En el dolmen de Las Agulillas

jueves, 9 de enero de 2014

Un vaso merovingio en el norte de Córdoba

Ya puestos, continuamos con los merovingios. La placa de cinturón de tradición aquitana no es el único objeto característico del norte de los Pirineos que se conoce en el norte de Córdoba del periodo en que los francos dominaban casi toda la Galia tras derrotar a los godos.


       Umar ibn Hafsún fue una pesadilla para los gobernantes omeyas de Córdoba. Era muladí, es decir, musulmán pero descendiente de una familia aristocrática nativa. Durante casi cuatro décadas mantuvo en jaque a los emires desde su fortaleza de Bobastro (Málaga), donde construyó una iglesia al convertirse al cristianismo. Murió en el año 917, y su hijo siguió resistiendo desde Bobastro hasta el año 928, en que fue derrotado por Abderramán III.
       Un par de meses despues de la conquista del castillo, el futuro califa visitó Bobastro, y ordenó exhumar el cadáver de ibn Hafsún. Cuenta la Crónica anónima de Abdal Rahman III al-Nasir que pudieron confirmar su apostasía: "Sus miserables despojos aparecieron enterrados, a la manera cristiana, sin duda alguna, ya que el cadáver fue hallado mirando al oriente y con los brazos cruzados sobre el pecho".
       De estos hechos se pueden extraer varias conclusiones:
* Existían en al-Andalus diversos rituales de enterramiento, que estaban en función de la cultura o civilización a la que pertenecía cada cual.
* Los diferentes rituales eran conocidos y reconocidos por los contemporáneos.
* El ritual funerario, como rito de paso, pone en relación al difunto con el mundo de los vivos, o más en concreto con una parte determinada de él, con la que se identifica y se reafirma.
       Estos barruntos son un preámbulo para intentar argumentar lo que sigue.

       En 1975 D. Virgilio Romero Moreno entregaba en el Museo Arqueológico de Córdoba tres objetos que había encontrado en el interior de una tumba encontrada en la finca "La Indiana", Adamuz. (El término de este municipio se extiende por las estribaciones meridionales de Sierra Morena, colindando con los Pedroches). Se trataba de un cuenco (nº inv. 28387) y una olla con asa (nº inv. 28386), ambos de barro:

y un vaso de vidrio (nº inv. 28385) con una peculiar fisonomía: un cuerpo campaniforme con una acusada carena en su parte inferior y un botón redondo remantando el fondo. Tiene 10,5 cm de altura y 6,5 cm de diámetro en la base:
(Las fotografías de los tres objetos son de Guadalupe Gómez Muñoz:

       En la ficha descriptiva de este objeto


que se encuentra en la Red Digital de Colecciones de Museos de España puede leerse lo siguiente:
"...
Descripción: Vaso de época visigoda soplado al aire en vidrio color verdoso. Presenta una forma muy particular, caracterizada por una base convexa con pivote o apéndice acabado en una pequeña bola. La pared se estrecha en su mitad inferior, para luego diverger en una boca cuyo diámetro supera al de la base. El borde está engrosado redondeado.
Contexto cultural/estilo: Periodo visigodo...
Clasificación razonada: Por el contexto en que se halló la pieza -ajuar funerario de una tumba de época visigoda- poco podemos indicar acerca de su función original además de su carácter de ajuar funerario; quizá se trate de ungüentario o bien una lámpara. En todo caso es un elemento que requiere de otro para su sujeción o posición vertical debido al carácter inestable de su base...".

       De este tipo de vaso de vidrio sólo se tiene constancia en toda la península de este ejemplar encontrado en Adamuz, siendo por el momento un unicum (Blanca Gamo, 2008, 484), pero es de sobra conocido en el norte de Francia y Bélgica, siendo denominado en francés "gobelet caréné". Es, de hecho, el objeto más significativo de las tumbas del periodo merovingio en esos sitios durante el siglo VI: estos gobelets carénés "constituent la production la plus communément rencontrée dans nos tombes mérovingiennes [de Bélgica]" (Janine Alenus-Lecerf, 1995, 65). Tipológicamente, se adscriben a la forma Feyeux 52, (es decir, Jean-Yves Feyeux es el autor de una tipología para los vidrios de época merovingia en el norte de Francia, y que se usa como referente para objetos similares). Es una forma que se desarrolla sobre todo en el siglo VI, como se aprecia en el cuadro tipocronológico siguiente para los vidrios merovingios del norte de la Galia:

(Patrick Périn, 1995, 147.)

