Frené y me bajé del coche, porque aquello tenía toda la pinta de ser el túmulo de un megalito. Y, efectivamente, no había duda ninguna de ello, pues alguien, sepa Dios cuándo, se había entretenido en excavar la cámara funeraria, dejándola al descubierto. No es raro, muchos de los monumentos megalíticos de la época calcolítica nos han llegado así, desvestidos de su túmulo, a nuestra época. Ángel Riesgo cuenta en sus cuadernos de campo que al excavar un dolmen en Las Navas, cerca de Villanueva de Córdoba, se encontró en la zona del corredor una lucerna de terra sigillata. Quizá fuera de un romano aficionado a las antigüedades...
Bajo la atenta mirada de la oveja, me di cuenta de que este dolmen tenía algo que lo diferenciaba del resto de los que conocía de la comarca: su orientación. La inmensa mayoría de ellos tienen una apertura en el recinto orientada al este, pero éste, no. Su corredor no está ligeramente desviado del lugar de la salida del sol en el solsticio de verano, sino que está orientado claramente al NE, apuntando a la sierra de Fuencaliente (Ciudad Real), lugar donde existe una gran concentración de arte rupestre esquemático.
Esto me hizo reflexionar sobre el carácter y la funcionalidad de estas estructuras, pues excepto ellas, y los depósitos rituales que contuvieron, no contamos con demasiada información que nos lo explique. Es lo malísimo que tiene tratar con sociedades prehistóricas que no conocieron o emplearon la escritura.
En lo único que parece que hay unanimidad entre los expertos de la materia es que estas cámaras tuvieron un carácter funerario.
En el área conocido como Creciente Fértil del Próximo Oriente, antes incluso de la aparición de la agricultura, aparecieron los primeros asentamientos sedentarios de cazadores-recolectores, que aprovecharon unas magníficas condiciones climáticas para obtener alimento de forma predecible y continua, lo que les evitó tener que nomadear. Debajo de las casas de estos asentamientos comenzaron a enterrar a sus difuntos, comenzando una costumbre que se perpetuaría. Tras un drástico empeoramiento del clima con el Dryas reciente (11.000a.C.-10.000 a.C.), se optó por la agricultura y ganadería como práctica prioritaria de subsistencia y la definitiva sedentarización de los humanos de la zona, trayendo consigo una nueva forma de espiritualidad: "Es posible que la relación con la tierra cambiara de forma profunda, antes de que comenzara la agricultura, en las sociedades en las que los asentamientos permanentes reemplazaron a los campamentos de caza temporales y unos territorios bien definidos pasaron a alimentar la existencia humana, a través de cosechas de cereales y frutos silvestres. Estas tierras se convirtieron en territorios tribales dotados de una continuidad histórica. Los antepasados se transformaron en los guardianes de la tierra y en intercesores entre las caprichosas fuerzas del ambiente, el reino de lo sobrenatural y el mundo de los vivos. El poder de los ancestros provenía de la tierra, que estaba dormida y cobraba vida, producía cosechas, parecía morir y luego repetía el mismo ciclo, tal como hacía la vida de los hombres. Cuando los humanos se transformaron en agricultores, estas relaciones se convirtieron en uno de los íntimos núcleos de la sociedad y las creencias espirituales" (Fagan, 2007, 161). En Jericó y otras ciudades de la región se continuó enterrando a los finados bajo el suelo de las viviendas, y esa costumbre perdurará durante muchos siglos en numerosos lugares durante el Neolítico.
En cuanto a nuestros sepulcros megalíticos, se ha valorado que además de su carácter funerario pudieran ser algo más. Me explico: las iglesias cristianas, y sus inmediaciones, fueron los lugares para enterrar a la gente hasta comienzos, e incluso mediados, del siglo XIX. Si dentro de un par de milenios unos arqueólogos que no tuvieran fuentes escritas de nuestra sociedad excavaran en las iglesias, considerarían que eran necrópolis, al constatarse los enterramientos en ellas durante muchos siglos. Pero nosotros sabemos que eso no es así, que, ante todo, las iglesias cristianas son los edificios destinados al culto y a los actos religiosos, donde, además, durante mucho tiempo, se practicaron enterramientos; mas esto sería algo secundario, lo principal es su función religiosa.
