En la exposición de motivos de la concesión se decía: “Estas construcciones constituyen un testimonio de los métodos y prácticas usados por las poblaciones desde la prehistoria hasta la época moderna, con vistas a organizar sus espacios de vida y trabajo sacando el máximo partido de los recursos naturales y humanos locales. Los muros de piedra seca desempeñan un papel esencial en la prevención de corrimientos de tierras, inundaciones y avalanchas, en la lucha contra la erosión y desertificación de terrenos, en la mejora de la biodiversidad y en la creación de condiciones microclimáticas propicias para la agricultura. Los depositarios y practicantes de este elemento del patrimonio cultural son las comunidades rurales en las que está profundamente arraigado, así como los profesionales del sector de la construcción. Las estructuras en piedra seca se realizan siempre en perfecta armonía con el medio ambiente y las técnicas usadas son un ejemplo de relación equilibrada entre el ser humano y la naturaleza.”
Es algo que incumbe de lleno a la comarca, pues las
cercas, como se conocen localmente, construida con la piedra local son uno de
los elementos más representativo del paisaje de los Pedroches orientales, especialmente
en los términos de Pozoblanco, Villanueva de Córdoba, Pedroche, Torrecampo y
Conquista.
Sobre su origen, función significado y evolución,
Bartolomé Valle Buenestado, el mejor conocedor de la geografía agraria de los
Pedroches, trató en su obra homónima, y también publicó un artículo en la
revista de feria de Villanueva del año 1991, que reproducimos al final por su
interés. Pero, antes de entrar en la materia del artículo valga algún pequeño
comentario.
Durante los siglos XVI al XIX las tierras muradas
con paredes de piedra tenían la función de delimitar ciertos espacios, en unos
tiempos en que convivían las propiedades comunales y las privadas, e incluso éstas
tenían algunas servidumbres. La extensión total de las superficies cercadas,
como se verá luego, era muy escasa.
En 1788 el rey Carlos III eliminó las trabas para
que los propietarios pudieran cercar sus parcelas. Con las desamortizaciones
civiles de mediados del XIX se modificó la estructura de la propiedad, y es a
partir de finales de ese siglo y comienzos del XX cuando comenzó a surgir la
amplia red de cercados que podemos ver en la actualidad.
En principio, fueron los pequeños y medianos
propietarios quienes cercaron sus propiedades (los grandes propietarios, de más
trescientas hectáreas, podían aprovecharse de la abundante mano de obra
existente). Con las tierras cercadas el ganado se mantenía dentro de los
límites, impidiendo que salieran de la propiedad o que otros entraran en ella; se
podía practicar a la vez la agricultura y la ganadería, impidiendo que los
animales entrasen en los sembrados; se planificaba el uso, guardando cercas de
hierba o bellota para su consumo posterior. También había un componente
simbológico, al afirmar la propiedad individual en el tiempo en el que se habían
comenzado a abandonar los seculares aprovechamientos comunitarios.
Además, se constituyeron en un nuevo hábitat muy
apreciado para numerosas especies de insectos o reptiles.
Su abundancia en la parte oriental de los Pedroches,
frente a su escasez en la occidental, se explica por el relieve plano; la
abundancia de materiales procedentes de la meteorización del batolito
granítico, que suponían una molestia para las labores agrícolas (que iban
siendo recogidos y acumulados en unos montones llamados “majanos”, que
sirvieron de rimero cuando se construyeron los cercados) y el componente
psicológico de propiedad que decíamos antes.
Dos años antes de que Carlos III eliminara las
trabas a la construcción de cercados, el 20 de febrero de 1786, el Concejo de
Villanueva recibía una orden del Corregidor de las Siete Villas por la que, por
mandato del Rey, tenían que remitirle una “certificación jurada que contenga el número de cercas o
de tierras particulares vecinos de esta villa o forasteros hacendados que
tengan tierras muradas o cercadas de piedra, con expresión de sus dueños,
cabida y lindes”. Tras
nombrar a unas personas peritas, el 11 de marzo se efectúa la “relación jurada del número de cercas y tierras de
particulares muradas”
que se le remitieron al Corregidor, y cuyos datos exponemos.