       Como "Quelques cimentières fournissent de petits lots de gobelets carénés, éventuellement susceptibles d'illustrer l'évolution du vase" (Alenus-Lecerf, 1995, 65), se ha comprobado que las formas más antiguas corresponden a gobelets rechonchos (relación alto/diámetro de 1,46 de media) de silueta campaniforme, donde el apéndice tiene forma de gota, bien redondeada y cubierta de vidrio opaco y blanco. Posteriormente, el botón se estrecha, a la par que se observa una elongación del vaso, que se hace más esbelto (relación alto/diámetro de 1,84 de media).
       Los vasos carenados campaniformes se encuentran decorados muy frecuentemente, los más antiguos, los rechonchos, con aplicaciones de vidrio opaco, y los más modernos, los esbeltos, con decoración a molde; algunos de este tipo, esbeltos, no cuentan con ningún tipo de decoración. En los ejemplares más recientes se pierde el botón terminal.
       En función de sus dimensiones, ornamentación y cronología, Janine Alenus-Lecerf (1995) ha establecido cinco categorías para estos vasos carenados campaniformes hallados en las tumbas merovingias de Bélgica, cuyas dimensiones nos han servido para establecer la relación alto/diámetro:

A) Vasos carenados rechondos decorados con vidrio opaco.
B) Vasos carenados esbeltos decorados a molde.
C) Vasos carenados esbeltos sin decoración.
D) Vasos altos carenados cilíndricos.
E) Vasos carenados sin apéndice terminal.

       En el dibujo siguiente se muestran las distintas formas de gobelets carénés del periodo franco encontrados en las sepulturas de Bélgica:

(Alenus-Lecerf, 1995, 80.)

       Hay que incidir en que esta forma de vaso de vidrio es muy frecuente en las zonas tradicionales de dominio franco, en el NW de Francia o Bélgica, pero muy escasos en el resto de la antigua Galia. En Aquitania, en el cuadrante SW (Foy y Hochuli-Gysel, 1995, 158), sólo se conocen cuatro ejemplares. Igual ocurre en la Francia mediterránea, la antigua Septimania que se mantuvo bajo dominio visigodo, donde Danièle Foy asegura que sólo puede garantizar la presencia de este tipo en dos sitios, donde fueron descubiertos los botones terminales esmaltados de los vasos (Foy, 1995, 205).

