Mucho más extraño, aún, que la existencia de cerámicas celtíberas en Majadaiglesia (El Guijo, Córdoba), es la presencia en el Museo PRASA de Torrecampo de una placa de cinturón de genuina del norte de los Pirineos, fechada entre finales del siglo VI y el VII. La primera entrada de 2014 va dedicada a esta singular pieza.
En el Museo PRASA de Torrecampo se conservan más de un centenar de pequeños objetos de bronce de la época visigoda, de los que V. Serrano dio a conocer 31 de ellos en la revista Antiqvitas 10 (Serrano, 1999). Entre estos objetos se encontraba éste, el número 14 de su relación:
(Verónica Serrano, 1999, 118.)
La autora encuadra a esta pieza dentro de los broches de cinturón tradición latino-mediterránea, en el nivel IV de la clasificación establecida por Gisela Ripoll López (cuyo trabajo es la referencia obligatoria para los estudiosos de los objetos de bronce de la Hispania Tardía), denominadas placas de cinturón rígidas
(Ripoll, 1998, 57.)
En la colección del Museo PRASA existen otros broches de cinturón de plaga rígida, como éstos:
(Serrano, 1999, 119.)
Mª Á. Mequiriz definía así la placa de Pamplona: "Fragmento de placa de bronce de cinturón con seis botones de adorno. Lleva una decoración incisa como de un animal fantástico. Mide 7'5 centímetros de longitud. En el reverso lleva dos apéndices perforados (Lám. IV). En los hallazgos de las necrópolis españolas excavadas, no encontramos elementos con los que establecer un claro paralelo, sin embargo corresponde plenamente a un grupo de hallazgos franceses...que presenta una extraordinaria semejanza, incluso en la decoración de un animal inciso" (Mequiriz, 1965, 114). Ambos fragmentos, el del Museo PRASA de Torrecampo y el de la necrópolis de Pamplona, forman parte de un grupo de piezas características de la arqueología merovingia, como ésta descubierta en la necrópolis de Lagny-sur-Marne, 20 km al este de París:
o la procedente de Rouillé, unos 20 km al SW de Poitiers:
(http://www.alienor.org/publications/rouille/images/boucle.jpg)
Se caracterizan por su placa trapezoidal con tres pares de botones o umbos (bossettes, en francés) en cada lateral, y en el extremo opuesto a la hebilla un gran botón o cabeza de remache rodeado de otros tres más pequeños. Tipológicamente, pertenecen al grupo IV de la clasificación de E. James (Azkárate, 1993, 156). En principio, en función de sus motivos iconográficos se las consideró como propias de Aquitania, en el cuadrante suroeste de la Galia, mas "algunos trabajos recientes [prefieren] ubicar su centro de gravedad y, probablemente también, su centro de producción, en el Loira medio y en la Baja Normandía" (Azkárate, 1993, 156) a finales del siglo VI y VII. Sea cual sea su origen y fabricación, son características del mundo merovingio, pues Aquitania pasó a formar parte, al menos nominalmente, del reino de los francos tras la derrota de los visigodos en la batalla de Vouillé (año 507).
La pieza del Museo de Torrecampo tiene dos de las características principales de los broches de cinturón aquitanos: "b) Utilización del puntillado tanto para decorar los fondos de las placas como para ejecutar los motivos lineales... c) presencia de ornamentación zoomorfa..." (Azkárate, 1993, 152).
En la vertiente sur de los Pirineos occidentales (provincias vascas, Navarra) han aparecido numerosas necrópolis que nada tienen que ver con los de la Hispania visigoda, y sí son similares a los cementerios francos. Me convencen los argumentos de Agustín Azkárate, y más que considerar que son consecuencia de una expansión de modas funerarias, o resultados de relaciones comerciales, parecen mostrar un control temporal de territorios al sur de los Pirineos por parte de los francos (Azkárate, 2004, 408), aunque las fuente literarias que nos han llegado de la época no indiquen nada de eso. Que aparezca una placa de cinturón aquitana en Pamplona no sería extraño dada su proximidad, pero sí es más que raro que algo así esté en un museo del norte de Córdoba.
Por su estado fragmentario sí es probable que apareciera en la comarca de los Pedroches, pues una pieza partida no presenta gran valor museístico, y más si se considera que es una placa rígida más, similar a las ya conocidas. Por ejemplo, en el mismo museo se conserva esta magnífica placa de cinturón con celdillas,
(Serrano, 1999, 119)
Suponiendo que su origen estuviese en el norte de Córdoba, la pregunta que salta por sí sola es: ¿y cómo llegó hasta aquí?