Se inventariaron 256 “cercas y tierras de
particulares muradas” pertenecientes a seglares. Su superficie se expresaba en
las medidas de la época, fanegas y celemines. Entiendo que se empleaba la
fanega del marco de Córdoba, equivalente a 6.121 metros cuadrados, algo menor
que la del marco de Castilla. El celemín era la doceava parte de una fanega de
cuerda, equivalente a unos 510 metros cuadrados.
En resumen, los 256 terrenos cercados de
particulares en Villanueva de Córdoba en 1786 ocupaban 2.620 celemines (133,64
hectáreas), apenas un 0,86% de las tierras adscritas jurisdiccionalmente a
Villanueva de Córdoba. Podemos comparar estas cifras con las que Bartolomé
Valle Buenestado (Geografía agraria de los
Pedroches, pág. 187) ofrece de Pedroche a mediados del siglo XVIII: había
300 cercados, pero ocupaban 553,2 hectáreas, un 5,27% de su territorio (aunque
en este caso también se incluyen los cercados pertenecientes a instituciones
religiosas).
La parcela media tenía una extensión de 10,23
celemines (5.220 metros cuadrados). La más pequeña solo tenía un celemín de
cabida (510 metros cuadrados, más o menos la vigésima parte de la extensión de
un campo de fútbol) mientras que la mayor tenía diez fanegas (algo más de seis
hectáreas).
Para el análisis hemos establecido cuatro grupos:
parcelas de uno a seis celemines; de siete a doce celemines; de una a tres
fanegas; y superiores a las tres fanegas.
El primer grupo de parcelas, con superficies
inferiores a los 3.000 metros cuadrados, suponía algo más del total numérico
(54,30%), aunque solo suponía la cuarta parte de la superficie total.
El segundo, con superficies de entre media y una
fanega (3.061-6.121 m2), era el más parejo en ambos parámetros,
pues era casi la tercera parte en cuanto al número total (32,81%) y
prácticamente lo mismo en la superficie (32,71%).
Las 26 parcelas con espacios de entre una y tres
fanegas (6.122-18.363 m2) eran pocas (10,16%),
pero suponían la quinta parte de la superficie (21,22%).
Por último, solo había siete cercados con más de
tres fanegas (más de 18.364 m2), suponían el 2,73%, aunque ocupaban otro quinto
de la extensión total (21,30%).
Extensión
|
Nº
|
% parcelas
|
Celemines
|
% superficie
|
1 a 6 celemines
|
139
|
54,30
|
649
|
24,77
|
7 a 12 celemines
|
84
|
32,81
|
857
|
32,71
|
13 a 36 celemines
|
26
|
10,16
|
556
|
21,22
|
Más de 37 celemines
|
7
|
2,73
|
558
|
21,30
|
Total
|
256
|
2.620
|
Estos cercados tenían en su tiempo un gran valor económico localmente. El 18 de enero de 1787 el Vicario de la Parroquia de San Miguel, Francisco Martínez Moreno, respondía al cuestionario del geógrafo Tomás López, y le decía que estaba haciendo un cerco para proteger un plantío de 2.500 olivos del ramoneo del ganado. También le comentaba lo siguiente: “Hay también en toda la circunferencia del pueblo más prados cercados, los más de pocas fanegas como 1, 2, 3 y poco más, echan mucha hierba en invierno, utilísima para la cría de becerros y de bueyes que engordan más, y se venden entonces a gran precio, y en esto hay su cierta granjería, y estos cercados son las posesiones de más valor en esta tierra”.
En cuanto a la situación de estos cercados, la
descripción de límites en la relación de 1786 no es tan precisa como la del
Catastro de Ensenada de 1752, pero en algunos nos permite conocer dónde estaban
ubicados estos terrenos cercados.