       El vaso carenado encontrado en la sepultura de Adamuz presenta todas las características formales de la forma Feyeux 52, con su botón terminal bien patente y redondeado. La relación entre su altura y el diámetro de la boca es de 1,48, similar a la de los vasos rechonchos más antiguos de las sepulturas francas en Bélgica (forma A del dibujo anterior). Pero, al contrario que ellos, no presenta decoración en su cuerpo, o al menos no se aprecia en la fotografía, y tampoco se puede adscribir por sus dimensiones al grupo C, de vasos esbeltos sin decoración. También es característico de los vasos más antiguos de las tumbas belgas una decoración por la aplicación de filamentos de vidrio opaco sobre el botón, lo que no observo en la fotografía del vaso carenado de la tumba de Adamuz.
       ¿Dónde se fabricó? Hay dos opciones: en el norte de la Galia, donde se empleaban usualmente, o por Córdoba, donde se encontró. En el primer caso debería de haber viajado más de dos mil kilómetros, a lomos de caballerías, por caminos -donde los hubiere- de herradura. El tiempo transcurrido habría sido de dos meses o más, pues los clientes de Oppila tardaron casi un mes en traer su cadáver desde las tierras vascas hasta su Villafranca natal, cerca del Guadalquivir (y supongo, dadas las circunstancias, que irían con rapidez). Si un objeto tan frágil como un vaso de vidrio logró hacer ese viaje desde las tierras bañadas por el Sena o el Rin hasta Sierra Morena, cabe denominarlo como heroico. Pero aunque su forma sea igual, no tiene la decoración de hilos aplicados de vidrio opaco (o al menos eso parece en la fotografía) que sí poseen sus hermanos de las tumbas belgas. Eso abre las puertas a que fuera fabricado por un artesano hispano, siguiendo las instrucciones del cliente.
       El profesor Ángel Fuentes ha planteado la existencia en la península durante estos siglos (IV al VII d.C.) de talleres ambulantes, de artesanos que iban por pagos y aldeas recogiendo vidrio usado o roto y fabricando nuevos productos (Fuentes, 2006). Me parece una idea muy bien traída, pues no sólo explicaría la existencia de este vaso carenado en el norte de Córdoba, sino también las docenas de cuencos de vidrio que abundan por las tumbas de este tiempo de los Pedroches, y que están ausentes en las necrópolis del resto de Córdoba.
       Siendo el objeto más característico y peculiar de las sepulturas merovingias, ¿qué hace algo así en una tierra tan alejada de la monarquía franca, como el norte de la provincia de Córdoba? En las necróplis al sur de los Pirineos como Aldaieta, cuyos contenidos nada tienen que ver con el resto de sepulturas de la península y sí con las aquitanas, no aparecen estos recipientes. La que fuera directora del Museo Arqueológico de Córdoba, Ana María Vicent, y Alejandro Marcos opinan que indica relaciones comerciales entre el norte de la Bética con Renania, Bélgica o el norte de Francia (Marcos y Vicent, 1998, 213).
       Ya hemos visto en el blog que estas "relaciones comerciales" son un comodísimo cajón de sastre para meter lo que no se conoce o no se comprende, además de una postura ideológica (porque lo es) apriorística de una corriente arqueológica. Algo imprescindible para el comercio es que haya gente dispuesta a comprar productos (la demanda, vamos), y la zona donde apareció el vaso es proverbial hoy en día por su alejamiento; no consta que en la Hispania Tardía hubiese un gran poblamiento, pues ni el relieve ni la orografía son favorables a las prácticas cerealísticas tradicionales. El que aparezca un objeto tan peculiar en ciudades comerciales como Tarragona, Cartagena o Sevilla pudiera explicarse precisamente por el comercio, pero en este caso no creo que se pueda aplicar. Si este objeto hubiese aparecido en un lugar de hábitat, como en la cocina de una casa del siglo VI, también podrían invocarse las relaciones comerciales, pero dado el contexto donde se encontró, una sepultura, creo que deben descartarse definitivamente.
       No sabemos a quién se inhumó en esa tumba, o cuál era su procedencia, pero sí podemos comprender que al depositar en su última morada los objetos típicos que se encuentran en una sepultura merovingia, se pretendió hacer una relación entre el cadáver y el mundo o la cultura (llámese como se quiera) merovingio, del mismo modo que Umar ibn Hafsún se hizo enterrar como cristiano para vincularse a la fe de sus ancestros (y, de paso, fastidiar a los Omeyas). La única relación lógica que encuentro es que el finado se enterró como un franco porque era franco.
       También es evidente que la principal pega al argumento es que los francos habitaron, sobre todo, en el norte de la Galia, a unos cuantos miles de kilómetros de Córdoba. Mas una cosa es que aparezca una placa de cinturón que podría ser un trofeo de guerra y otra un ritual tan cargado de simbolismo como es un enterramiento.
       Algo que creo que apoya este argumento es que por Adamuz y los Pedroches transitó desde épocas romanas hasta el califato de Córdoba la principal vía, la más rápida y cómoda, para comunicar Toledo con el valle del Guadalquivir, el camino de la Plata, y que las (escasas) fuentes documentales de la época cuentan continuadas relaciones entre las monarquías goda y merovingia, con intercambios matrimoniales como los matrimonios de los hijos de Leovigildo con princesas francas. Hermenegildo y su esposa Ingunda debieron ir por él para dirigirse a Sevilla, por ejemplo. Quien se enterró en la finca de La Indiana, Adamuz, podría haber sido el miembro de un sequito o una embajada que hubiese muerto en el trayecto, o quizá un franco enemistado con su rey que encontró refugio y cobijo en Sierra Morena. (Juan Ocaña nos recordaba en la historia de Villanueva de Córdoba a un soldado francés herido antes de la Guerra de la Independencia que se encontraba de paso, y que fue cuidado y protegido por las autoridades locales tras el conflicto.)
       Sea quien fuera, nos dejó constancia de su existencia con este peculiar vaso campaniforme carenado del Museo Arqueológico de Córdoba, el único que podemos ver en un museo español.