“Intentar reconstruir este mosaico [el conjunto de los millares de
ciudades que conformaban el imperio romano]
es tarea difícil, y más aún demarcar los límites entre estas ciudades, ya que
son demasiados los factores de tipo natural… y de tipos humano e histórico...
que han influido en, y contribuido a, la formación de estas entidades y a su
ordenación espacial. No es sino utilizando todas las fuentes e indicios
disponibles que, a veces, logramos ganar una idea más acertada de la situación
existente en una región en una determina época histórica” (Stylow, 1985,
657). Por lo menos, vamos a intentarlo.
Para el caso concreto del
cuadrante NE de la provincia de Córdoba, el primer paso sería establecer qué
ciudades o municipios romanos tenían aquí su territorio, o parte de él, para
posteriormente intentar establecer las delimitaciones entre los mismos.
En el
tiempo de la conquista romana la actual comarca de los Pedroches estaría
integrada en una región denominada Beturia por Plinio y Estrabón. El pasaje de
Plinio (NH, III, 13-14)
es el que más datos nos ofrece de ella, de la que nos dice estuvo poblada por
dos etnias, los celtas y los túrdulos. Por las ciudades del texto de
Plinio se desprende que los Pedroches estarían en la más oriental, en la Baeturia turdulorum (algunos, basándose en
“evidencias” arqueológicas la sitúan el la Beturia céltica, cuestión sobre la que hay que
volver). Los límites de las Beturia de los túrdulos, en opinión de Stylow,
serían Sierra Morena al sur; Sierra Madrona y Sierra de Almadén al este; el río
Guadiana al norte y una línea aproximada entre Magacela y Llerena al oeste.
Comprendería las actuales comarcas de Los Pedroches en Córdoba; Valle de
Alcudia en Ciudad Real; Campo de Azuaga, de la Serena y de la Siberia Extremeña
en Badajoz (Stylow, 1991: 17-18).
De los oppida non ignobilia que cita Plinio en la Beturia túrdula, sólo Mellaria se encuentra en la actual
provincia de Córdoba (Mellaria se
sitúa en Cerro de Masatrigo, Fuenteobejuna, Córdoba). Arsa estaría en la zona de Azuaga (Badajoz); Migrobiga, cerca de Capilla (Badajoz); Regina, en Casas de la
Reina (Badajoz); y Sisapo,
ciudad a la que tradicionalmente se había ubicado en Almadén (Ciudad Real), la
documentación epigráfica la sitúa más al este, en La Bienvenida -Almodóvar
del Campo, Ciudad Real- (Fernández, Caballero y Morano, 1982-1983). Sosintigi presenta muchos más problemas para
poderla localizar, pues Plinio la sitúa claramente en el conventus Cordubensis, al norte del Guadalquivir y en la Beturia túrdula, pero los
documentos epigráficos relativos a ella la sitúan al sur de la Beturia : “Sosintigi incluso hay que buscarlo al sur del
Guadalquivir, en o cerca de Alcaudete, Jaén” (Stylow, 1985: 658-659). “Incluso cabe pensar que Plinio confundió las
localizaciones de Sosontigi/Sosintigi y Baedro/Baebro” (Stylow, 1985: 658, nota 6), pues es también es confusa la
mención que hace Plinio (NH, III, 10) sobre la ciudad de Baebro, que sitúa al sur del Guadalquivir. Pero la publicación
(Ocaña, 1962: 132) de una inscripción encontrada en El Viso (NW de Córdoba),
por la cual el ordo Baedronensis
decretaba los habituales honores tras la muerte de dos ciudadanos, hizo que la
práctica totalidad de estudiosos (Tovar, 1962; Stylow, 1985, 1987, 1991;
Iglesias, 1996) situasen el territorio de Baedro
en el NW de la actual provincia cordobesa (hacia El Viso – Hinojosa del Duque –
Belalcázar, esto es, al NE de Mellaria
y al W de Solia), aunque no existe
consenso sobre la ubicación concreta de su pomerio (Iglesias, 1996). Las
menciones expresas a la tribu Quirina hacen que se considere que Baedro es un municipio flavio (Stylow,
1987).
Resumiendo, las dos ciudades
romanas que citan, con mayor o menor precisión, las fuentes literarias y que
confirma la epigrafía (Mellaria y Baedro) hay que situarlas al norte de la
provincia de Córdoba. Ante esta escasez de datos hay que acudir, como indica
Stylow, a todo tipo de fuentes e indicios que puedan dar información sobre la
ordenación territorial en el cuadrante nororiental de Córdoba. De aquí se
desprende la importancia que, en este sentido, tiene el trifinio de Villanueva
de Córdoba.
El territorio objeto de estudio,
el NE cordobés, estaría ocupado, o al menos una parte de él, durante el periodo
romano-imperial por el ager de las
tres ciudades citadas en el trifinio de Villanueva de Córdoba: Sacili, Epora y Solia. También
debe considerarse el amplio territorio de Corduba,
que se adentraba hacia el norte (Cortijo, 1993: 216 y mapa en 217).
Sacili: (Martialis
para unos, Martialium para otros,
entre ellos Plinio) suele situarse junto al Guadalquivir, en el Cortijo de
Alcurrucén (Pedro Abad, Córdoba), lugar de un asentamiento desde la primera
mitad del I milenio a.C. Ya en periodo romano, es nombrada por Plinio (NH III, 10); por la epigrafía (CIL, II,
218) se conoce el nombre de dos duunviros, de la tribu Galeria, y una
flamínica, a quienes la curia local honró con los honores de laudación fúnebre,
pago de los costos, lugar de sepultura y estatua. Esto indica que obtuvo el
rango de municipio, probablemente de derecho latino, en periodo de César
(Cortijo, 1993: 189).