Así, nos los encontramos
inmediatos o colindantes al núcleo urbano, pues entre los linderos se citan las
“casas de Alonso Moreno”, “las casas de Juan del Castillo” o la “casa de Bartolomé
Pedraza”. Explícita es la mención a “una cerca de prado en el callejón que
nombran del Moral” (aparece también en el informe de encabezamientos de rentas
provinciales dado por el Cabildo local y fechado el 7 de enero de 1786). En otros
cercados se especifican las calles que lindaban con algunos de ellos, como “el
barrio del Cuartel” (actual calle Córdoba), el “sitio del Pozo de Nieve”,
“casas de la Cruz de Piedra”, “la calle Coloradas” (hoy calle Bailén), “casas
de la calle Pedroche”, el “callejón de la Fuente Grande” (actualmente ya calle
Luna), o los “corrales de la calle Pozoblanco”. Cuando el pueblo se fue
expandiendo estos terrenos murados se fueron edificando. Esto explica que en la parte más antigua del
pueblo (anterior a la expansión de finales del XIX) hay casas con muchos
cientos de metros cuadrados de extensión, que cuentan con varios patios o
huertos, con árboles, especialmente olivos, plantados en ellos, En la fotografía de abajo se observan en el perímetro formado por las calles Hermanos Martos, Cruz de Piedra, Ventura, Cañada Baja, Cerro y Parralejo:
(Fuente: Google Maps.)
Otros topónimos sitúan los cercados inmediatos al
“Egido de la villa” al sur de la misma; que lindan con “las viñas [del callejón]
de las Zahurdillas” o la Dehesa de Navaluenga, del caudal de propios de la
villa, al norte; “el pago de las viñas de Navalcaballo” al noroeste, o las
“viñas de la Cañada”, lo que hoy conocemos como Cañamalena, al este. Estos
pagos se encontraban como mucho a una distancia máxima de dos kilómetros del
casco urbano de entonces. Se constata también, gracias a estas descripciones,
que muchas las plantaciones de viñas se encontraban también próximas al pueblo.
CONSTRUCCIÓN DE LOS CERCADOS DE PIEDRA.
Creo que es interesante conocer cómo se construyeron
las cercas de los Pedroches. Para ello le he pedido su colaboración a un
especialista en la materia, Antonio Jurado Toril.
Me comenta que, en la zona de la saliega de sustrato
granítico, prácticamente todas las paredes no iban a piedra seca (o vana, como
se llama localmente), sino que se trababan con barro en sus dos tercios
superiores, lo que aumentaba su firmeza, estabilidad y duración, aunque también
incrementaba el precio hasta en un 30%. Así que una de las labores previas era
garantizar el suministro de agua para hacer el barro, construyendo un pozo en
caso necesario. En verano era usual hacer unas labores previas a la construcción,
acumulando piedras en una doble hilada (a lo que se denominaba “regar” las
piedras) donde se fuera a levantar la pared. Después, en invierno, el agua
superficial era fácilmente accesible, lo que le daba una mayor rapidez a los
trabajos.
La altura normal era de una vara y media (un metro y
cuarto) más la barda, una piedra ancha y plana que remataba la cerca. (Una
pequeña digresión literaria: en la primera parte de El Quijote, capítulo 18, tras el manteo de Sancho en la venta, le
decía su señor: “Y confirmo esto por haber visto que cuando estaba por las
bardas del corral, mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible
subir por ellas…”. Las
bardas también son citadas en la segunda parte. Fin de la digresión.)
Lo usual era trabajar en cuadrillas de tres
operarios. La pared se levantaba haciendo una doble hilada, a cargo cada una de
un oficial, mientras que el peón acarreaba las piedras, barro y demás
materiales para que los tuvieran a mano. Las piedras de tamaño medio y más normales
para el trabajo recibían el nombre de “coladas”. Los huecos más pequeños se
tapaban otras de dimensiones más reducidas, denominadas “ripios”.
La construcción se hacía con una pequeña inclinación
de un 5-10% más ancha en su base que en la cúspide (a esta diferencia se la
llamaba “arrastre”), lo que le daba más aplomo. La medida más estándar,
dependiendo siempre de los materiales disponibles, era una anchura en la base
de unos 50-60 cm., y unos 35 cm. en lo alto.
