Los broches de cinturón del periodo visigodo son muy abundantes en el NE de Córdoba, especialmente las placas conocidas como "liriformes". Veamos las distintas formas de estos elementos que se emplearon en los siglos VI y VII y su relación con los distintos periodos.
Con el nacimiento de la Arqueología como disciplina científica en el siglo XIX un campo al que se le prestó especial interés en el periodo tardoantiguo fue el de las necrópolis, excavándose decenas de miles de tumbas en Europa. "Al poseer muchas de sus sepulturas ajuares y depósitos funerarios notables, fueron objeto de especial atención por parte sobre todo de estudiosos alemanes, que, con el tiempo, elaboraron precisas tablas cronotipológicas que permitían seguir el décaloge espacio-temporal de un fenómeno que se interpretaba con criterios básicamente étnicos... [de tal modo que] una simple variante en una joya permitía a la escuela alemana establecer a qué pueblo germánico pertenecía el fallecido" (Azkárate, 2002, 116-118).
Con la llegada de los nuevos postulados de la Nueva Arqueología en la década de los setenta del pasado siglo este punto de vista varió, predominando la hipótesis de que no se podía establecer la etnicidad de los fallecidos a partir de sus ajuares y depósitos funerarios. Esto no quiere decir que haya que abandonarse todo lo anterior: "la tradición cronotipológica... no puede, sin embargo, ser abandonada displicentemente al socaire de cierta modernidad metodológica... Los resultados de este tipo de investigaciones han sido fundamentables para el conocimiento de la tardoantigüedad y siguen siendo todavía imprescibles" (Azkárate, 2002, 118).
Los objetos presentes en depósitos y ajuares funerarios han sido clasificados en función de la materia en la que están compuestos. Los más frecuentes son recientes de barro y vidrio de distintas formas (jarros, vasos, cuencos, platos, ollas...) que tienen una evidente función simbólica (depósito); y piezas de metal, adornos personales, zarcillos o anillos, o complementos del vestido, como fíbulas y broches de cinturón (ajuar).
Durante los siglos V al VIII hubo, desde el Atlántico al Mar Negro, una gran variedad de placas y broches de cinturón. Había relaciones entre unos lugares y otros, pero también había talleres locales que producían unos objetos peculiares de cada sitio. Las placas de cinturón de los talleres francos se caracterizaban por sus umbos en resalte y, además, solían tener un baño de estaño que las blanqueaba. En Hispania se umpusieron las placas de bronce, con su característico brillo dorado rojizo.
Han sido muchos los trabajos dedicados a las artes menores de la Hispania Tardía. En la teréutica (el arte de cincelar, repujar o esculpir sobre metales blancos o marfil) creo que se debe destacar a: Hans Zeiss, su trabajo de 1934 me sorprede y agrada por la "modernidad" de sus conceptos; Père de Palol, creador de la escuela española; y Gisela Ripoll López.
Se debe a ella un ensayo de clasificación de los pequeños bronces de la Antigüedad Tardía y periodo visigodo, habiendo establecido distintos niveles cronotipológicos. Esta clasificación ha sido tomada como el referente básico por los investigadores de esta materia en la península; las ilustraciones que acompañan las entradas que dediquemos sobre los diferentes niveles y sus componentes han sido tomados de su obra Toréutica de la Bética (Siglos VI y VII).
"El mayor problema de estos objetos es su descontextualización arqueológica y, por tanto, su difícil situación dentro de las coordenadas espacio/tiempo. Pero no por ello se les debe restar importancia pues... proporcionan cronologías relativas, pudiendo elaborar nuevas hipótesis de trabajo e incluso conclusiones sobre una serie de características de la sociedad y época histórica que tratamos, y que, poco a poco, con el mayor conocimiento de las fuentes arqueológicas y literarias, se van concretando con más precisión" (G. Ripoll, 1998, 25). Esto es muy importante: desde que en la Historia no se consideran sólo las cuestiones políticas o bélicas, sino que se contemplan otros campos como la sociedad, la economía, la cultura o la ideología, hay que intentar evitar caer en compartimentos estancos (como meras descripciones de piezas o de análisis estilísticos), lo que se puede conseguir cuando cada estudio particular expresa su intención de totalidad por medio del establecimiento de las conexiones dialécticas, interpedencias e influencias que existen entre cada uno de los campos tratatos. Si se puede entablar una conexión dialéctica entre los contenidos de los ajuares y depósitos funerarios con los sucesos y procesos contemporáneos se convierten en valiosos testimonios históricos, y no sólo objetos de anticuarios.