Como se veía al tratar el origen de los indoeuropeos, la interpretación del registro arqueológico varió sustancialmente con el tiempo. Hasta la II Guerra Mundial todo se explicaba por migraciones, por movimientos de población. Tras esa etapa, la percepción varió y todo se pudo explicar a partir de relaciones comerciales o culturales y de la "propia dinámica de la población". En el análisis de las necrópolis y de los objetos de adorno personal de la época de las migraciones germanas pasó algo similar:
"Durante más de una centuria -desde mediados del siglo XIX hasta prácticamente la década de los setenta del siglo XX-, las necrópolis de época tardoantigua fueron estudiadas en función de una doble potencialidad interpretativa: en primer lugar, como guías para el análisis de la evolución del cristianismo en el occidente europeo, y en segundo -y sobre todo- como indicadoras del mayor o menor grado de germanización del viejo imperio romano. Como se ha señalado, no sin cierta causticidad, un simple variante [sic] en una joya permitía a la escuela alemana establecer a qué pueblo germánico pertenecía el fallecido o, por el contrario, relegarlo al colectivo de 'míseros', 'pobres' o 'autóctonos', es decir, al de los 'indígenas' romanos (H. Blake, 1983, 176). Este punto de vista fue predominante hasta que las evidencias arqueológicas a partir de los setenta han obligado a revisarlo... [Es el caso] de la importante necrópolis de Frénouville (Calvados) en la que los estudios antropológicos pudieron demostrar que los portadores de los ajuares 'francos' no eran étnicamente diferenciables de la población indígena anterior". En la península, en el yacimiento toledano de El Saucedo ha aparecido una placa de cinturón múltiple de tipo lombardo, lo que no indica, evidentemente, que este pueblo habitara allí (AA. VV., 1999, 231). Fabricada en hierro con nihelados de plata
(AA. VV., 2007, 466.)
Con estas consideraciones tampoco se quiere decir que haya que abandonarse la tradición cronotipológica, que ofrecía una datación para los distintos tipos de objetos, pues "los resultados de este tipo de investigaciones han sido fundamentales para el conocimiento de la tardoantigüedad y siguen siendo todavía imprescindibles" (Azkárate, 2002, 117-118). Por ejemplo, las citadas placas de cinturón de perfil liriforme se han convertido en un excelente "fósil director" en cualquier excavación o hallazgo en Hispania, lo que debemos de agradecer, para la península, a H. Zeiss, P. de Palol y G. Ripoll.
Aplicando el modelo predominante en la arqueología procesualista, la presencia de este objeto tan característico del norte de los Pirineos en el norte, pero de Córdoba, se explicaría fácilmente por "relaciones comerciales". Pero si estos modelos generalistas fueran válidos, y dieran una respuesta satisfactoria a todo lo que se plantee, ¿para qué seguir investigando? Creo, como decía el doctor Marañón para otro ámbito, que no hay enfermedades, sino enfermos, y que hay que estudiar cada caso concreto sin prejuicios apriorísticos.
Sí partimos de la base de que la placa de cinturón de referencia no fue fabricada en la Bética, pues se conocen centenares de bronces de esa época procedentes del sur de Hispania y no existe nada parecido. Así que debió de llegar a los Pedroches por dos posibles formas: a) en el cinturón de un aquitano o un franco que llegara o pasara por los Pedroches, o b) en la talega de un natural de los Pedroches que viajara a algún lugar donde estos broches fueran frecuentes, tanto al sur como al norte de los Pirineos.
La primera opción no es imposible, pues en las fuentes documentales de la época nos encontramos numerosas relaciones entre las monarquías goda y franca, como los matrimonios entre los hijos de Leovigildo con princesas merovingias, y por los Pedroches pasaba una importante vía de comunicación entre Sevilla y Córdoba con Toledo, por la que transitaron comitivas y embajadas. Mas me parece más probable la segunda opción, que viniera a los Pedroches en manos de un habitante de estas tierras tras un viaje al norte peninsular.
En el año 642 Oppila, un noble godo que habitaba en el término actual de Villafranca (Córdoba), cerca del río Guadalquivir, fue enviado a la guerra contra los vascones llevando un cargamento de armas. En una escaramuza quedó aislado de sus compañeros, muriendo en el combate [morte a vasconibus] el día 12-09-642. Sus clientes lograron rescatar su cuerpo y trasladarlo a sus posesiones de la Bética, enterrándolo el 10-10-642 y dedicándole una famosa inscripción [CIL II2/7, 714]. Podemos imaginar que alguien del norte de Córdoba que hubiese ido al norte peninsular a combatir, como la mesnada de Oppila, se trajera una peculiar placa de cinturón, cuya forma nada tenía que ver con las hebillas que llevaban ellos mismos, y que con sus casi 20 cm de longitud resultaba plenamente espectacular. El motivo podría haber sido como recuerdo y muestra inequívoca del viaje o, por qué no, como un trofeo de guerra, como esta placa similar a la del Museo PRASA procedente de Saint-Cosme-en-Vairais, unos 150 km al SW de París:
Nunca sabremos los motivos para que esté allí, pero sí que en el Museo PRASA del Torrecampo, en el norte de Córdoba, existe un unicum en la toréutica bética: una placa de cinturón de diez botones de tradición aquitana.