La pared se iba levantando por tramos conocidos como
“emparejos”, de unos 40-50 cm de alto; normalmente, el primer emparejo a iba a
piedra seca, sin trabazón de barro, parece ser que por cuestiones de rapidez,
pues para evacuar el agua en los lugares de escorrentía natural se dejaban unos
vanos, llamados albañales. De estar presentes, se colocaban en este primer
emparejo de la base unas piedras de gran tamaño que se conocían por “catanas”.
Para finalizar el emparejo se le colocaban unas pequeñas piedras planas
llamadas asimismo “emparejas”, para formar una plataforma lo más plana posible.
Albañal
Hecho el primer emparejo, se levantaban sobre él
otros dos más. Si había piedras del tamaño necesario, de tanto en cuanto se
situaban unas piedras alargadas transversales al eje de la pared (llamadas
codales) y que sobresalían de ella, para darle más firmeza estructural (también
son muy cómodos “saltaderos”).
Acabados los tres emparejos se colocaban las piedras
que remataban la obra, que ya hemos visto, las bardas, planas y algo más anchas
que el grosor de la pared, para proteger el tramo superior de la intemperie.
Catanas y codal
Dependiendo de la rapidez de acceso a los materiales
necesarios, una cuadrilla de tres trabajadores podía hacer unos 12 metros al
día, 15 metros en las mejores condiciones.
Glosario de construcción de paredes de
piedra en los Pedroches:
Albañal: hueco rectangular que se deja en la base de
la pared en lugares de escorrentía natural, para evitar el embalsamiento de agua.
Arrastre: diferencia de anchura entre la base, más
amplia, y las bardas, más estrecha.
Barda: piedra plana y algo más ancha que el grosor
de la parte superior pared, con la que se remata la obra.
Codal: piedra alargada que se coloca transversal al
eje longitudinal de la pared para darle más estabilidad.
Colada*: piedra de tamaño medio y más usual en la
construcción.
Catana*: piedra de grandes dimensiones, que se
coloca usualmente en la base.
Emparejas*: piedras planas y lisas que se colocaban
al final de cada emparejo para formar una base plana.
Emparejo*: cada uno de los tramos en que se iba
construyendo la pared, generalmente tres para llegar a la altura de vara y
media.
Majano: acumulaciones de piedras tras recoger las
que se encuentran en la superficie.
Paredero*: especialista en la construcción de
paredes (esta sería la grafía correcta, aunque tal y como lo pronunciamos es "paerero").
Regar: acumulación lineal de piedras, generalmente
en verano, previa a la erección de la pared.
Ripio: piedra de pequeñas dimensiones para rellenar
huecos.
(*: no aparecen en el DRAE o no tienen en él esta acepción.)
EPÍLOGO: BARTOLOMÉ
VALLE BUENESTADO, “LAS CERCAS DE VILLANUEVA (SOBRE SU ORIGEN Y SIGNIFICADO)”, REVISTA DE FERIA DE VILLANUEVA DE CÓRDOBA,
1991.
“Uno de los elementos más característicos del paisaje de los Pedroches
y, particularmente, de Villanueva, es la red de cercados que cubre una buena
parte de sus campos.
Desde el punto de vista agrario la mencionada red de cercas
constituye un ejemplo antológico de lo que comúnmente denominamos “paisaje de campos
cerrados”, y une a su espectacularidad
paisajística el atributo de estar dotada de una extraordinaria significación en
el contexto agrario de la comarca.
Una primera prueba al respecto la constituye la
distribución geográfica de los cercados en el interior de la comarca. En
efecto, dentro de ella se aprecia una clara oposición entre la subcomarca
occidental, en la cual las parcelas tienen sus lindes exentas de muros de
piedra, y la subcomarca oriental, en la cual aparece en toda su plenitud la
malla de cercados a la que anteriormente hacíamos mención.