Lo expuesto hasta ahora puede considerarse el exordio. Y ahora, al grano. Broches y placas de cinturón de los siglos VI y VII son muy abundantes en los Pedroches, mas apenas si hay alguna referencia bibliográfica sobre ellos. Éstas son, además, posteriores a que la doctora Gisela Ripoll elaborara su magna obra Toréutica de la Bética en 1998, por lo que no pudo contar con ellas. Usaré sus niveles cronotipológicos para ir desarrollando los materiales que conozco de cada uno de ellos procedentes del NE de Córdoba, es decir, sobre la toréutica de los Pedroches.
Los visigodos tuvieron una Larga Marcha particular. En el año 378 derrotaban al emperador Valente I en la batalla de Adrianópolis, en la actual Turquía europea, y en el año 410, comandados por Alarico, entraban a saco en Roma. Pocos años después firmaban un foedus, un tratado, con Roma, y los visigodos se asentaban al sur de la Galia, creando el denominado Reino de Tolosa, que acabó extendiéndose desde el Mediterráneo al Atlántico, y por el norte hasta el Loira.
Allí se mantuvieron casi un siglo, hasta que entraron en conflicto con los francos salios. Estos eran una confederación de pueblos que, bajo el gobierno de la dinastía merovingia, quiso tomar el poder sobre el conjunto de la antigua Galia. Con la presión franca, contingentes de familias godas comenzaron a cruzar los Pirineos en dirección a la península a finales del siglo V.
Ambos pueblos se enfrentaron en Vouillé en el año 507, siendo derrotados los visigodos que perdían así el Reino de Tolosa. Sólo conservaron al norte de los Pirineos una franja litoral conocida como Septimania. La nación goda residente hasta entonces en la Galia se desplazó mayoritariamente a Hispania, donde acabaría su periplo.
Ambos pueblos se enfrentaron en Vouillé en el año 507, siendo derrotados los visigodos que perdían así el Reino de Tolosa. Sólo conservaron al norte de los Pirineos una franja litoral conocida como Septimania. La nación goda residente hasta entonces en la Galia se desplazó mayoritariamente a Hispania, donde acabaría su periplo.
Cruzaron los Pirineos con sus vestimentas y adornos personales, entre los que destacaban las fíbulas, que, a modo de grandes imperdibles, servían para sujetar el manto a la altura de los hombros o del pecho; y placas de cinturón cuadradas o rectangulares con celdillas que permitían ser adornadas con distintos materiales. A la par, la población nativa tenía sus propias joyas y cinturones procedentes de su tradición propia hispanorromana.
Los niveles II (480/490 ca. 525) y III (ca. 525 - 560/580) corresponden al tiempo de entrada y primeras décadas de estancia de los visigodos en Hispania, cuyos objetos más significativos se muestran a continuación:
(G. Ripoll, 1998, 49 y 51.)
(Boletín informativo del Museo PRASA nº 1, mayo 1998.)
En el de Villanueva sí existe una perteneciente al nivel II que procede del noresde de Córdoba:
Pasados unos cuantos años los visigodos vieron que sus aspiraciones a recuperar el Reino de Tolosa eran infructuosas. Su rey Teudis (531-548) comprendió que debían centrarse en la península, y emprendió "el inicio de la conquista de facto de los territorios hispanos... Teudis fue el primer rey de los godos del oeste o visigodos que comprendió la importancia de la Península Ibérica, no sólo como un refugio ante los avatares dinásticos y territoriales del reino de Aquitania, sino como un lugar donde fundamentar los principios de una monarquía hispanogala. Con él y sus sucesores, las Hispanias se convirtieron en un fin en sí mismas" (R. Sanz Serrano, 2009, 225 y 237).
