“Perdido entre el
arroyo el Valle, de solitarias y abruptas márgenes, y el camino arenoso de la Loma de la Higuera , se encuentra en
los matorrales serranos, en uno de los bravos parajes de la Sierra Morena , el
arcaico castillo de Sibulco, de ciclópeos muros, que han persistido desafiando
la inclemencia de los tiempos; resto venerable por sus años, bajo cuyas
murallas y recintos destruidos acaso se ocultan claves de las incógnitas de que
se halla plagado el albor de la historia de España” (Carbonell, 1926,
478-479).
Hace un año mi movilidad estaba bastante reducida, y disponiendo de tiempo de sobra surgió la idea de crear este blog de historia de los Pedroches, el cuadrante nororiental de la provincia de Córdoba. El motivo básico ya se expuso, el desinterés de los investigadores por esta zona al considerar que los yacimientos del norte cordobés son muy inferiores, en cantidad y calidad, a los de la Campiña y Subbética. Es cierto que en el Neolítico, Bronce o Roma éstos son mucho más abundantes y ricos, pero hay periodos (Calcolítico, Hispania Tardía) en que los yacimientos de los Pedroches son muy superiores a los de sus homólogos del sur cordobés. Y existen otros que son únicos en la antigua Bética y que, cualitativamente, no tienen nada que envidiar a un santuario ibérico. No se trata de ir contra nadie, sino de vindicar lo propio; el ninguneo, debido al desconocimiento e injustificado, molesta.
Para celebrar el primer aniversario traemos al blog uno de estos yacimientos; en puridad, no es una novedad, pues ya fue publicado en 1926, pero sí es una primicia su interpretación, de lo que se trata: un altar rupestre de sacrificios: Sibulco.
La primera vez que vi el castillo de Sibulco fue hace 33 años. El lugar forma parte del límite entre dos grandes propiedades, las Pilillas y la Loma de la Higuera. El cerro en el que se se levanta Sibulco
se encuentra en el término municipal de Montoro (Córdoba), a unos 22 km -en línea recta- al NW de esta localidad y a 18 al SE de Villanueva de Córdoba. A un kilómetro y medio al este discurre el camino viejo entre Montoro y Villanueva por la Loma de la Higuera, coincidente con la calzada romana que unía las localidades de Epora y Solia (Majadaiglesia, El Guijo)
A los pies del cerro discurre el arroyo de igual hidrónimo, Sibulco (afluente del arroyo del Valle, tributario a su vez del Arenoso y éste del Guadalquivir por su margen derecha), que lo bordea al norte y al oeste, siendo la cara de poniente la que presenta una orografía más abrupta. A unos doscientos metros al NE de la cúspide del cerro existe hoy en día una fuente con agua todo el año, en un pequeño regajo procedente de las Pilillas (este topónimo, las Pilillas, proviene de las sepulturas excavadas en la roca existentes en el lugar, por su similitud con las pilas de piedra que sirvieron tradicionalmente para lavar la ropa en los Pedroches).
Administrativamente, Sibulco se encuentra en el término de Montoro, mas entendemos que se sitúa en esa porción serrana de ese municipio que, administrativamente dependiente del mismo desde época romana, se agrega desde un punto de vista ecológico, geográfico, económico, demográfico e histórico a la comarca natural del NE cordobés, los Pedroches, y que se caracteriza por el plutón granodiotírico que la surca. Es por tanto en este ámbito donde debe estudiarse este yacimiento, más que en atribuciones basadas en las delimitaciones territoriales actuales. Precisamente, si su nombre, Sibulco, se mantuvo a lo largo de los siglos fue porque "desde el norte al él llegaba la tierra explotada por los hombres, y gracias a ello pudo conservarse al menos el nombre de aquel montón de ruinas ciclópeas hasta nuestros días" (Carbonell, 1926, 475.
El lugar perteneció a los bienes comunales de Montoro hasta las desamortizaciones civiles de mediados del XIX, por medio de las cuales grandes extensiones de los mismos pasaron a manos de propietarios de Villanueva de Córdoba. Es a partir de este momento cuando se ponen en cultivo, empleando la misma técnica que se había empleado durante siglos en los Pedroches: adehesamiento mediante el descuaje del matorral para favorecer la producción de pastos. Con esto se conseguía un aprovechamiento múltiple agro-silvo-pastoril.