Esta distribución geográfica es consecuencia del distinto
valor de los componentes ecológicos del medio, significadamente de la mayor o
menor aptitud agrícola de los suelos. Al respecto, ha de significarse que la
subcomarca oriental, la que comienza al este del meridiano de Pozoblanco y en
la cual está enclavada Villanueva, presenta unos suelos arenosos, ácidos y
pobres en materia orgánica, de reducida fertilidad natural y que exige entre
dos cosechas consecutivas un largo periodo de intermisión o reposo. Esta es la
razón por la cual las prácticas agrícolas han estado unidas, en la medida de lo
posible, a las prácticas pecuarias, a fin de dotar a las explotaciones agrarias
de un mínimo de solidez. Como más adelante veremos, ha sido esta circunstancia
la que ha propiciado la conformación de un paisaje agrario de dehesa cuyos
ingredientes más genuinos son, sin lugar a dudas, la encina y la cerca.
Así, pues, fueron surgiendo los cercados como un elemento
clave en la ordenación agraria de la comarca, si bien ha de precisarse que su
mayor concentración aparece en las áreas ocupadas por el granito, debido a la
facilidad que ofrecen los terrenos de saliega para proveerse de la piedra
necesaria para la construcción.
Asimismo, ha de significarse que su aparición y difusión
han estado muy condicionadas por circunstancias de tipo histórico y humano y
que su existencia es relativamente reciente.
En este sentido hemos de reparar en que la subcomarca a la
que nos estamos refiriendo se corresponde con la que históricamente se denominó
de las “Siete Villas de los Pedroches”, cuya capitalidad ostentaba Pedroche y
cuyo rasgo más destacado al efecto que nos ocupa era el de tener unos
amplísimos bienes de titularidad y aprovechamiento comunal.
En los términos municipales de estas villas coexistían, por
tanto, las tierras de propiedad privada y las de titularidad pública. Estas
últimas, bien en forma de bienes de propios y de bienes de comunes, eran objeto
de explotación por parte de la comunidad de vecinos y en las condiciones
previamente establecidos por los concejos.
Las tierras de propiedad privada eran objeto de
aprovechamiento particular, pero conservaban a favor de la colectividad una
serie de servidumbre tales como el aprovechamiento de bellota, la derrota de
mieses o la provisión de leña. La única forma que tenían los propietarios
particulares de sustraerse a las mencionadas servidumbres colectivas era, según
lo reglamentado en la época, cercando las fincas, condición previa para que el
titular de la tierra pudiera acceder a la condición de propietario pleno, es
decir, de aquélla, de los elementos del suelo y del vuelo (arbolado).
No es de extrañar, por tanto, que durante siglos existiera
en los particulares la voluntad de cercar o cerrar sus heredades. Pero ello no
siempre era posible, antes al contrario, ya que topaban con una doble
oposición: la de los vecinos de la localidad, que de consentir en el cercado
ajeno verían mercado su patrimonio colectivo en perjuicio propio, y la de los
vecinos de las villas adyacentes, ya que, como es sabido, las Siete Villas de
los Pedroches tenían su término indiviso, de manera que éstas y sus habitantes
también eran guardianes celosos en lo que a apropiaciones de tierras y
cerramientos de fincas se refiere.
Ello explica, en contra de lo que pudiera pensarse
inicialmente, que los cercados actuales tengan un origen relativamente
reciente. Un dato ilustrativo al respecto es que a mediados del siglo XVIII en
Villanueva de Córdoba solamente estaba cercado el 1,8% del término.
Fue a finales de este siglo cuando, al amparo de las
legislación promulgada por Carlos III, los propietarios gozasen de libertad
para cercar sus campos, si bien de un modo relativo, porque aunque relajadas,
continuaban vigentes las antiguas sujeciones comunales, las que imponían a los
propietarios de la tierra las servidumbres que anteriormente comentábamos, las
cuales no fueron derogadas hasta el año 1836.
Consecuentemente, los cercados comenzaron a difundirse a
partir de estos momentos, pero a un ritmo inferior al que cabría esperar. Tanto
es así que en la primera mitad del siglo XIX el predominio en todos los
términos municipales correspondía a la superficie no cercada, entre otras
razones por la gran extensión que aún ocupaban los terrenos comunales. Habrá
que esperar, por tanto, a la desaparición de éstos y a su conversión en propiedad
privada para asistir a la eclosión de la red de cercados que hoy contemplamos.
