Riesgo (esperemos que en la Losilla haya más suerte), pero sí podemos intentar hacer algo con el segundo y tercero.
En cuanto al segundo de los tipos (el ritual y la religión asociada), es un periodo complejo con cambios en la mentalidad religiosa que hubo de tener su reflejo en la arqueología. Durante el periodo imperial eran frecuentes los depósitos rituales en las sepulturas que incluían objetos de vidrio, como la cremación próxima al castillo de Almogábar (Torrecampo, Córdoba), que contenía al menos un vaso y un ungüentario de vidrio. Durante el Bajo Imperio, con las nuevas ideologías y religiones que surgen o se afianzan entonces, la práctica de los depósitos rituales funerarios decae, para revitalizarse durante la Hispania Tardía.
A la Iglesia nunca le gustó esta costumbre, aunque algunos objetos, como los jarros o los platos de vidrio con una cruz labrada en su base, pudieran teñirse de cristianismo, al representar el bautismo o prácticas lustrales. Además de la supervivencia de prácticas paganas, también existía, todavía en el siglo VII, una diversidad de ritos dentro del cristianismo, como muestran los concilios, y sólo a partir del siglo VIII logró imponer una uniformidad que eliminaba definitivamente el depósito ritual de las sepulturas cristianas que, se vistiera como se vistiese, apestaba a paganismo.
En las sepulturas de la península de la etapa visigoda los vidrios son escasos, más aún que en la época romana. Las formas dominantes son cerradas, ungüentarios, jarras o unas muy características copas de pie alto. Mucho más raras son las formas abiertas: "aunque se conocen algunos ejemplares completos de formas abiertas, éstos son tan escasos que no nos permiten hacer agrupaciones por tipos", afirma la especialista en vidrios de época visigoda, Blanca Gamo Parras (1995, 302). Los vidrios de formas abiertas, tan escasos en el resto de la península, son los auténticamente característicos de las sepulturas del NE de Córdoba durante esa etapa.
El primer problema es cómo llamar a estas piezas, pues no se ha realizado una sistematización aceptada por la comunidad de investigadores. Algunos autores los llaman cuencos. Según el DRAE un cuenco es un "recipiente no muy grande de barro u otra materia, hondo y ancho, y sin borde o labio". Ángel Riesgo, su descubirdor, los denominó "platos", que en el mismo DRAE es un "recipiente bajo y redondo, con una concavidad en medio y borde comúnmente plano alrededor, empleado en las mesas para servir alimentos y para comer en él y para otros usos". A partir de estas definiciones creo que "plato" es lo que mejor se ajusta, a la espera de una clasificación definitiva.
(Fuente de las imágenes: en blanco y negro, fotografías de Ángel Riesgo; cenitales, Guadalupe Gómez Muñoz en http://ceres.mcu.es; frontales en color, Ana María Vicent.)
(Marcos Pous y Vicent Zaragoza, 1998.)
Como se puede ver en las fotografías y dibujos de arriba se caracterizan por su base circular (sin pie), su perfil troncocónico y su borde engrosado. La altura media es de 47 mm, y 177 mm de diámetro. La relación entre altura y diámetro es de 3,8 (con mínimo de 3,0 y máximo de 4,7).
Los primeros ejemplares se conocieron en la basílica del Germo (Espiel), aunque fue Ángel Riesgo quien mayor número de ellos obtuvo de las sepulturas de los Pedroches. A estos ejemplares se unen tres descubiertos en Villaviciosa y otro en Obejo. Alejandro Marcos y Ana María Vicent (quien fuera directora del Museo Arqueológico de Córdoba) hicieron en 1998 un inventario de estos vidrios conservados en los museos de Madrid y Córdoba. (Fueron ellos quienes denominaron a estos vidrios "tipo Pedroches", un nombre muy apropiado.) A ellos he unido otros tres ejemplares más que constan en los cuadernos de campo de Ángel Riesgo (según indica en ellos, dos de Venta los Locos (Cardeña) no fueron recogidos por estar muy fragmentados y, también, porque entonces Riesgo estaba comenzando; posteriormente, sí recogería todos los platos que encontró, aunque estuvieran fragmentados).
A estos, más o menos conocidos y publicados, hay que añadir otros cuatro más inéditos: tres están en el museo de Villanueva de Córdoba, y el cuarto en la Real Academia de la Historia de Madrid. Según consta fue donado a la institución por el Marqués de la Vega de Armijo, cuya propiedad está al norte de Montoro (Córdoba), es decir, en el cuadrante NE de la provincia, dentro del ámbito territorial de nuestro estudio:
(Vega de Armijo: Eduardo Alonso, 2005, 271.)
En total, 33 ejemplares para el NE de Córdoba. Es un número muy elevado, pues en el resto de la península sólo se conoce media docena de ejemplares intactos en las Delicias (Granada), Cartagena o Castiltierra (Segovia). Una mención aparte merecen los cinco cuencos (o platos) de Aldaieta (Álava), cuyo conjunto está más relacionado con el ámbito norpirenaico que con el visigodo peninsular. En el cuadro de abajo se muestra un resumen de los mismos. Para numerarlos se ha seguido la numeración original de Riesgo (en la columna de la derecha se muestra la que emplearon Alejandro Marcos y Ana María Vicent).
Puede afirmarse con plena seguridad que la gran mayoría de platos de vidrio conocidos de este tipo y tiempo procedentes de sepulturas peninsulares se localizan en el NE de Córdoba. Esto es cuanto menos, muy significativo. Como lo es también que si los platos (o cuencos) tipo Pedroches son muy escasos en la península (a excepción de los Pedroches), objetos similares, tanto en la forma como en la decoración, son frecuentes en cementerios de los francos, merovingios y alamanes del norte de Francia, Bélgica o Renania (T. 81 de Feyeux). También se encuentran algunos en el SE de Francia. Recordemos que, igualmente, en el mismo área del NE de Córdoba se encontró el único vaso con botón terminal, genuino franco, T. Feyeux 52, que se conoce al sur de los Pirineos. Como se comprueba, es una materia fascinante en la que hay que continuar indagando.