La cruz es el símbolo cristiano por excelencia, pero no fue así en los tres primeros siglos de existencia de esta religión, en los que se usaron otros iconos (el pez, la paloma, el pavo real, espigas y vides). Debe considerarse también que la crucifixión era un castigo infamante, y sus seguidores no estaban al principio muy dispuestos a recordar que su líder hubiera muerto así. Tras el levantamiento definitivo de su prohibición a comienzos del siglo IV, la cruz comienza a aparecer en la iconografía cristiana. Primero está "desnuda" (es decir, sólo se representan los travesaños, no la imagen de Jesús), y a mediados del siglo V ya aparece "vestida" en la puerta de la Iglesia de Santa Sabina de Roma.
En la Hispania de los siglos VI-VII existieron dos tipos de cruz, derivados de la cruz griega en la que sus cuatro brazos tienen el mismo tamaño. Una es la potenzada, que tiene los extremos de sus brazos adornados por potenzas, piezas en forma de letra "T" mayúscula. La podemos encontrar en esta moneda acuñada por Leovigildo entre los años 568-586 en la ceca de Toledo (dado lo "rústico" del arte hispanogodo, también se podría considerar que es una cruz patada o ensanchada):
Este mismo tipo de cruz nos lo encontramos en el chatón de un anillo de bronce aparecido en los Pedroches. Es un sello con la cruz en el centro y cuatro "flores" orlándola. Este motivo decorativo compuesto por un punto rodeado de un círculo es muy frecuente en las placas de cinturón rígidas del siglo VI, pero muchísimo más raro en las placas articuladas de perfil liriforme del siglo VII. Por estos motivos consideramos que se puede datar al menos relativamente a este anillo en el siglo VI. En ambos laterales muestra unos adornos incisos en forma de espigas o palmas.
El otro tipo de cruz es la conocida como "patada", en la que sus brazos se estrechan al llegar al centro y se ensanchan en los extremos. Se encuentra en una de esas placas articuladas, también procedente de los Pedroches, que, por su forma, han recibido el nombre de "liriformes", y que los especialistas como P. de Palol o G. Ripoll encuadran en el siglo VII. Junto a la cruz se encuentran las letras alfa y omega, un símbolo cristiano extraído del Apocalipsis 1, 8: "Yo soy el Alfa y el Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso". Hay que hacer notar que la letra alfa no tiene el travesaño horizontal.
Parece interesante que este motivo cristiano por excelencia aparezca en elementos de la vida cotidiana, como anillos o hebillas de cinturones, y sería señal de que, al menos en buena parte de los habitantes de la comarca, el cristianismo era la religión asumida (el que aparezcan objetos litúrgicos como una patena en Majadaiglesia, donde es más que probable que existiera una iglesia, no es tan raro; lo que sí es muy extraño es que no aparezcan inscripciones de la época del baptisterio o de la patena, y sí una docena de romanas de los siglos I al III).
La cruz también nos la encontramos encabezando la lápida de Ilderico, un famulus Christi, siervo de Cristo, que fue enterrado en el año 665 en lo Alto los Barreros, un kilómetro al oeste de Villanueva de Córdoba. Fue descubierta por Ángel Riesgo, pero pasó a poder del ingeniero Manuel Aulló (de quien procede la foto que se publica), y de él al Museo Arqueológico Nacional, donde se encuentra actualmente en la sala de los visigodos.
(Fuente: Aulló Costilla, 1925)
Las cruces patadas que aparecen en algunos platos de vidrio depositados en sepulturas de esta época en la comarca, son asimismo muy interesantes, tanto por su posible funcionalidad como por la pieza en la que se encuentran.
En Hispania, desde la época romana era frecuente depositar objetos de vidrio en las sepulturas, costumbre que se mantuvo hasta al menos el siglo VII. Son de muchas formas: ungüentarios con un pequeño depósito y largo cuello para contener perfumes o esencias valiosas, vasos, jarros... Pero no platos; digo platos porque es la palabra que mejor encuentro para definirlos, porque como vasos, copas o escudillas no se pueden considerar.
(Fuente: Marcos y Vicent, 1998, 215.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario