En el dolmen de Las Agulillas

viernes, 3 de abril de 2015

Población de las Siete Villas de los Pedroches: 1557-1657

     Hace ciento cuatro años que Juan Ocaña Torrejón publicaba su Historia de la Villa de Villanueva de Córdoba, y con total propiedad se le puede considerar como el Heródoto jarote, el Padre de la Historia local. Recuerdo que en cierta parte de su obra, al mostrar los impuestos y arbitrios pagados en el siglo XVIII, el pobre se disculpaba por parecer prolijo y ofrecer tantos datos. Y es que en aquellos tiempos, a comienzos del siglo XX, las cuestiones que primaban en los estudios históricos eran de orden político o institucional; lo importante era saber la lista de reyes godos (en su defecto, la de alcaldes). Esta perspectiva varió con la aparición de nuevas disciplinas como la Arqueología o la Prehistoria, y, sobre todo, con el establecimiento de nuevos postulados teóricos, entre los que destaca la escuela de los Annales.
     Con esta nueva tendencia historiográfica se valoraron y analizaron otros aspectos relacionados con la economía, con la sociedad, con los distintos estamentos sociales, etc. Se buscaba, en fin, una historia total. Y en esto Juan Ocaña Torrejón fue un auténtico adelantado a us tiempos, anticipando en su obra lo que décadas después aparecería en Europa como la nueva manera de entender la historia.
     Entre la abundante documentación del siglo XVIII que aporta Ocaña Torrejón hay numerosos datos sobre la población local. En esta entrada vamos a tratar de esta misma materia pero a nivel comarcal, sobre la evolución del poblamiento de las Siete Villas de los Pedroches, y en un periodo anterior al que aportó Ocaña, desde mediados del siglo XVI a mediados del XVII. (Si no se indica lo contrario, los datos de la población se han extraído de la obra de José I. Fortea Pérez Córdoba en el siglo XVI: las bases demográficas y económicas de una expansión urbana, Córdoba, 1980. Los cálculos, tablas, gráficos y análisis son de cosecha propia.)

Consideraciones previas: esto no es una ciencia exacta.

     Cualquiera que se haya acercado al estudio de la población durante la Edad Moderna sabe que hay una serie de cuestiones que son dificílmente manejables.
     En primer lugar, en los censos de la época no se reflejaban los habitantes, "las almas", sino los "vecinos", personas que vivían en una localidad y contribuían en sus gastos. Podría considerarse a "un vecino" como "una unidad familiar", pues en Aragón la palabra utilizada era "hogar". Para convertir estos vecinos en personas hay que emplear un coeficiente multiplicador, materia que ha generado un gran debate sin alcanzar un consenso generalizado, pero que oscila, según cada estudioso, entre 3,5 y 4,5 personas por cada vecino.
     En el análisis de la evolución de la población nos valen los simples datos de los vecindarios, pero si queremos intentar elaborar unas tasas (en las que es imprescindible conocer el número de habitantes), sí hay que tener en cuenta este coeficiente, pues según se aplique una cifra u otra las variaciones pueden ser del 20%.
     En segundo lugar, estos datos no fueron consignados por un organismo equivalente a nuestro Instituto Nacional de Estadística con el fin de dar a conocer el número de habitantes, sino por personas y organismos diferentes con muy distintos motivos, siendo el principal el fiscal.
     Pero el tercer problema, y mucho más trascendental, es la misma fiabilidad de los censos, pues a veces se encuentran datos y cifras completamente inexplicables: para el caso de Villanueva de Córdoba en el censo de 1591 (publicado en 1829 por don Tomás González, y muy empleado tradicionalmente por los historiadores) la localidad contaba con 452 vecinos. Sin embargo, el año siguiente, 1592, se procedió al repartimiento de las alcábalas que había que satisfacer, y en él hay 574 vecinos. Una variación del 27% de un año para otro no tiene una explicación fácil; quizá en el censo de 1591 se hubiesen mantenido las cifras de años anteriores, mientras que en el repartimiento de alcábalas, como era algo que había pagar, se hubiese actualizado por completo. Es una hipótesis.
     "Más que su empleo [de los censos], lo que hay que rechazar es la falta de crítica y prudencia en sacar conclusiones a partir de documentos tan imperfectos sin un previo contraste de su posible fiabilidad, que obligará en ocasiones a rechazar algunas de estas fuentes" (Eiras, 1975, 361). Para salvar este escollo se cuenta con una poderosa herramienta, los registros parroquiales. Como escribía un pionero de la demografía española, Jordi Nadal, "las actas de bautismos, entierros y matrimonios reflejan, en efecto, el pulso diario de una población".

     Los bautismos registrados en Villanueva de Córdoba para el periodo 1575-1620 se muestran abajo:



      Se comprueba que la tendencia lineal de este tiempo es de un claro incremento de los nacimientos; la media móvil para cinco años (línea roja) refleja algunos momentos de estancamiento o incluso recesión, como en la primera mitad de las décadas de 1580, 1590 y 1600. A partir de 1605, y durante una década, vuelve la tendencia a la subida, para cambiar a un franco descenso en el último quinquenio del periodo.
     El método usualmente empleado para comprobar la verosimilitud de los censos es establecer las tasas de natalidad, partiendo de las series de bautismos parroquiales. Magnitudes del orden del 35 a 45 por mil son perfectamente factibles; e incluso algo superiores, si se observa que la serie de nacimientos se presenta en franco ascenso. (En los Pedroches se pueden realizar este tipo de tasas en Villanueva de Córdoba o Pedroche, que cuentan con los archivos parroquiales, pero no así en Pozoblanco o Dos Torres, antigua Torremilano de las Siete Villas, al haberse destruido durante la guerra civil.)
     Para intentar evitar las variaciones interanuales, que tan claramente se aprecian en la gráfica, la tasa de natalidad se establece a partir de la media de nacimientos de once años, teniendo como central el año censal. Hay también que transformar los vecinos en habitantes, y como las distintas autoridades emplean distintos coeficientes de conversión (y todas ofrecen buenos argumentos), he empleado dos multiplicadores, 3,5 y 4,5 habitantes por vecino.
     Para el decenio de 1584-1594 contamos con seis fuentes censales de Villanueva de Córdoba, con cifras, como apuntábamos, muy diferentes de unos pocos años a otros.


     Las tasas de natalidad que resultan a partir de esos datos de nacimientos y población son las que nos pueden indicar cuáles de los censos son más fiables: las de 1584 (44-34 por mil) y 1592 (48-37 por mil, según el coeficiente aplicado) son perfectamente acordes a las que se esperarían para este tiempo. Ambas proceden de las averiguaciones de alcábalas.
     Otras, como las de 1587 (52-40 por mil) y 1594 (53-42 por mil) no son desorbitadas, podrían ser posibles; pero la primera contrasta demasiado con el censo de 1584, mientras que las cifras del segundo no son tan discordantes con las del de 1594.
     Hay otro grupo que ofrecen unas tasas de natalidad difícilmente creíbles, como el censo de Tomás González de 1591: 61-47 por mil no son cifras admisibles, además de tremenda disparidad con el del año siguiente, cuyas tasas de natalidad sí tienen niveles admisibles. En el informe de los concejos sobre la producción de paños de 1588 los vecindarios de todas las villas están sospechosamente redondeados con cifras que acaban en cien o cincuenta.
     Mostramos con diferentes colores estas tasas: verde para las probables, violeta las posibles y rojo para las poco creíbles. Puede observarse que los censos que ofrecen poblaciones que mejor se ajustan a las series de nacimientos son las procedentes de las averiguaciones de alcábalas.
(Un apunte antes de continuar. Las alcábalas fueron una de las principales fuentes de financiación de la Corona de Castilla. Teóricamente consistían en un porcentaje sobre las ventas, pero la dificultad del cobro hizo que durante el tiempo que estudiamos se procediese al encabezamiento: se estipulaba una cifra que había de satisfacer cada ciudad y pueblo, para lo cual era necesario realizar un repartimiento entre las personas obligadas a hacerlo.)

Población de las Siete Villas de los Pedroches, 1557-1657.

     En 1553 Villanueva de Córdoba y Añora adquieren la condición de villa. Hasta entonces los componentes demográficos de Villanueva, por ejemplo, habían estado incluidos dentro de los de su villa matriz, Pedroche.
     De las distintas fuentes demográficas que se conocen para este periodo hemos seleccionado las que me parecen más ajustadas a la realidad: las declaraciones de alcábalas de 1557-1561; las averiguaciones de alcábalas de 1590-1595 (rechazamos el censo de Tomás González de 1591, o el ofrecido por los concejos en 1588 por las razones expuestas arriba); y la declaración de vecindad de cada villa de 1657 para el repartimiento de los frutos de la Dehesa de la Jara. (Dos pequeños apuntes sobre este censo: primero, dada la finalidad del mismo la población de cada villa debía ser aprobada por el resto, lo que le confiere gran credibilidad. Segundo, creía que cíclicamente cada padrón municipal se iría renovando, pero no fue así. Los datos de 1657 se siguieron empleando en Villanueva de Córdoba en 1685 o en Pozoblanco en 1690. El análisis del Libro de Actas de Juntas de la Dehesa de la Jara revela que fue en la sesión de 10 noviembre 1657 donde se dieron por primera vez esos datos de población.)
    Desde 1561 hasta 1657 la población conjunta de las Siete Villas de los Pedroches aumento en un 121,68%, a un ritmo de 2,26 por mil anual:
 


     En el balance de este siglo dos municipios lo tuvieron negativo en cuanto a demografía: Torrecampo (con una pérdida del 1,6 por mil anual) y, sobre todo, Pedroche, que a mitad del XVII contaba sólo con la mitad de vecinos que cien años antes. De significar el 25% en el cómputo total comarcal en 1561 pasó al 10% en 1657, perdiendo vecinos con una cadencia del 5,3 por mil cada año.
     Añora tiene un crecimiento moderado, de casi el cinco por mil anual, mientras que Alcaracejos y Torremilano aumentan muy levemente, entre el 1 y el 2,7 por mil anual.
      En el otro platillo de la balanza se encuentran Pozoblanco y Villanueva de Córdoba. La primera se había convertido en la localidad más poblada de los Pedroches, con la cuarta parte de los efectivos comarcales, creciendo a un ritmo de 9,2 por mil anual. Sin embargo, el mayor incremento de orden cualitativo lo tuvo Villanueva de Córdoba, que durante este siglo (y con algún altibajo como comentamos antes) creció con la espectacular cifra de un 15,4 por mil cada año.





      Lo dicho es válido para el siglo de estudio 1561-1657, aunque si analizamos cada municipio empleando el censo intermedio de 1590-1595, se comprueba que esta evolución fue muy dispar.


     La población de Alcaracejos creció muy moderadamente durante la segunda mitad del XVI, manteniéndose casi estática durante la mitad del siguiente. La de Añora creció con más vigor también en estos mismos tiempos.
     Pedroche muestra un declive en todos los interestadios, siendo más acusado también en la segunda mitad del XVI. Pozoblanco, en cambio, se muestra al alza durante todo el siglo, igualmente con mayor porcentaje entre 1561-1592.
     Torrecampo es la única que muestra un comportamiento diferente en cada periodo: hasta finales del XVI aumenta su población, pero desciende a un ritmo del cuatro por mil anual desde entonces.
     La de Torremilano siguió incrementándose en 1561-1592, aunque durante la primera etapa del XVII se mantiene casi estacionaria.
     Villanueva de Córdoba presenta dos etapas que también contrastan dentro de lo que es un decidido incremento: la primera tiene un crecimiento que puede calificarse de prodigioso: veinte por mil cada año; entre 1592-1657 su aumento se reduce al ocho por mil que, de todas formas, se convierte en el más elevado de las siete villas durante la primera mitad del siglo XVII.
     En la capital cordobesa el crecimiento de su población se mantuvo durante el siglo XVI hasta 1570-1580, cuando comienza a declinar para estancarse durante el siglo XVII. Este modelo no es válido para la totalidad de las Siete Villas de los Pedroches, cuyas cifras reflejas procesos muy distintos entre ellas. Alcaracejos, Añora, Torremilano y en cierta medida Torrecampo sí se adecúan al proceso de la capital cordobesa (aunque no coincidan las fechas): crecimiento hasta finales del XVI, y estancamiento en el XVII. Pedroche pierde población desde mediados del siglo XVI, y Pozoblanco y Villanueva continúan creciendo durante todo el siglo estudiado, y a un fuerte ritmo.
     Esto es algo muy interesante para analizar, pues la población de las Siete Villas era muy homogénea y tenían una fuente de recursos que debían gestionar todas ellas en común, la Dehesa de la Jara. Así que esas diferencias entre la evolución de la población de cada localidad quizá haya que buscarlas en la conjunción de varios factores que interactúan entre sí:
     * La dispersión del poblamiento, con seis villas agrupadas en el sector occidental y sólo una, Villanueva de Córdoba, en la mitad oriental (Conquista nace tras una provisión de Felipe II de 07-08-1579, con unos componentes demográficos escasos; Cardeña, con Azuel y Venta del Charco, se independiza de Montoro en 1930, aunque su población era mayoritariamente natural de Villanueva de Córdoba).
     * Los "vecinos", los señoríos de Belalcázar y Santa Eufemia que constriñen por el oeste a la mayoría de las villas, las seis occidentales; hacia saliente, sin embargo, estaba la extensísima mitad norte del término de Montoro, deshabitada, y con la que pronto se hicieron mancomunidades para su aprovechamiento de las gentes de los Pedroches (especialmente por las de Villanueva de Córdoba, que eran las más cercanas).
     * De las dos anteriores se deriva la potencialidad productiva del territorio, tanto propio como circundante, que es mucho mayor en el este de los Pedroches.
     * Las diferentes estrategias de adaptación al medio empleadas por cada villa, entendiendo esta adaptación no sólo desde la perspectiva ecológica, sino también económica y social.
     Sólo así se explica que en la aridez demográfica del XVII Pozoblanco y Villanueva de Córdoba siguieran creciendo durante su primera mitad a un ritmo, alegremente moderado, del siete y ocho por mil, respectivamente. Creo que los habitantes de estos dos lugares supieron hacer valer algo dependiente del azar y tan sencillo como su situación (respecto a las otras villas y al territorio en general, incluidos los "vecinos"), y que emplearon dos estrategias distintas, pero ambas acertadas, como reflejan los datos de su población. Esto merece tratarse de forma aparte en otra entrada.