Epora: Tampoco hay discrepancias entre los estudios
para ubicar a Epora en la actual
Montoro (Córdoba), asimismo junto al Guadalquivir, aguas arriba de Sacili y a unos diez kilómetros de ésta.
La arqueología ha revelado una ocupación ininterrumpida en este lugar desde la Edad del Bronce, y su mismo nombre
es de origen prerromano.
El origen del topónimo ha generado
diversas opiniones, sobre “si es indígena ibero-turdetano o tiene otra
procedencia. A. Tovar sugiera que el nombre puede ser céltico. Por su parte, J.
M. Blázquez señala un origen indoeuropeo para los topónimos en –‘Hipo’–”
(Rodríguez, 1990: 217). A nuestro entender, existen numerosos paralelismos en
Hispania, la Galia
o Britania que indican que el topónimo Epora tiene un origen lingüístico
indoeuropeo. El nombre de Epora muestra
un ensordecimiento de la labial respecto a la posible forma original Ebora por
influencia autóctona ibérica, apareciendo como Ipora en la leyenda del dupondio
acuñado en esta ceca hacia el 50
a . C. (Álvarez, 1992: 197). Este topónimo pertenece a
una familia indoeuropea con base en el celta –aunque también se han visto
reminiscencias ilirias–; proviene del radical *eburo- “árbol del tejo”,
“ciprés”, derivado a su vez de la raíz
indoeuropea *ereb(h)- con significado de “tonalidad rojiza o marrón” (Pokorny,
1959: 334). Es un radical muy extendido por la Galia , Germania, Britania e Hispania: en la Bética , además de Epora
Foederatorum, se encontraban Ebora (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz) y
Ebura Cerialis (Alcalá la Real ,
Jaén); en la Lusitania ,
Ebora (Evora, Portugal) y Eburobrittium (Evora de Alcovaça, Portugal); la Ebora citada por Mela (3, 1)
en la región galaica, junto al Tambre; en territorio de los celtíberos existía
otra Ebora no lejana de Caesaraugusta; a
los carpetanos pertenecía Aebura, Yebra, Guadalajara (Díez Asensio, 1994: 82). En
los Comentarios a las Guerras de las
Galias de César encontramos igualmente etnónimos relacionados con este
elemento, como el pueblo de los eburones,
quienes destruyeron la guarnición romana de Aduatuca,
y los eburóvices; y antropónimos como
el eduo Eporedórix y el jefe helvio Caburo (BG, II, 3, 10. BG, III, 17, 3. BG, V, 24, 4.
BG, V, 25-37. BG, III, 17, 3. BG,
VII, 37, 2. BG, VII, 65, 2). En Gran
Bretaña estuvo Eburacum, la actual
ciudad de York. Dado el
característico color rojizo de la arenisca del Triásico tan peculiar de
Montoro, conocida popularmente como “piedra molinaza”, es probable que su
nombre derivase de ella y que Epora
viniera a significar “Ciudad Roja” en una lengua del tronco indoeuropeo.
Plinio (NH III, 10) la califica de federada, estatus que podría ser
consecuente con la actitud favorable de la ciudad a la causa romana durante la Segunda Guerra Púnica
(Rodríguez, 1990: 218). Plinio escribió su Historia
Natural en los años setenta del siglo I d.C., pero recurriría a
documentación más antigua, en concreto a una formula provinciarum incluida en los comentarios geográficos
elaborados por Agripa, y publicados por Augusto tras en muerte en el 12 d.C.
Poco después, también durante el reinado de Augusto, cambió su categoría
político-administrativa pasando a ser municipio, probablemente, de derecho
latino (Rodríguez, 1990: 226-234).
Solia: Ciudad
que no es nombrada en las fuentes literarias de la Antigüedad , se tuvo
conocimiento de ella a partir del siglo XVI gracias al trifinio de Villanueva
de Córdoba. Otra inscripción (CIL II2/7,770) descubierta en 1982 en la ermita
de Santa Eufemia (unos cinco kilómetros al este de la localidad homónima junto
al río Guadalmez, frontera septentrional de Andalucía) confirma su existencia.
Se trata de la inscripción funeraria de Sempronia
Viniopis, en la que se expresa su origo
como soliensis, con lo que se conoció
el nombre de la primera ciudadana de Solia.
Se data entre la segunda mitad del siglo I d.C. y la segunda del II d.C. Para
Stylow se trata de una mujer libre que parece ciudadana romana de primera o
segunda generación (Stylow, 1986: 250).
A pesar de que para Solia no contamos, como en el caso de Baedro, con menciones al ordo o tribu (por lo que ignoramos su estatus), Stylow considera que la
ciudad de Solia fue probablemente
también municipio (Stylow, 1985: 662), posiblemente consecuente a la reforma
flavia, como Baedro o Mellaria. En el Concilio de Iliberris, celebrado a comienzos del
siglo IV, firma las actas el presbítero de Solia,
Eumancius, “lo que
parece indicar que la ciudad alcanzó el rango de municipio” (Stylow, 1991:
18). Como se ha dicho ya en este blog, los estudiosos de la materia la sitúan
en Majadaiglesia, El Guijo. La tercera parte de las inscripciones romanas de
los Pedroches proceden de ahí, aunque falta por salir una que afirmara
rotundamente que fue en ese lugar donde tuvieron su residencia los solienses.