Los arqueólogos procesualistas, con sir Colin Renfrew a la cabeza, fueron los primeros en ampliar la visión funeraria de los dólmenes, como marcas territoriales de las sociedades segmentarias e igualitarias del Neolítico. Las sociedades agrícolas se vinculan a la tierra puesta en cultivo, materializando su presencia en los nuevos territorios ocupados por medio de las sepulturas megalíticas de enterramientos colectivos. Así, se patentiza "la 'identidad' de un grupo de parentesco en el que se incluyen tanto los vivos como los muertos legitimándose el orden social y el acceso a los recursos de grupo familiar" (Hurtado, 2008, 9).
La visión del carácter colectivo de las cámaras sepulcrales megalíticas se vio muy matizada cuando se comprobó que en numerosas ocasiones eran muy pocos los individuos enterrados en una de esas estructuras. Por ejemplo, en el dolmen de Alberite (Cádiz), con una estructura de grandes dimensiones y numerosas representaciones grabadas y pintadas en su interior, sólo había dos personas inhumadas. En el magno complejo de Stonehenge durante su periodo de uso (del 3000 a.C. al 1500 a.C., aproximadamente), sólo se enterraron las cenizas de unas 240 personas, "lo cual sería indicio de que el monumento fue, al menos en parte, una especie de mausoleo para personajes de especial relevancia" (Parra, 2013, 75), pues supone la media de un enterramiento cada seis años. Esto indica que no toda la población tenía acceso a entrar en un sepulcro megalítico tras su muerte. Alejándose de la feliz concepción de unos neolíticos comunitarios e igualitarios, al interpretar Tilley las construcciones megalíticas de Suecia considera que se realizaron dentro de un contexto de desigualdad social, en el que el ritual colectivo era empleado para enmascarar las desigualdades en vida y poder así las élites legitimarse en el poder.
Quizá la propia arquitectura de los recintos pueda contener información, aunque desconocemos su código. Por ejemplo, cerca del menhir de los Frailes, cercano a Villanueva, existen tres megalitos en menos de setecientos metros. Uno de ellos es un dolmen simple; otro un sepulcro con cámara y corredor diferenciado, y el tercero una galería (en la que no se distingue la cámara del pasillo):
No sabemos si esta variedad se debe a "modas", a distintas maneras de hacer los sepulcros megalíticos en el tiempo. O si los tres fueron contemporáneos: en este caso podría ser indicativo de que pudieron ser empleados por distintos grupos, fuera cual fuese su naturaleza. También parece significativa esta diversidad en las proximidades de un menhir, muy escasos Andalucía (P. Bueno (2004, 34) sólo recoge cinco en la comunidad autónoma) y que, por lo general, se datan en el Neolítico. Esta inmediatez a un lugar cultual importante como el menhir podría interpretarse como la intención de estos diversos grupos en afianzar sus derechos sobre la posesión del territorio, grupos que se distinguirían entre sí por acceder a dólmenes de distintas tipologías.
Este sepulcro megalítico de Torrubia con orientación a la Sierra de Fuencaliente no es el único motivo que vincula a los megalitos de los Pedroches con el arte esquemático de esas serranías. En el dolmen de El Torno, al sur de Villanueva de Córdoba se localizaron unas pinturas esquemáticas en la cara interior de uno de los ortostatos que forman la cámara. Según la descripción de P. Bueno Ramírez, se trata de "dos figuras humanas, una de mayor tamaño que la otra. La primera un cruciforme terminado en un círdulo superior, y la segunda de brazos de asa" (Bueno, de Balbín y Barroso, 2004, 50).
La figura superior es idéntica a otras pinturas esquemáticas de la zona de Fuencaliente, como las de La Sierrezuela:
El argumento parece lógico: si dos grupos humanos de lugares cercanos emplean el mismo signo iconográfico, es probable que esos grupos tengan relación entre sí, o compartan creencias o símbolos similares. Al menos, quienes levantaron el sepulcro de Torrubia lo hicieron con toda la intención de que estuviese orientado a la sierra de Fuencaliente.
Bajo la atenta mirada de la oveja, me di cuenta de que este dolmen tenía algo que lo diferenciaba del resto de los que conocía de la comarca: su orientación. La inmensa mayoría de ellos tienen una apertura en el recinto orientada al este, pero éste, no. Su corredor no está ligeramente desviado del lugar de la salida del sol en el solsticio de verano, sino que está orientado claramente al NE, apuntando a la sierra de Fuencaliente (Ciudad Real), lugar donde existe una gran concentración de arte rupestre esquemático.
Esto me hizo reflexionar sobre el carácter y la funcionalidad de estas estructuras, pues excepto ellas, y los depósitos rituales que contuvieron, no contamos con demasiada información que nos lo explique. Es lo malísimo que tiene tratar con sociedades prehistóricas que no conocieron o emplearon la escritura.
En lo único que parece que hay unanimidad entre los expertos de la materia es que estas cámaras tuvieron un carácter funerario.
En el área conocido como Creciente Fértil del Próximo Oriente, antes incluso de la aparición de la agricultura, aparecieron los primeros asentamientos sedentarios de cazadores-recolectores, que aprovecharon unas magníficas condiciones climáticas para obtener alimento de forma predecible y continua, lo que les evitó tener que nomadear. Debajo de las casas de estos asentamientos comenzaron a enterrar a sus difuntos, comenzando una costumbre que se perpetuaría. Tras un drástico empeoramiento del clima con el Dryas reciente (11.000a.C.-10.000 a.C.), se optó por la agricultura y ganadería como práctica prioritaria de subsistencia y la definitiva sedentarización de los humanos de la zona, trayendo consigo una nueva forma de espiritualidad: "Es posible que la relación con la tierra cambiara de forma profunda, antes de que comenzara la agricultura, en las sociedades en las que los asentamientos permanentes reemplazaron a los campamentos de caza temporales y unos territorios bien definidos pasaron a alimentar la existencia humana, a través de cosechas de cereales y frutos silvestres. Estas tierras se convirtieron en territorios tribales dotados de una continuidad histórica. Los antepasados se transformaron en los guardianes de la tierra y en intercesores entre las caprichosas fuerzas del ambiente, el reino de lo sobrenatural y el mundo de los vivos. El poder de los ancestros provenía de la tierra, que estaba dormida y cobraba vida, producía cosechas, parecía morir y luego repetía el mismo ciclo, tal como hacía la vida de los hombres. Cuando los humanos se transformaron en agricultores, estas relaciones se convirtieron en uno de los íntimos núcleos de la sociedad y las creencias espirituales" (Fagan, 2007, 161). En Jericó y otras ciudades de la región se continuó enterrando a los finados bajo el suelo de las viviendas, y esa costumbre perdurará durante muchos siglos en numerosos lugares durante el Neolítico.
En cuanto a nuestros sepulcros megalíticos, se ha valorado que además de su carácter funerario pudieran ser algo más. Me explico: las iglesias cristianas, y sus inmediaciones, fueron los lugares para enterrar a la gente hasta comienzos, e incluso mediados, del siglo XIX. Si dentro de un par de milenios unos arqueólogos que no tuvieran fuentes escritas de nuestra sociedad excavaran en las iglesias, considerarían que eran necrópolis, al constatarse los enterramientos en ellas durante muchos siglos. Pero nosotros sabemos que eso no es así, que, ante todo, las iglesias cristianas son los edificios destinados al culto y a los actos religiosos, donde, además, durante mucho tiempo, se practicaron enterramientos; mas esto sería algo secundario, lo principal es su función religiosa.
