El tema central del 6º Salón del Libro de Pozoblanco, Grecia
y Roma, es motivo de alegría para los amantes de la historia (además de llenarnos de orgullo y satisfacción), pues la cultura grecorromana es la base de nuestra
civilización. Contribuyamos al conocimiento de este periodo en los Pedroches divulgando
una parte de él: las inscripciones latinas. Vamos con una de romanos.
Las
inscripciones que se han preservado de otras épocas son unos preciosos
testimonios primarios que nos han llegado sin intermediarios, directos, de las
sociedades que los generaron. Para una época en que la información disponible
no es muy abundante, como la romana, las inscripciones renuevan de forma
continua nuestra visión del mundo antiguo. La Epigrafía es la ciencia,
a caballo entre la arqueología y la filología, que estudia la escritura sobre
un soporte duro, normalmente piedra o metal.
A mediados del siglo XIX una
comisión de eruditos y sesudos señores alemanes, encabezada por Theodor
Mommsen, emprendía la tarea de realizar un corpus
de todas las inscripciones del periodo romano. Se entiende por corpus cualquier compilación o colección
de textos con un carácter monográfico; en este caso, se pretendía hacer un
compendio de todas las inscripciones latinas aparecidas en lo que fue el
Imperio Romano. Nacía así el Corpus Inscriptionum Latinarum, CIL para los amigos.
La obra se organizó
geográficamente, correspondiendo al volumen segundo las inscripciones
aparecidas en la antigua Hispania (la forma de representarlas es CIL II). De este segundo volumen se
encargó otro señor alemán no menos sesudo, Emil Hübner, que hizo un trabajo tan
bueno que ha sido la base de toda la investigación epigráfica hispánica durante
buena parte del siglo XX.
Con el paso del tiempo el número
de inscripciones romanas conocidas en la península fue aumentando
considerablemente, por lo que en 1995 se inició la segunda edición del CIL,
mientras la primera sigue en curso. En esta segunda edición el criterio de
clasificación ha sido por conventus,
un tipo de administración territorial romana con funciones judiciales, y de los
que había catorce en Hispania durante el imperio romano. A cada convento
jurídico se le ha adjudicado un número. En la dirección del equipo encargado de
realizar esta labor está, como no podía ser menos, un sesudo señor alemán,
Armin Ulrich Stylow, habiendo agrupado unas 21.000 inscripciones desde época
romana hasta la conquista musulmana. La Universidad de Heidelberg tiene una base de datos
epigráfica del periodo romano accesible por Internet, con más de 66.000
inscripciones catalogadas: http://edh-www.adw.uni-heidelberg.de/home
En la actualidad, sólo se han
publicado tres conventos de la segunda edición del CIL, entre ellos, con gran
suerte para nosotros, el Conventus Cordubensis,
en el que se encuadraba nuestra tierra, correspondiéndole el número 7. La forma
de representar las inscripciones halladas en él es: CIL II2, 7, … seguido del número de orden. (Si una
inscripción se encuentra en ambas ediciones del CIL, se representan ambas entre
el signo “=”. Por ejemplo, el trifinio embutido en la pared de la torre de San
Miguel de Villanueva de Córdoba tiene como código CIL II, 2349 en la primera
edición, y CIL II2/7,776
en la segunda.)
Entrada sobre el trifinio de
Villanueva de Córdoba en la primera edición del CIL.
La importancia de la epigrafía
para la historia de los Pedroches en el periodo romano es muy grande, pues
gracias a ella se conoció el nombre de dos ciudades de la época que no fueron
citadas por las fuentes literarias que se han preservado: Solia y Baedro.
Sobre las inscripciones del
nordeste de Córdoba, a comienzos del siglo XX el gran epigrafista español P.
Fidel Fita publicó varias que no estaban incluidas en el trabajo inicial de
Hübner, a partir del trabajo de campo de su corresponsal en la zona, el erudito
natural de Belalcázar D. Ángel Delgado.
En 1962 Juan Ocaña Torrejón y
Antonio Rodríguez Adrados hacían una compilación de las inscripciones conocidas
hasta entonces, tanto en municipios de los Pedroches en general como en el
yacimiento de Majadaiglesia en particular (Ocaña y Rodríguez, 1962). Fue un
trabajo encomiable, y aunque su bagaje cultura era inmenso, no eran
epigrafistas, y en sus lecturas hubo alguna errónea que se mantuvo en la
bibliografía de Majadaiglesia: por ejemplo, creyeron leer una lápida del siglo
VI cuando era al menos tres siglos anterior, error que se mantiene en un
artículo sobre el lugar del año 2008.
Mas como Stylow se encargó de las
inscripciones del Conventus Cordubensis,
estuvo por nuestra tierra viéndolas personalmente, lo que es garantía de
fiabilidad. Aunque el que su trabajo se publicase en 1986 en alemán no ha
contribuido a su difusión: Beiträge zur lateinischen epigraphik im norden
der provinz Cordoba. I. Solia. En la segunda edición del corpus de
inscripciones latinas, CIL II2, se incluyen todas estas
inscripciones analizadas por A. U. Stylow y las que hubiesen aparecido después
de la fecha de publicación de su artículo en 1986. (El estudio de Stylow está
en alemán porque lo publicó en la revista Madrider
Mitteilungen, editada por el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid. Esta
institución fue la que patrocinó la excavación en la basílica de El Germo,
cerca de Espiel, por lo que la arqueología del norte de Córdoba le está
doblemente agradecida.)
Como incluirlas todas las
inscripciones de la comarca en una entrada sería excesivamente largo, es
preferible hacerlo en varias, bien sea de una en particular como el trifinio de
Villanueva de Córdoba, bien todas las del yacimiento de Majadaiglesia, en El
Guijo.