Hasta entonces fue un bosque mediterráneo en pleno clímax, como muestra la observación realizada en las libretas de campo de los trabajos topográficos realizados en 1871 para elaborar el primer mapa a escala 1:50.000 de España. Al realizar la medición del arroyo de Sibulco, el operador, Topógrafo 2º Bernardo Maté, comentaba: "Este regajo es de muy poca importancia y no ha sido posible llevar el itinerario por su orilla por inaccesible y por el mucho monte, y sólo se ha hecho por indicar la dirección".
La primera referencia sobre el yacimiento de Sibulco es de 1926, y procede del incansable ingeniero de minas Antonio Carbonell Trillo-Figueroa, quien
observó que el nombre que daban los lugareños al “Castillo de Sibulco” no
coincidía con el topónimo que figuraba en la primera edición de 1893 de la hoja
882 a escala 1:50.000 del Instituto Geográfico y Estadístico, “Sibusco”,
(errata que se ha mantenido en las sucesivas ediciones cartográficas). Desde entonces la erosión, la instalación de mallas cinegéticas y la repoblación de pinar en la posguerra han alterado la fisonomía del lugar desde que lo visitara Carbonell, por lo que es pertinente utilizar los croquis que realizó.
Carbonell nos describe un cerro fortificado, con defensas constituidas por cuatro recintos amurallados de fisonomía irregular, ya que su construcción se encuentra determinada por la morfología del terreno, aprovechando los escarpes naturales y completando la obra con lienzos de murallas compuestos por grandes bloques de granito colocados en seco y calzados con otros más pequeños. Definía a estas murallas como "ciclópeas", y esa es la impresión que dan, pues hay bloques de granito canteados de dos metros de longitud y un peso aproximado de 7,5 Tm.
Las diferencias constructivas entre los distintos recintos son ostensibles. Los dos más alejados de la cúspide del cerro (de unos 70 y 45 m de lado, respectivamente), parecen "más bien cercas defensivas que elementos amurallados propiamente dichos... Por el contrario, los amurallamientos del primeros y del segundo recinto aparecen claros" (Carbonell, 1926, 471).
En la cúspide del cerro aflora un potente canchal granítico diaclasado labrado por la mano humana que, por su singularidad, merece un tratamiento aparte. Veamos ahora la interpretación del lugar y su encaje con los datos y procesos históricos que conocemos, comenzando por el propio nombre.
Etimología.
También de la Loma de la Higuera procede la lucerna tardoantigua conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Isidoro de Sevilla explicaba en sus Etimologías (XV, 2, 1 y ss.) que existían distintas unidades de poblamiento en el ámbito rural:
* Los castra (castros), lugares en alto con defensas militares en los que residían los soldados.
* Los castella (castillos), con características semejantes pero de menor tamaño, y con derecho restringido de residencia.
* Los oppida o plazas fortificadas, donde los pueblos guardaban sus riquezas; no tenían, sin embargo, el estatus jurídico de las ciudades.
* Los vici (aldeas), sin murallas, compuestos por casas y calles.
* Los pagi, población diseminada en caseríos, que sería la forma de vida más común en los campos.
Por las inmediaciones de las Pilillas y la Loma de la Higuera son perceptibles villares de buen tamaño, restos de hábitat antiguos de edad y categoría desconocida. Por la documentación de Riesgo podemos dar por supuesto la existencia de un número relativamente considerable de pagi, que habrían tenido en Sibulco su punto fuerte donde guarecerse o poner a salvo sus pertenencias en situaciones bélicas, aunque ignoramos cuál pudo ser su estatus jurídico.
El santuario rupestre.
En la cúspide del cerro aflora un gran canchal de granito, "encima del cual hay una especie de sitial, toscamente labrado, como puesto de vigía de aquella toca obra defensiva" (Carbonell, 1926, 478), con cuatro escalones tallados en un gran peñasco redondeado por la erosión.
La escalinata está orientada en dirección este-oeste, a poniente las escaleras y a saliente las oquedades.
A tenor de una de las inscripciones halladas en
él (CIL II 2395 e), parece
que quedan pocas dudas de la función sacrificial del altar rupestre y de las
cubetas de Panóias:
Para celebrar el primer aniversario traemos al blog uno de estos yacimientos; en puridad, no es una novedad, pues ya fue publicado en 1926, pero sí es una primicia su interpretación, de lo que se trata: un altar rupestre de sacrificios: Sibulco.