Desde su asentamiento en Aquitania tras el tratado con Roma los godos intervinieron en las Hispanias, y es probable que en el siglo V mantuviesen guarniciones en ciudades importantes, pero no parece posible que al entrar en la península tuvieran un control directo de ella. Rosa Mª Sanz, especialista en este mundo, ofrece una lectura de las crónicas de la que se desprende que a comienzos del siglo VI, con la llegada de los godos tras el desastre (para ellos, claro) de Vouillé, "las Hispanias estaban desde hacia mucho tiempo lo suficientemente fragmentadas como para poder aceptar un control godo de las provincias. La situación casi podría compararse con la de la época de la conquista romana siglos antes y con la paralela política por parte de los monarcas godos de controlar algunas de las ciudades clave y estrechar alianzas con ellas... [De los textos de la época] la enconada lucha de los hispanos por una autonomía frente a los bárbaros y frente al Imperio" (R. Sanz Serrano, 2009, 220-221).
En Hispania la llegada de los germanos a comienzos del siglo V había provocado que Hispania saliese de hecho de la órbita del Imperio. Muchos germanos continuaron el viaje hasta el norte de África, pero los suevos lograron asentarse en el noroeste creando un reino independiente. En otros lugares como la Bética fueron las élites locales las que asumieron el poder y no estaban dispuestas a cederlo. El rey Ágila fue derrotado por los cordobeses (550), quienes además mataron a su hijo y se apoderaron del tesoro real.
Su rival y sucesor, Atanagildo (554-567) entabló una alianza con el emperador Justiniano. Éste estaba dispuesto a reconquistar el antiguo Imperio romano, expulsando a los germanos del norte de África y de Italia, y se apoderó de una franja litoral de la Península ibérica, la Marca Hispánica.
Se puede considerar a "Leovigildo [(569-586) como] el auténtico creador de un reino godo hispano que pervivió con altos y bajos hasta la entrada de los musulmanes en el año 711... Pero Leovigildo no heredó, como se ha pretendido, un dominio completo de la Península después de transcurrido más de un siglo desde la primera presencia de los godos en ella. Todo lo contrario, él mismo tuvo que tomar con fuerza la empresa de conquista y unificación territoria, que fue costosa y nunca estuvo acabada" (Rosa Mª Sanz, 2009, 251). En el año 572 se apodera de Córdoba, la ciudad reberde hasta entonces. Contuvo a los bizantinos, pero no pudo expulsarlos de Hispania.
El programa de Leovigildo pasaba por una expansión territorial pacificación interna y paz exterior al entablar alianzas matrimoniales con sus tradicionales enemigos francos. Comprendía que "no había nada que pudiera hacer más daño a los godos que la endeblez de su sistema monárquico, que dividía a su pueblo en facciones, desembocaba en guerras civiles y empobrecía a sus súbditos". Su modelo era el de una monarquía territorial cuyos súbditos fueran godos e hispanos. "Leovigildo comprendió bien su tiempo y lo supo transmitir a su hijo Recaredo, y ambos abrieron un proceso de fuerte integración de los hispanos en su órbita... [aunque] "su propio pueblo no dejó de poner trabas a la empresa, como también las pusieron muchos hispanos, por lo que al final el reino de Toledo no consiguió nunca ser un Estado fuerte y capaz de transmitir en todo momento la seguridad que se requería" (Sanz, 2009, 237 y 252). Sabiendo que la unidad confesional era imprescindible para el proyecto, Recaredo renunció a la tradición arriana de los godos para imponer el catolicismo como dogma constitucional en el III Concilio de Toledo (589). También se impulsaron las reformas legislativas para la derogación definitiva de las leyes que impedían los matrimonios mixtos, aunque no parece haber sido seguida muy fielmente, pues el rey Teudis se casó con una rica hispana, lo que le permitió tener los recursos para armar su propia tropa y consolidar su poder. "Lo que interesaba era la rápida integración de romanos y godos que aceptasen su condición de súbditos de un nuevo Estado" (R. Sanz, 2009, 257).
El registro arqueológico parece reflejar este periodo de cambios. "La abundante mezcla, en este nivel [525 - 560/580], de elementos clásicos romanos con elementos atribuibles a gentes visigodas, viene a corroborar la práctica de matrimonios mixtos, al menos en ámbitos rurales. El paulatino abandono de estas modas indumentarias, que se pueden denominar 'clásicas' dentro de la tradición visigoda, parece que será mas o menos definitivo hacia el año 589 d.C., con la conversión en masa de la población visigoda a la fe católica. Este abandono significaría, al mismo tiempo, la adopción de los hábitos indumentarios en boga en ese momento... El proceso de aculturación -que era básicamente romanizador- al que estaba sometido la sociedad visigoda llegaba a su fin" (Gisela Ripoll, 1998, 53).