El museo de Historia de Villanueva de Córdoba cuenta con una
interesante vitrina de la etapa “hispanogoda”. No se trata de grandes piezas
arquitectónicas, sino de pequeños objetos de la vida doméstica o del mundo
funerario. Son en concreto una quincena de piezas cerámicas (jarros sobre todo,
pero también ollas y platos); collares; platos de vidrio, tan peculiares de los
Pedroches; el fragmento de una inscripción en mármol del siglo VII; y numerosos
pequeños bronces, en su mayoría pertenecientes a broches de cinturón. No son
objetos tan espectaculares como canceles o placas decoradas, pero su estudio
puede permitirnos conocer datos de la economía, de la producción, del comercio
de las personas que los usaron, y hasta de sus rituales y sus modas.
Valga como ejemplo un broche de cinturón conservado en el
museo, con número de inventario 1765. Es de pequeño tamaño, 6,2 cm de longitud por 3,5 cm de anchura máxima, y
un peso de 39 gramos.
Se trata de un broche rígido, en el que la placa y la hebilla están fundidas en
una sola pieza. La hebilla tiene forma oval, mientras que la placa es
rectangular, con un espacio para un cabujón central, y decoración biselada que
surge desde el mismo hacia los vértices y laterales. Cuenta con dos escotaduras
en la parte de la hebilla que se une a la placa; en el centro de la misma
cuenta con un orificio circular para insertar el hebijón, hoy perdido. La parte
posterior tiene cuatro pequeñas arandelas para asirlo al cuero.
Los broches de este tipo han sido estudiados por Joan Pinar
en sus tesis, a los que denomina “Broches de placa rígida rectangular con
decoración biselada: tipo Cástulo”. Además del broche de Cástulo que da nombre
al tipo, este autor cita otros nueve ejemplares similares, que unidos al del
Museo de Villanueva suponen once para el total de la península. De
ellos siete proceden de Soria, Segovia y Salamanca. Solo dos, el prototipo de
Cástulo y el depositado en el Museo de Villanueva de Córdoba, se encuentran en
la antigua Bética.
[Broche tipo “Cástulo” procedente de Estebanvela, Segovia,
datada en las dos últimas décadas del siglo VI.]
(Fotografía de José María Espallargas Herrera en http://ceres.mcu.es/)
Sobre
este tipo “Cástulo” escribe el especialista Joan Pinar (p. 156 de su tesis): “La morfología general de este
grupo de broches puede ponerse en relación con el contexto formal marcado por
las piezas de tipo Sucidava y sus variantes, originarias del Mediterráneo
oriental y que circularan y serán imitadas por todo el espacio mediterráneo a
mediados y durante la segunda mitad del siglo VI. Al mismo tiempo, su forma
rectangular y su decoración indican vínculos estrechos con los grandes broches
articulados con decoración biselada de mediados del siglo VI hallados en
Hispania y la Galia
meridional”.
Los broches tipo Sucidava son
broches de cinturón en bronce de origen bizantino. Están hechos en una sola
pieza, con hebilla rectangular y placa perforada:
(Fotografía de Katalin Escher, Plaques-boucles byzantines et apparentées de la période VIe-VIIe siècle trouvées en France, https://rae.revues.org/8164?lang=en )
Como se puede observar en la fotografía de arriba,
ambos tipos (las bizantinas Sucidava y las hispanas Cástulo) comparten el ser
rígidas, formar la hebilla y la placa un único cuerpo, y tener la hebilla
cuadrada. También, como observa J. Pinar, el tipo Cástulo está relacionado con
grandes broches con decoración biselada de mediados del siglo VI, pero que no
son rígidos, sino articulados (la hebilla y la placa son partes independientes
que se articulan con un pasador), como este procedente de Uxama, Soria:
(Zeiss, 1935, lámina I.)
El broche de Cástulo que da nombre al tipo es el
único que ha aparecido contextualizado, y de cuyo estudio se pueden inferir
algunos datos. Apareció en una tumba de la necrópolis de la Puerta Norte, y se data en el
último tercio del siglo VI:
(Fotografía: Bautista Ceprián del Castillo en http://ceres.mcu.es/)
Como el de Villanueva es de tipo rígido, pero se diferencia
de él en su modo de unirse al correaje, con cuatro clavitos que mantenían sujeta
una plaquita de hierro en su superficie inferior. Este es un modo de sujeción
más antiguo (como se puede observar en el broche articulado de Uxama) que el de las
arandelas del broche de Villanueva, que es el modo usado en los broches de tipo
liriforme; quizá esto indique que el broche del Museo de Villanueva sea algo
más reciente que el de Cástulo, aunque no demasiado, datándose quizá ambos en
el mismo tiempo, las tres últimas décadas del siglo VI. Como me comentaba
amablemente Joan Pinar, este tipo de broches como el de Villanueva son “una
especie de ‘fusión’ de rasgos de los broches articulados con decoración incisa
y los broches de placa rígida”.
La hebilla del broche de Villanueva también se aparta del
estándar del tipo, pues no es cuadrado (derivado del tipo bizantino Sucidava),
sino ovalado, al estilo de los broches de cinturón articulados “germanos”.
Lo interesante de este broche es el tiempo en que se
fabrica. Es en la época en que Leovigildo y su hijo Recaredo están intentando
imponer su autoridad, creando un estado central fuerte con capital en Toledo,
una monarquía que toma como modelo la del Imperio bizantino y en la que no
caben diferencias étnicas o religiosas que puedan suponer disensiones y
enfrentamientos al poder real. Es por eso que Recaredo ordenó que los godos
abandonaran su tradición arriana en el III Concilio de Toledo (año 589),
convirtiéndose en masa al catolicismo: la corona buscaba una alianza con la
jerarquía eclesiástica para afianzar su poder. Pero no todos los godos lo
aceptaron con alegría, y alguna parte de la aristocracia reaccionó en contra.
La primera rebelión estuvo encabezada en 587 por el obispo
Suna de Mérida y un noble llamado Segga, siendo ambos derrotados y exiliados.
En Toledo fueron la reina madre Goswinta (madrastra de Recaredo) y el obispo
arriano Uldila quienes se rebelaron; el obispo fue exiliado y la Goswinta murió sin
conocerse las causas. Tampoco tuvo suerte la encabezada por Argimundo, dux de la Cartaginense, que fue
descalvado y encerrado de por vida en un monasterio. En el noreste, en la Narbonense, los
protagonistas fueron el obispo Araloco y los condes Granista y Wilgiderno los
que encabezaron una guerra civil que provocó numerosas bajas, siendo sometidos
por el dux Claudio. Los rebeldes le
pidieron ayuda a los francos, y, curiosamente, éstos se la prestaron, a pesar
de que eran católicos como quería serlo Recaredo: o sea, católicos apoyando a
herejes arrianos en contra de otro rey católico. (Ya se lo dijo Lobo Lobate a
Cabrín Cabrate: ante la necesitate, no hay pecate…)
Como ya postuló Zeiss en 1935, el cambio de las modas de
vestuario que se producen a finales del siglo VI (se abandona la tradición
germana de broches cuadrados y articulados, para imponerse los de origen
bizantino, como los rígidos y los liriformes y sus derivaciones) puede deberse
al cambio de mentalidad que se produce tras el III Concilio de Toledo. Para la
monarquía ya no hay godos arrianos e hispanorromanos católicos, sino súbditos
con igualdad de deberes para con ella.
Las fuentes literarias muestran una cierta oposición a la
conversión por una parte, quizá pequeña, de la nobleza y elite religiosa (la
mayor parte de obispos arrianos se pasó con armas y cartucheras al catolicismo,
manteniendo su rango). No sabemos qué ocurrió entre la mayoría de descendientes
de “germanos” pertenecientes a clases inferiores. Su poder de oposición no
debía de ser mucho, pero acaso algunos lo demostraran de otro modo. Frente a
los nuevos cinturones que tenían sus precedentes en el Mediterráneo oriental,
el del Museo de Villanueva parece una “reacción” ante ellos, manteniendo el
diseño clásico germano articulado (placa cuadrada y hebilla oval), aunque con
las “innovaciones tecnológicas” propias de los últimos años del siglo VI:
rígida y con pequeñas arandelas que sustituyen a los remaches en las esquinas
para asirlo al cuero. Un cinturón, en definitiva, con el que alguien
pretendiera mostrar orgulloso su origen “germano” en esos convulsos tiempos de
cambio y de disolución de etnicidades. Es solo una hipótesis.
(Mi agradecimiento para Gabriel Duque, Concejal de Cultura
de Villanueva de Córdoba, y David Rey y Eva Vacas, voluntarios que están trabajando en el
Museo de Villanueva de Córdoba. Y mi reconocimiento expreso para Joan Pinar y
Fernando Pérez Rodríguez-Aragón por su amabilidad y compartir sus
conocimientos.)