En el dolmen de Las Agulillas

jueves, 8 de agosto de 2013

Transmisión de los apellidos, s. XVII y XVIII

       En los estudios de demografía los temas que veo que han sido más estudiados corresponden a los movimientos naturales de la población y otras tasas e índices: natalidad, mortalidad, fecundidad, esperanza de vida... También se han tratado cuestiones sociales como la ilegitimidad o grupos minoritarios (moriscos, esclavos), pero las cuestiones de genealogía o onomástica no han merecido tanta atención (a excepción de los linajes nobiliarios, claro). Es por este motivo por lo que decidí indagar en ellos, tomando como fuente básica los registros parroquiales de la de San Miguel de Villanueva de Córdoba.
       Como nuestros apellidos actuales nos acompañan incluso desde antes de nacer, creo que prácticamente todos hemos curiosidad por conocer su origen, pues es el elemento de nuestra persona que puede tanto distinguirnos de otras como relacionarnos con una o varias familias.
       No es raro encontrarse en una casa un azulejo con el "escudo del apellido" del dueño. Eso es falso: los apellidos no tienen ningún blasón propio, sino que éstos corresponden a determinadas familias, y deberían hacer un estudio genealógico para comprobarlo.
       Otro fallo en el que incurrió quien encargó que le mandaran "su escudo" es creer que sus apellidos se han transmitido sin cambios pasando de padres a hijos a lo largo de los siglos. Y que esto no fue siempre así se colige de lo que ordenó el Obispo de Córdoba en su Visita a la parroquial de San Miguel de Villanueva en 1720: En la Villa de Villanueva de Córdoba, a trece días del mes de julio de mil setecientos y veinte años: el Ilustrísimo Señor Don Marcelino Siuri, Obispo de Córdoba, del Consejo de su Majestad, en continuación de su Visita General de las iglesias de este Obispado, visitó la de esta Villa, y registró este libro, en cuya inspección mandó que los curas de ella, en adelante, en los bautismos que ejecutaren, después del propio nombre impuesto al infante (que ha de ser santo conocido y reconocido por tal en la Iglesia), no se le dé apellido de santo alguno, ni sus padres se expresen con apellidos de santo, si no es con los propios, de sus mayores, para que siguiéndose los mismos en los infantes y sucesores, se evite la equivocación y confusión que puede seguirse de no guardarse los apellidos propios del linaje.
Otrosí mandó dicho Señor Ilustrísimo no se imponga un nombre mismo a dos hermanos, aunque el primero sea difunto, ni se omita la común nota del día, y si se pudiera, de la hora de nacimiento del infante.
       Como en los libros de bautismos sólo se anotaba el nombre del niño, no sus apellidos, para saber cómo se transmitían los apellidos de generación en generación hay que recurrir a los de matrimonios, donde constaba el nombre completo de los novios y de sus padres. Los matrimonios celebrados en 1720, el mismo año de la visita fueron los siguientes:


       Entre los novios, nueve llevan los mismos apellidos (o apellido) que el padre; siete tienen alguna relación con los apellidos paternos o maternos; y catorce no tienen ninguna. Con las novias es más complejo aún: dos tienen los apellidos del padre, y cinco de la madre; once tienen alguna relación con los paternos, pero no completa, y trece no tienen ninguna concordancia. Quiere decirse que de los 29 matrimonios la mitad de los contrayentes portaba apellidos que no eran concordantes con los de sus padres. Esto no implica que los apellidos se impusieran de forma aleatoria, sino que además que transmitirse de padres a hijos también se hacía de abuelos a nietos. Además, he visto casos en que los apellidos del niño se debieron a alguno de sus padrinos e, incluso, he podido comprobar cómo la misma persona aparecía en distintas inscripciones (matrimonio o nacimiento) con dos apellidos distintos, cada uno correspondiente a uno de sus abuelos.
       Hay que hacer notar que aunque hubiese apellidos compuestos por varias palabras, se comportaban como si fuera uno solo, y así Díaz de Luna, Sánchez Fresco o Gutiérrez Blanco pasaban completos de padres a hijos o de abuelos a nietos.
       Para saber cómo se fueron transmitiendo los apellidos entre generaciones en los siglos XVII y XVIII, y si al final le hicieron caso al bueno de don Marcelino y acabaron por imponer a los niños los apellidos de sus padres, hemos analizado los matrimonios, estableciendo varias categorías:
* Concordancia completa del apellido (o apellidos) del hijo con el del padre.
* Concordancia parcial entre los apellidos del hijo y los del padre: por ejemplo, el hijo es "Fulano de Luna", y el padre "Mengano Díaz de Luna"; o viceversa.
* Idénticas categorías para con los apellidos de la madre.
* No existe relación entre los apellidos de los hijos y los de los padres.

       Se han tomado series quinquenales, dos de finales del siglo XVII y las otras tres desde mediados del XVIII. Los resultados hablan por sí solos:

Porcentajes de los distintos modos de transmisión de apellidos en Villanueva de Córdoba, 1673-1802

        Hasta mediados del siglo XVIII la mitad de las personas que se casaron tenían apellidos que en nada se relacionaban con los de sus padres, siendo más frecuente esto entre las mujeres que en los hombres. Esta costumbre disminuye en los matrimonios celebrados entre 1781-1785, es decir, de personas que nacieron entre 1750-1760, aumentando significativamente en este quinquenio las transmisiones de apellidos completos maternos, sobre todo en las mujeres.
        Los nacidos en la década de 1770, y que contrajeron matrimonio finales del siglo XVIII, ya tienen casi en su totalidad los mismos apellidos que el padre. Entre los 226 matrimonios del quinquenio he encontrado a cuatro personas que tenían dos apellidos, uno procedente del del padre y otro de la madre (nuestro modelo actual), pero son anecdóticos, lo que se adopta mayoritariamente es imponer al niño el apellido, o apellidos, del padre.
         Esto quiere decir que se tardó medio siglo en seguir la orden del Obispado referente a la transmisión de los apellidos, "los propios, de sus mayores". Ya se ha dicho que en la mayoría de casos sin relación entre apellidos de padres e hijos se debe a que éstos tomaron (o les dieron) el apellido de alguno de sus abuelos, que no tenía que ser preferentemente el paterno. Es a partir de 1770 cuando, al menos en Villanueva de Córdoba (creo que en el resto de villas de los Pedroches sería muy similar), los hijos toman el apellido del padre. Con la instauración del Registro Civil en 1871 se impuso obligatoriamente la doble procedencia paterno-materna de los apellidos de los recién nacidos.