En el tiempo de estudio se han tomado los nombres de las 2.059 niñas nacidas en él. Se impusieron 155 nombres, lo que supone una media de 13,28 niñas por nombre.
En la siguiente tabla se muestra la relación completa de los nombres impuestos a las niñas nacidas entre 1741 y 1760, junto a su porcentaje de frecuencia:
Tras la auténtica revolución onomástica que supuso la profusa aparición de nombres compuestos a finales del siglo XVII, la década de 1740 supone un retorno a los nombres simples: de las 281 niñas nacidas entre 1741 y 1743 sólo a seis se les puso un nombre compuesto.
Más que un cambio de costumbres (como la que se produjo cuando tras la crisis de 1679-1685 surgen en Villanueva los nombres compuestos con fecundidad barroca) creo que el factor más determinante para este hecho fue el hábito de imponer a los niños los nombres de sus abuelos que, a inicios del periodo de estudio (década de 1740) portaban nombres simples. En la década de 1750 los nombres compuestos volvieron a surgir con la misma fuerza que la hierba tras unas abundantes lluvias otoñales: si entre 1741-1753 sólo a una niña se la llamó María Josefa, entre 1754-1760 este nombre se le puso a otras 23 niñas. Muchos abuelos de hacia 1750-1760, que habían nacido por el cambio de siglo, llevaban nombres compuestos, que transmitieron a sus nietos. Así se explica la continuidad intergeneracional de nombres como Ana Josefa, que ha llegado hasta nuestros días.
* De los 155 nombres femeninos, 45 fueron sencillos y 110 compuestos. El porcentaje de niñas con nombres compuestos es muy pequeño respecto al total, 11,41%. O sea, que aunque el número de nombres compuestos fuera muy abundante, no lo era el conjunto de mujeres que lo portaban, algo más de once de cada cien
* María prosiguió siendo el nombre femenino por excelencia, llevándolo un tercio de las niñas nacidas en el periodo. María, simplemente, pues de María en compuestos trataremos después. En segundo lugar continúa Catalina (9,86%), e Isabel en el tercero (7,48%). Estos tres nombres suponen la mitad de todas las niñas. En la etapa 1591-1610 los tres nombres más frecuentes significaban el 60,6% de todos los nombres. Entre 1741-1760 Isabel ha desbancado del tercer lugar a Ana, que desde finales del XVI había sido el tercer nombre más frecuente.
En el gráfico siguiente se muestra el porcentaje de los nombres más frecuentes en los distintos periodos estudiados:
* Los nombres preferidos para formar compuestos son María (50 nombres compuestos en que forma parte) y Josefa (23 nombres).
* Los dos nombres femeninos que más ascienden en porcentaje respecto a inicios del siglo XVIII son Isabel, con el 7,85%, y Josefa, con un 3,84% y séptimo lugar de frecuencia.
* Debe destacarse el notable aumento de "Josefa", muy de moda desde que apareciera en Villanueva a mediados del siglo XVII. Tomado tanto como nombre simple como componente de uno compuesto, supone el 6,76%, pasando al quinto lugar de los nombres más frecuentes.
En esta tabla se muestran los nombres más frecuentes, bien completos bien incluyendo los recogidos en nombres simples y compuestos:
* Otro nombre que apareció a finales del XVII, Rosa, se mantiene y amplía su repertorio a Rosa María. Como ya hemos visto en otras entradas de la sección, en la España de la época había una auténtica militancia católica, que se trasladaba a los nombres de pila impuestos a los recién nacidos: sólo podían ser de santos conocidos y reconocidos por Roma, como respuesta al ninguneo al santoral que aplicaron los herejes luteranos y calvinistas, pasando de santos y tomando como referente el Antiguo Testamento. A partir de la canonización en 1671 de Santa Rosa de Lima había una santa que amparaba que este nombre, bonito y original entonces, pudiera aplicarse.
* Algo similar ocurrió con Rita, nombre que se le impuso a dos niñas nacidas en Villanueva a mediados del siglo XVIII. En 1627 fue beatificada la llamada en el siglo XV Margherita Lotti, por lo que "Rita" parece el hipocorístico del nombre de pila original. Aunque no fuera canonizada hasta el año 1900, alcanzó una gran popularidad, que se trasladó al nombre de algunas niñas.
* La forma de imponer los nombres compuestos sigue siendo bastante aleatoria. El segundo de los nombres compuestos no está siempre en función del santoral (como ocurrirá en tiempos posteriores), aunque en algunos casos sí lo determina. El "santo del día", también, puede ser responsable del primero en los nombres compuestos. Pero la norma es que no hay norma para los nombres compuestos, como (insisto) ocurrirá años después, cuando el "santo del día" sea el segundo en los nombres compuestos. Por ejemplo, a mediados del XVIII se pusieron nombres como Josefa Francisca, Ana Antonia o Gregoria Florencia a niñas nacidas en días que no tenían relación alguna con ninguno de sus santos tocayos. Creo, por tanto, que lo que se buscaba con esos nombres era la originalidad y la afirmación de la individualidad de la persona recién venida a este mundo. Aunque, en el conjunto de todos los nombres, estos compuestos tan particulares son minoritarios, del orden de uno por cada diez. Domina la tradición en la transmisión de los nombres propios, pero soplan vientos de cambio.
* Tan significativas como las presencias son las ausencias, en este caso de advocaciones marianas (Carmen, Dolores, Concepción...).