La privatización de los antiguos espacios ocupados por
bienes de propios y comunes, entre los cuales se contaban extensas y
significadas dehesas como la Jara, Navaluenga, Ruices, Navas del Emperador,
etc., se llevó a cabo en aplicación de la legislación desamortizadora emanada
de las Cortes en 1 de mayo de 1855, conocida como desamortización civil o desamortización de Madoz.
La desamortización civil, en un proceso de inusitada
duración, pues las ventas concluyeron a principios del siglo XX, supuso el
trasiego a manos de particulares de una ingente cantidad de tierra y propició
la aparición de unas explotaciones agrarias nuevas, a las que podemos denominar
dehesas nuevas para diferenciarlas de las dehesas
viejas, las que históricamente habían
sido de aprovechamiento común.
Para su puesta en explotación fue preciso, en muchos casos,
realizar faenas de acondicionamiento previo, entre las cuales destacaron las de
desmonte y despedregado. Las segundas constituyeron el aprovisionamiento de
materia prima para la construcción de cercas, pues era práctica común limpiar
la besana y amontonar las piedras en majanos que luego servirían de rimero.
La generalización de los cercados, independientemente de
las posibilidades que ofrecía el medio, estuvo favorecida por la integración de
los aprovechamientos agrícolas y ganaderos en el seno de una misma explotación,
a cuyo fin las cercas eran un elemento de gran utilidad en orden a la custodia
del ganado, al aprovechamiento escalonado de los pastos y a la coexistencia de
cultivos y ganadería.
Igualmente, las cercas se erigieron en un elemento de
afirmación de la propiedad privada, lo cual era de suma importancia habida
cuenta de la pervivencia del recuerdo comunal que gravitaba sobre muchas de las
fincas, y de visualización de la misma, al tiempo que le permitía acogerse a
las facultades que reconocía el recién promulgado Código Civil a las
propiedades privadas en general y a la cerca en particular.
Con todo, el fenómeno de los cercados no afectó por igual a
todas las explotaciones, sino que tuvo mayor difusión en las de tamaño inferior
a 300 hectáreas. Cabe preguntarse porqué no se extendieron en igual medida
sobre las grandes explotaciones agrarias. La razón puede encontrarse en que
mientras para las primeras eran indispensables para la viabilidad económica de
las mismas, en las segundas su gran extensión superficial permitía la
contratación de una mano de obra ajena a la explotación, máxime teniendo en
cuenta que ésta era abundante y barata y que además se contaba con un gran
aliado en el régimen de aparcería. Por ello los propietarios latifundistas no
estimaron necesario recurrir a la construcción de cercados, al menos de
inmediato.
Durante lustros la situación permaneció inalterable. Sin
embargo, en los años sesenta del presente siglo acontecieron cambios notables,
relacionados con el incremento del nivel de vida de la población española y,
consecuentemente, con la emigración o éxodo rural.
Las explotaciones agrarias extensivas entraron en una
profunda quiebra al faltarle su tradicional aliado: la mano de obra abundante y
barata a que hacíamos referencia más arriba. La crisis tuvo su mayor incidencia
en las explotaciones latifundistas, especialmente en las ganaderas, que fueron
las que acusaron de modo más intenso la pérdida de mano de obra y el
encarecimiento de los costes de producción. Y ambos problemas, que no los
relativos a la necesaria modernización de las explotaciones, trataron de paliarse
mediante la construcción de una nueva red de cercados.
La construcción de alambradas, cuya función era ahora
claramente la de servir de “pastor inerte”, cobró un ritmo vertiginoso a partir
del año 1965, el cual estuvo justificado, en primer lugar, por una evidente
necesidad y, en segundo lugar, por la ayuda que prestaron organismo oficiales
como el IRYDA, entendiendo, con razón, que estos cercados eran un aspecto
básico para la mejora de las fincas.
Culminó así un proceso que hiende sus raíces en los siglos
precedentes, y que tuvo su máxima intensidad en el último tercio del siglo XIX
y primero del XX. Su concreción en el espacio ha sido una red de cercas,
convertida por muchas razones en uno de los componentes culturales más
emblemáticos del paisaje de la mitad oriental de los Pedroches,
significadamente de Villanueva de Córdoba.”