Los arqueólogos procesualistas, con sir Colin Renfrew a la cabeza, fueron los primeros en ampliar la visión funeraria de los dólmenes, como marcas territoriales de las sociedades segmentarias e igualitarias del Neolítico. Las sociedades agrícolas se vinculan a la tierra puesta en cultivo, materializando su presencia en los nuevos territorios ocupados por medio de las sepulturas megalíticas de enterramientos colectivos. Así, se patentiza "la 'identidad' de un grupo de parentesco en el que se incluyen tanto los vivos como los muertos legitimándose el orden social y el acceso a los recursos de grupo familiar" (Hurtado, 2008, 9).
La visión del carácter colectivo de las cámaras sepulcrales megalíticas se vio muy matizada cuando se comprobó que en numerosas ocasiones eran muy pocos los individuos enterrados en una de esas estructuras. Por ejemplo, en el dolmen de Alberite (Cádiz), con una estructura de grandes dimensiones y numerosas representaciones grabadas y pintadas en su interior, sólo había dos personas inhumadas. En el magno complejo de Stonehenge durante su periodo de uso (del 3000 a.C. al 1500 a.C., aproximadamente), sólo se enterraron las cenizas de unas 240 personas, "lo cual sería indicio de que el monumento fue, al menos en parte, una especie de mausoleo para personajes de especial relevancia" (Parra, 2013, 75), pues supone la media de un enterramiento cada seis años. Esto indica que no toda la población tenía acceso a entrar en un sepulcro megalítico tras su muerte. Alejándose de la feliz concepción de unos neolíticos comunitarios e igualitarios, al interpretar Tilley las construcciones megalíticas de Suecia considera que se realizaron dentro de un contexto de desigualdad social, en el que el ritual colectivo era empleado para enmascarar las desigualdades en vida y poder así las élites legitimarse en el poder.
Quizá la propia arquitectura de los recintos pueda contener información, aunque desconocemos su código. Por ejemplo, cerca del menhir de los Frailes, cercano a Villanueva, existen tres megalitos en menos de setecientos metros. Uno de ellos es un dolmen simple; otro un sepulcro con cámara y corredor diferenciado, y el tercero una galería (en la que no se distingue la cámara del pasillo):
No sabemos si esta variedad se debe a "modas", a distintas maneras de hacer los sepulcros megalíticos en el tiempo. O si los tres fueron contemporáneos: en este caso podría ser indicativo de que pudieron ser empleados por distintos grupos, fuera cual fuese su naturaleza. También parece significativa esta diversidad en las proximidades de un menhir, muy escasos Andalucía (P. Bueno (2004, 34) sólo recoge cinco en la comunidad autónoma) y que, por lo general, se datan en el Neolítico. Esta inmediatez a un lugar cultual importante como el menhir podría interpretarse como la intención de estos diversos grupos en afianzar sus derechos sobre la posesión del territorio, grupos que se distinguirían entre sí por acceder a dólmenes de distintas tipologías.
Este sepulcro megalítico de Torrubia con orientación a la Sierra de Fuencaliente no es el único motivo que vincula a los megalitos de los Pedroches con el arte esquemático de esas serranías. En el dolmen de El Torno, al sur de Villanueva de Córdoba se localizaron unas pinturas esquemáticas en la cara interior de uno de los ortostatos que forman la cámara. Según la descripción de P. Bueno Ramírez, se trata de "dos figuras humanas, una de mayor tamaño que la otra. La primera un cruciforme terminado en un círdulo superior, y la segunda de brazos de asa" (Bueno, de Balbín y Barroso, 2004, 50).
La figura superior es idéntica a otras pinturas esquemáticas de la zona de Fuencaliente, como las de La Sierrezuela:
(Fuente: Dibujo de A. Caballero Klink en http://fuencaliente.net/pinturas.htm)
o en la Cerezuela:
(Fuente: Breuil, 1933-1935, fig. 38)
El argumento parece lógico: si dos grupos humanos de lugares cercanos emplean el mismo signo iconográfico, es probable que esos grupos tengan relación entre sí, o compartan creencias o símbolos similares. Al menos, quienes levantaron el sepulcro de Torrubia lo hicieron con toda la intención de que estuviese orientado a la sierra de Fuencaliente.