La primera vez que vi el castillo de Sibulco fue hace 33 años. El lugar forma parte del límite entre dos grandes propiedades, las Pilillas y la Loma de la Higuera. El cerro en el que se se levanta Sibulco
se encuentra en el término municipal de Montoro (Córdoba), a unos 22 km -en línea recta- al NW de esta localidad y a 18 al SE de Villanueva de Córdoba. A un kilómetro y medio al este discurre el camino viejo entre Montoro y Villanueva por la Loma de la Higuera, coincidente con la calzada romana que unía las localidades de Epora y Solia (Majadaiglesia, El Guijo)
A los pies del cerro discurre el arroyo de igual hidrónimo, Sibulco (afluente del arroyo del Valle, tributario a su vez del Arenoso y éste del Guadalquivir por su margen derecha), que lo bordea al norte y al oeste, siendo la cara de poniente la que presenta una orografía más abrupta. A unos doscientos metros al NE de la cúspide del cerro existe hoy en día una fuente con agua todo el año, en un pequeño regajo procedente de las Pilillas (este topónimo, las Pilillas, proviene de las sepulturas excavadas en la roca existentes en el lugar, por su similitud con las pilas de piedra que sirvieron tradicionalmente para lavar la ropa en los Pedroches).
Administrativamente, Sibulco se encuentra en el término de Montoro, mas entendemos que se sitúa en esa porción serrana de ese municipio que, administrativamente dependiente del mismo desde época romana, se agrega desde un punto de vista ecológico, geográfico, económico, demográfico e histórico a la comarca natural del NE cordobés, los Pedroches, y que se caracteriza por el plutón granodiotírico que la surca. Es por tanto en este ámbito donde debe estudiarse este yacimiento, más que en atribuciones basadas en las delimitaciones territoriales actuales. Precisamente, si su nombre, Sibulco, se mantuvo a lo largo de los siglos fue porque "desde el norte al él llegaba la tierra explotada por los hombres, y gracias a ello pudo conservarse al menos el nombre de aquel montón de ruinas ciclópeas hasta nuestros días" (Carbonell, 1926, 475.
El lugar perteneció a los bienes comunales de Montoro hasta las desamortizaciones civiles de mediados del XIX, por medio de las cuales grandes extensiones de los mismos pasaron a manos de propietarios de Villanueva de Córdoba. Es a partir de este momento cuando se ponen en cultivo, empleando la misma técnica que se había empleado durante siglos en los Pedroches: adehesamiento mediante el descuaje del matorral para favorecer la producción de pastos. Con esto se conseguía un aprovechamiento múltiple agro-silvo-pastoril.
Hasta entonces fue un bosque mediterráneo en pleno clímax, como muestra la observación realizada en las libretas de campo de los trabajos topográficos realizados en 1871 para elaborar el primer mapa a escala 1:50.000 de España. Al realizar la medición del arroyo de Sibulco, el operador, Topógrafo 2º Bernardo Maté, comentaba: "Este regajo es de muy poca importancia y no ha sido posible llevar el itinerario por su orilla por inaccesible y por el mucho monte, y sólo se ha hecho por indicar la dirección".
(Trabajos topográficos en el término de Montoro; Cuaderno nº 2, Zona nº 5, itinerario 6. Fechado el 25 abril 1871. I. G. N.)
(Castillo de Sibulco. Según A. Carbonell, 1926, 470.)
(Planta del castillo de Sibulco. Según A. Carbonell, 1926, 474).
Etimología.
El vocablo Sibulco es indudablemente de origen indoeuropeo. Un gran lingüista, Antonio Tovar, consideró que proviene del vocablo celta olca, "tierra de labor". Según el especialista Jaime Díez Asensio (1994, 84) está relacionado con el elemento indoeuropeo -olka, derivado de la raíz *qwel-, con idea de "terreno cercado, dehesa", vinculado con el significado del antiguo término castellano huelga, "terreno acotado junto a la vivienda". El término "dehesa" tiene el mismo origen: derivado del vocablo latino tardío "defensa", implica un terreno acotado y aclarado de matorral para dificultar los ataques por sorpresa de enemigos y poder practicar labores agrarias con mayor facilidad y seguridad por la cercanía. Se coincide en un origen etimológico indoeuropeo (recordemos que uno de los escasos grupos de lenguas que no pertenecieron al gran tronco indoeuropeo fue el de las ibéricas del sur y levante peninsular).
Topónimos relacionados con el elemento –olka son Obulco (Porcuna, Jaén), Octaviolca
(Cantabria) y Titulcia, cerca del río
Tajuña. También aparece en el étnónimo Olkades. Este pueblo, extendido por las estribaciones meridionales del Sistema Ibérico, es citado por Polibio (III, 33,9) entre
las tropas mercenarias indígenas de las guerras púnicas (“Las tropas que pasaron a
África la proporcionaron los tersitas, mastianos, oretanos, iberos y ólcades…”), y fueron los
primeros en ser atacados por Aníbal en el 221 a. C. antes de su campaña contra
Sagunto (Tito Livio, XXI, 5, 3). La ciudad de Ilurco (Cerro de los
Infantes, Pinos Puente, Granada) situada por Plinio (NH III, 10) en la
Bastetania, puede adscribirse también a esta etimología. Relacionados con este
mismo radical, Julio César (BG VI, 24, 2; VI, 31, 5) nombra en la Galia a los volcas tectosages, que se establecieron en la orilla germana del
Rin, y a Catuvolco, rey de los eburones.
En cuanto al primer elemento del nombre, Si-, en el ámbito turdetano hay abundantes nombres iniciados en Sis-, como la ciudad de Sisapo. Pero al carecer de la segunda ese me planteé si tal vez podría derivar de la raíz indoeuropea *segh- "vencer" / *seghos- "victoria", y que en la Galia y Germania produjo topónimos con base *Sieg- "victoria". (El hidrónimo Singilis, procede de la misma raíz.) Le planteé esta hipótesis a don Jaime Díez Asensio y, sin que me la confirmara, al menos no la consideró radicalmente descabellada. Si esto fuera así, podríamos traducir a Sibulco como "Dehesa de la Victoria".
En cuanto al primer elemento del nombre, Si-, en el ámbito turdetano hay abundantes nombres iniciados en Sis-, como la ciudad de Sisapo. Pero al carecer de la segunda ese me planteé si tal vez podría derivar de la raíz indoeuropea *segh- "vencer" / *seghos- "victoria", y que en la Galia y Germania produjo topónimos con base *Sieg- "victoria". (El hidrónimo Singilis, procede de la misma raíz.) Le planteé esta hipótesis a don Jaime Díez Asensio y, sin que me la confirmara, al menos no la consideró radicalmente descabellada. Si esto fuera así, podríamos traducir a Sibulco como "Dehesa de la Victoria".
Recinto fortificado.
Las imponentes murallas son, a primera vista, lo más característico de Sibulco. En las alineaciones de las construcciones se aprovecharon los elementos naturales del terreno, que en algunos lugares condicionaron la construcción. La obra de la naturaleza se completó en los lugares más expuestos con paramentos compuestos por grandes elementos, sin cemento ni mezcla alguna entre ellos.
Las imponentes murallas son, a primera vista, lo más característico de Sibulco. En las alineaciones de las construcciones se aprovecharon los elementos naturales del terreno, que en algunos lugares condicionaron la construcción. La obra de la naturaleza se completó en los lugares más expuestos con paramentos compuestos por grandes elementos, sin cemento ni mezcla alguna entre ellos.
Construcciones de este tipo son frecuentes en la antigua Bética, y su origen es bastante controvertido. Para algunos autores estos recintos coinciden básicamente con las turres Hannibalis citadas por Plinio (NH II, 181), y que habrían sido tomadas por los indígenas de los púnicos, quizá con el objetivo de proteger el tránsito minero. Para otros, los nativos habrían tomado estos modelos "ciclópeos" de la arquitectura griega (Vaquerizo, 1999, 31-33; 49-52). Tras estudiarse algunos recintos de este tipo en el sur de la provincia de Córdoba se consideró que fueron realizadas hacia los siglos IV-III a.C. por pueblos iberos indígenas, aunque quizá fueran reutilizados por los cartagineses (J. Fortea y J. Bernier, 1970). Sin embargo, investigaciones posteriores vinieron a indicar la inexistencia de este tipo de recintos fortificados durante el horizonte ibérico pleno de mediados del siglo V a finales del IV a.C., y los trasponen a épocas anteriores o posteriores, bien al siglo VI a.C. o incluso a época romana, estando en relación con la actividad minera (P. Ortiz y A. Rodríguez, 1998, 270; A. Rodríguez y P. Ortiz, 1989, 62).
En El Higuerón (Nueva Carteya, Córdoba) se apreciaron dos recintos, uno exterior (que podría ser según unos del 400 a.C., y para otros de finales del siglo VI o comienzos del V a.C.), y otro interior con sillares almohadillados, fechado en la segunda mitad del siglo I d.C. De todo lo expuesto se desprende que existen dos momentos diferentes en la construcción de este tipo de recintos formados por grandes mampuestos, y que no son pertinentes las generalizaciones sobre su origen basándose sólo en el aspecto ciclópeo de la construcción.
Fuera construido por los tartesios, iberos, púnicos o romanos, el "castillo" de Sibulco continuó siendo usado en el periodo de la Hispania Tardía. En la zona de la Loma de la Higuera Riego localizó una treintena de sepulturas en diez agrupaciones, de podrían haber correspondido a otros tantos pequeños pagi. No fueron las únicas sepulturas encontradas en la zona, las tapas de otras fueron empleadas para formar pesebres para el ganado:
(M. Aulló, 1925, lámina XVI.)
Isidoro de Sevilla explicaba en sus Etimologías (XV, 2, 1 y ss.) que existían distintas unidades de poblamiento en el ámbito rural:
* Los castra (castros), lugares en alto con defensas militares en los que residían los soldados.
* Los castella (castillos), con características semejantes pero de menor tamaño, y con derecho restringido de residencia.
* Los oppida o plazas fortificadas, donde los pueblos guardaban sus riquezas; no tenían, sin embargo, el estatus jurídico de las ciudades.
* Los vici (aldeas), sin murallas, compuestos por casas y calles.
* Los pagi, población diseminada en caseríos, que sería la forma de vida más común en los campos.
Por las inmediaciones de las Pilillas y la Loma de la Higuera son perceptibles villares de buen tamaño, restos de hábitat antiguos de edad y categoría desconocida. Por la documentación de Riesgo podemos dar por supuesto la existencia de un número relativamente considerable de pagi, que habrían tenido en Sibulco su punto fuerte donde guarecerse o poner a salvo sus pertenencias en situaciones bélicas, aunque ignoramos cuál pudo ser su estatus jurídico.
El santuario rupestre.
En la cúspide del cerro aflora un gran canchal de granito, "encima del cual hay una especie de sitial, toscamente labrado, como puesto de vigía de aquella toca obra defensiva" (Carbonell, 1926, 478), con cuatro escalones tallados en un gran peñasco redondeado por la erosión.
Frente a él, y a un par de metros, sobre otro risco similar, hay unas oquedades que, aunque bastante erosionadas, son de clara factura humana:
Si digo que se trata de un altar rupestre no es porque me parezca así, sino porque esta estructura es idéntica a la del santuario de Panóias (Vila Real, Tras os Montes, Portugal), lugar que puede ser considerado como el paradigma de espacio sagrado al aire libre entre los pueblos indígenas del tronco indoeuropeo de la Hispania Antigua:
(Altar rupestre de Panóias. En M. Bendala Galán, 2000, 279.)
El santuario de Panóias esta formado por un gran roquedo con dos plataformas unidas por una rampa y que, al igual que en Sibulco, presenta una escalera tallada en el peñón y unas cubetas y cavidades excavadas en la roca. En el lugar aparecieron cinco inscripciones (CIL II 2395 a-e) dedicadas a inicios del siglo III d.C. por G. C. Calpurnius Rufinus, ciudadano de clase alta (uir clarissimus), a numerosas dividinades, entre ellas al egipcio Serapis, cuyo culto mistérico acaso se acoplara, mediante un proceso de interpretatio, con la concepción de las divinidades indígenas adoradas tradicionalmente en el lugar, denominadas Lapiteae. Tres de estas inscripciones hacen mención a un templum, y no quedando vestigio alguno de ninguna edificación, A. García y Bellido supuso que con tal término se designase al conjunto, por el ser el vocablo que mejor se adaptase a espacio consagrado a los dioses.
(Diis?…)
Huius
hostiae quae ca
dunt
hic inmolantur extra intra quadrata
contra
cremantur
in
quo hostiae uoto cremantur
sanguis
laciculis iuxta
superfu(nd)itur.
“A los
dioses y diosas de este recinto sacro. Las víctimas que se sacrifican se matan
en este lugar. Las víctimas se queman en las cavidades cuadradas enfrente. La
sangre se vierte aquí al lado sobre las pequeñas cavidades…”. El humo llevaba las ofrendas a los dioses celestes, mientras que la sangre se infiltraba en el suelo para llegar a los ctónicos. Todos contentos. Explica Francisco Marco Simón (1994, 368) que "el término hostiae sirve para designar a ofrendas expiatorias a los dioses, para distinguirlas de las uictimae, que son ofrendas de acción de gracias".
A partir de esta inscripción de Panóias, cabe asignar este tipo de santuario rupestre a las prácticas sacrificiales. El sacrificio, entendido como una acción ritual que conlleva la destrucción de un ser vivo, tiene dos caras: la ofrenda a la divinidad y la pérdida material de lo que se ofrece. Su carácter e interpretación está en función de los distintos marcos sociales en los que se produce: en los que prevalecen las estructuras de comunicación con el mundo sobrenatural el sacrificio tiene un carácter de intercambio; en cambio, en aquellos otros en los que dominan las estructuras de subordinación al otro mundo, el sacrificio puede entenderse como un acto de sumisión a los dioses.
En opinión de Manuel Bendala Galán, "en general, las ceremonias sacrificiales, que son una constante en las culturas antiguas, generalmente de animales, debían de tener en los ambientes indoeuropeos o célticos, incluidos los hispanos, su lugar principal de ejercicio en santuarios al aire libre con afloramientos rocosos, adaptados como grandes altares naturales con escaleras talladas en la roca y pilas para contener los miembros o sangre de las víctimas" (Bendala, 2000, 280). Sibulco cuenta con esas mismas escaleras y cubetas.
Los altares rupestres son especialmente frecuentes en el NW peninsular; también pertenecen a este tipo la denominada "Silla de Felipe II" de El Escorial o el de Ulaca (Solosancho, Ávila), éste en el interior del asentamiento.
Esta forma de santuario rupestre al aire libre, con plataformas en distintos niveles y cavidades excavadas en la roca, ha sido relacionada con cultos fisiolátricos que, según Martín Almagro-Gorbea (1992, 8), formaron parte de las creencias y ritos de los pueblos indoeuropeos peninsulares que denomina "protoceltas", pues tienen claras similitudes con los pueblos célticos hispanos "clásicos", si bien de carácter más arcaizante y cronológicamente anteriores al desarrollo y expansión celta.
En definitiva, Sibulco constituye un espectacular yacimiento, más que por su recinto amuralladado por su altar de sacrificios, del que no tengo conocimiento que haya otro similar en Andalucía. Tenía razón don Antonio Carbonell, Sibulco puede despejarnos algunas incógnitas de la protohistoria del NE cordobés.
A partir de esta inscripción de Panóias, cabe asignar este tipo de santuario rupestre a las prácticas sacrificiales. El sacrificio, entendido como una acción ritual que conlleva la destrucción de un ser vivo, tiene dos caras: la ofrenda a la divinidad y la pérdida material de lo que se ofrece. Su carácter e interpretación está en función de los distintos marcos sociales en los que se produce: en los que prevalecen las estructuras de comunicación con el mundo sobrenatural el sacrificio tiene un carácter de intercambio; en cambio, en aquellos otros en los que dominan las estructuras de subordinación al otro mundo, el sacrificio puede entenderse como un acto de sumisión a los dioses.
En opinión de Manuel Bendala Galán, "en general, las ceremonias sacrificiales, que son una constante en las culturas antiguas, generalmente de animales, debían de tener en los ambientes indoeuropeos o célticos, incluidos los hispanos, su lugar principal de ejercicio en santuarios al aire libre con afloramientos rocosos, adaptados como grandes altares naturales con escaleras talladas en la roca y pilas para contener los miembros o sangre de las víctimas" (Bendala, 2000, 280). Sibulco cuenta con esas mismas escaleras y cubetas.
Los altares rupestres son especialmente frecuentes en el NW peninsular; también pertenecen a este tipo la denominada "Silla de Felipe II" de El Escorial o el de Ulaca (Solosancho, Ávila), éste en el interior del asentamiento.
(Altar de Ulaca. http://www.celtiberia.net/imagftp/ulaca_Altar.jpg )
En definitiva, Sibulco constituye un espectacular yacimiento, más que por su recinto amuralladado por su altar de sacrificios, del que no tengo conocimiento que haya otro similar en Andalucía. Tenía razón don Antonio Carbonell, Sibulco puede despejarnos algunas incógnitas de la protohistoria del NE cordobés.