Escuchaba en días pasados en un (buen) programa de televisión sobre el origen de la Tierra que las riquezas minerales de los Andes sustentaron el imperio español durante tres siglos. Eso es un tópico, y, como tal, falso. En la época de los Austrias los metales preciosos americanos supusieron la quinta parte de los ingresos de la corona. Era una cantidad enorme, pero no la básica; el auténtico sostén de los monarcas españoles era una materia que poco tenía de inorgánica: las costillas de los súbditos castellanos (los de la Corona de Aragón iban aparte), campesinos, menestrales o artesanos, que con sus impuestos aportaban el 80% de los ingresos.
Fueron ellos los que sustantaron las guerras con los católicos franceses, musulmanes (turcos o norteafricanos) y herejes variados (alemanes, holandeses o ingleses) y en ellos se basó la renta de la monarquía. Ellos sostuvieron al Imperio español "donde nunca se ponía el sol", no la plata del Potosí. Lo menos que merecen es saber cuáles eran sus nombres. Es una manera de dignificarlos y sacarlos del anonimato de los números y estadísticas.
Reconozco que con la arqueología (dólmenes, romanos, visigodos y demás) esta parte del blog ha quedado algo retrasada, pero también en la época que se trata ahora, finales del siglo XVIII, la complejidad onomástica aumenta, y con ella el tiempo necesario para realizar estadísticas, tablas y gráficos.
Como hemos venido haciendo hasta ahora, se han recogido los nombres de los niños nacidos en Villanueva de Córdoba entre 1775 y 1790. Estas fechas vienen motivadas por la destrucción del libro de bautismos de la década final del XVIII. Los nombres, y porcentaje de cada uno respecto al total, se expresan en las tablas siguientes (no podemos hacer, como el INE en la actualidad, la frecuencia de cada nombre por cada mil habitantes, al ser bastante imprecisos los datos que conocemos sobre la población de la época):
En total, se han anotado 1.541 nacimientos y 323 nombres, simples y compuestos, lo que supone una media de 4,76 niños por cada nombre, cifra muy lejana de los 34 varones por cada nombre de un par de siglos atrás, y también de los 15,62 hombres por nombre de 1741-1760. En total, para formar los simples y compuestos se emplearon 108 nombres distintos, cuando entre 1591-1610 fueron 42.
La explicación está en la auténtica "explosión" de los compuestos. De los nombres, 48 fueron simples y 275 compuestos, cuando entre 1741-1760 sólo se emplearon 82 de estos últimos. También se incrementa notablemente el porcentaje de niños con nombres compuestos respecto al total de nacidos: 38,87% en 1775-1790, frente al 6,59% de 1741-1760. En apenas cuatro décadas la "moda" de nombres compuestos se ha asentado definitivamente, aunque casi dos tercios de los niños nacidos a finales del siglo XVIII en Villanueva de Córdoba portan nombres simples. A mediados del siglo anterior sólo al 0,16% de los niños se le asignó uno compuesto:
Los nombres más frecuentes son básicamente los mismos que en el pasado, aunque su porcentaje disminuye considerablemente, y ninguno de ellos llega a alcanza el 10%.
Juan sigue siendo el nombre más común. En cuanto a los ascensos en la lista, Pedro pasa a la segunda posición,
manteniendo casi sus crifras (será por eso de su proverbial tozudez...
es broma, claro), y, por primera vez, un nombre compuesto, José Antonio,
pasa a formar parte de los diez nombres más impuestos. Francisco y Antonio disminuyen su porcentaje, aunque se mantienen. Otros nombres tradicionales de la localidad, Miguel y Bartolomé aun se cuentan entre los más usados.
En 1741-1760 los diez nombres más comunes suponían las tres cuartas partes del total, entre 1775-1790 sólo son la mitad escasa.
Entre los nombres que se incorporan al repertorio se encuentra Luis. Durante la época de los Austrias no había sido nada bienquisto, al ser el nombre propio de la monarquía francesa, proverbial enemiga de España en los siglos XVI y XVII. Pasada la época de enfrentamientos, y siendo la dinastía española descendiente de Francia, Luis comenzó a usarse, siempre formando parte de nombres compuestos.
Otros nombres, como Alonso o Rodrigo, declinan considerablemente, empezando a sonar a "antiguos".
Si tomamos el total de nombres empleados, tanto en simples como en compuestos, los datos cambian en cuanto al más frecuente: José, nombre que portó el 13,26 de los niños nacidos en el periodo de estudio, sobre todo formando parte de un nombre compuesto.
José forma parte de 47 de los 323 nombres impuestos a los niños nacidos entre 1775-1790, quizá porque con su terminación aguda hace sonar bien a la composión.
Para la formación del nombre compuesto la importancia del santoral fue bastante relativa. Sólo el 24,45% de los niños con nombres compuestos portaron el nombre del "santo del día", sobre todo en el segundo, pero también en algunos casos en el primero. Las dos principales causas para la elección de un nombre compuesto siguen siendo los nombres de los abuelos y el gusto particular de los padres.
En cuanto a la primero, es una tradición que encontramos desde los reyes persas a los monarcas navarros o castellanos. Por ejemplo, en Villanueva de Córdoba nacieron durante este tiempo cuatro niños a los que se les puso por nombre Toribio, José Toribio, Juan Toribio y Toribio José: todos ellos tenían en común ser nietos de Toribio González.
No siempre el santoral o los abuelos pueden explicar el nombre compuesto impuesto a un niño, así que si en el repertorio aparecen nombres que ahora parecería difícil imponer (como Atanasio Melchor o Jerónimo Acisclo) fue, simple y llanamente, porque sus padres quisieron llamarlo así. Esta profusión de tal tipo de nombres me parece que indica un afianzamiento del individualismo, frente a la monótona uniformidad de "Juan, Francisco y Pedro" de 1600.
Esta auténtica explosión de estos nombres coindice, como pasó a finales del siglo XVII, con una gran crisis demográfica y económica entre 1785 y 1787, debida a la pérdida de varias cosechas seguidas y a epidemias de tifus y paludismo. La población pasó de 1.417 vecinos en 1786 a 1.295 vecinos en 1812.
Los nombres compuestos más comunes (José Antonio, Juan Antonio, Miguel José, Antonio José...) comenzarán a asentarse y a transmitirse como una unidad. Otros (Bartolomé José) no se afianzarán del mismo modo.
Un último aspecto a considerar es la toma de los nombres multicompuestos como modo de distinción social. Usualmente, eran sólo dos nombres, pero en algunos casos se le imponían al niño tres o cuatro. Solía ser entre personas de destacada posición social (médicos, escribanos) que se refleja en el empleo del "Don" con que se les trata en los registros.
En definitiva, entre los nombres puestos a los niños nacidos en el periodo 1775-1790 destaca una continuidad entre los nombres más comunes, aunque disminuyendo mucho su porcentaje; y el espectacular incremento de los nombres compuestos. Cuestiones que hay que contrastar con el estudio de los nombres femeninos del mismo periodo.