En los
estudios sobre el periodo de la Tardoantigüedad en la península, de los siglos IV
al VII, los dos temas tradicionalmente preferidos fueron el de las invasiones germanas
y, especialmente, el cristianismo: su introducción y el origen del mismo, la
difusión, etc. (aunque en una fecha tan tardía como el año 688 el rey Egica
amenazaba en el XV Concilio de Toledo con expulsar de sus cargos a las
autoridades que no cumplieran las órdenes de perseguir a los paganos, lo que
demuestra su existencia aún en ese tiempo).
Quizá haya
ayudado a esta abundancia de temas cristianos el que sus manifestaciones son
relativamente abundantes, son fácilmente reconocibles y hay una abundante documentación.
La verdad es que es un aspecto más cómodo de estudiar que otros de la sociedad
o economía del mundo tardoantiguo, de los que se conservan muy pocos vestigios.
Aunque tampoco hay que creer que
la llegada del cristianismo se limitó al plano de lo espiritual, pues supuso un
cambio en la modificación de las estructuras sociales que se reflejó en
múltiples aspectos de la vida cotidiana: por ejemplo, los cementerios. Durante
el tiempo romano estaban fuera del pomerium,
en el exterior de la ciudad, pero cuando los cristianos comienzan a levantar
iglesias y martyria (edificios
conmemorativos de mártires) en el interior de los núcleos urbanos también empezaron
a enterrarse en ellos, en la confianza de que la proximidad del finado al altar
o a los restos de los mártires le otorgaría un enchufe para colocarse mejor en
el otro mundo. Así que si durante el periodo romano las ciudades de los vivos y
las de los muertos habían estado separadas, con el cristianismo compartían el
mismo espacio. También el papel social de la mujer se modificó tras la llegada
del cristianismo con respecto al anterior periodo romano.
Voy a hacer
dos apartados sobre las manifestaciones cristianas conocidas en la comarca: el
primero, testimonios cristianos procedentes de Majadaiglesia (El Guijo,
Córdoba), presuponiendo que es en este lugar donde se ubicó la ciudad romana de
Solia; el segundo, para el resto de la porción oriental de los Pedroches.
Testimonios cristianos de la Antigüedad Tardía
de Madajaiglesia-Solia.
La ciudad de
Solia fue conocida entre los eruditos del Renacimiento por aparecer en el
Concilio de Elvira, pero su situación se ignoraba hasta que el jesuita P. Fidel
Fita tradujera correctamente a comienzos del siglo XX una inscripción romana
empotrada en la iglesia de Villanueva de Córdoba, y que marcaba el límite entre
el territorio de esta ciudad y los de Epora y Sacili. Como estos dos municipios
estaban al sur del trifinio, junto al río Guadalquivir, era fácil colegir que
Solia se encontraba al norte de Villanueva de Córdoba. Los estudiosos actuales
consideran que Majadaiglesia es el mejor candidato para ubicar Solia, aunque
falta la confirmación epigráfica, como en Sisapo [siempre se consideró que
Sisapo estuvo en la actual Almadén, hasta que en las excavaciones de La Bienvenida (Almodóvar
del Campo, Ciudad Real) aparecieron tres inscripciones en las que figura la
palabra “sisaponenses”: si los ciudadanos de Sisapo levantaron allí monumentos
o estatuas a paisanos distinguidos, es porque la ciudad de Sisapo estuvo allí,
sin duda alguna].
Los
testimonios de cristianismo en Solia-Majadaiglesia son varios:
1.- El presbítero Eumancio de Solia fue uno de
los asistentes al Concilio de Elvira. No hay unanimidad en la fecha concreta en
que se celebró, pero sí que fue entre el 303 y 326, aproximadamente.
Imagen 1: Listado de presbíteros asistentes al Concilio de
Elvira. En el número 21 figura Eumancio de Solia. (Fuente: García Loaisa
(1593): Collectio Conciliorum Hispaniae,
Madrita, Excudebat Petrus Madrigal, página 18.)
Si, como
parece más que razonable, Solia estuvo en la comarca de los Pedroches, quiere
decirse que a inicios del siglo IV el cristianismo había penetrado en ella. Mas
eso no quiere decir que todos sus pobladores de entonces ya estuvieran
bautizados: lo único cierto es que el cristianismo estaba en el medio urbano, en
la ciudad de Solia, pero no sabemos qué pasaba entonces en el rural. “[Pagano] era el habitante del pago, del espacio
rural. Se le situaba frente a la religión de la ciudad, donde se suponía que el
cristianismo había triunfado… La nueva religión era la de las élites, la que
concedía la posibilidad de tener los derechos plenos de ciudadanía, de ejercer
magistraturas, poder comprar, testar, heredar y vivir libremente; derechos,
todos, que estaban vetados a los rústicos, a los ignorantes y siervos que,
además, aparecían como sospechosos de tener y practicar creencias no admitidas”
(Rosa Sanz Serrano, 2009, pág. 571).
2.- Baptisterio de la ermita de Nª Sª de las Cruces. La palabra “Bautismo” deriva de la griega bapto o baptizo, lavar o sumergir; es decir, que tiene el significado de un
lavado. Para realizarlo han prevalecido tres formas: inmersión, infusión y
aspersión. La más antigua fue la inmersión, habiendo prevalecido en la Iglesia latina hasta el
siglo XII. A partir del siglo XIII la aspersión y, especialmente, la infusión
se fueron haciendo más comunes, aunque también habían sido empleados desde los
primeros tiempos del cristianismo (v. la entrada sobre el bautismo en la Enciclopedia Católica:
http://ec.aciprensa.com/b/bautismo.htm
).
Para practicar el bautismo por
inmersión se construyeron espacios reservados a tal fin, denominados
baptisterios, que incluían una bañera de distintas formas para realizar el
sacramento del bautismo.
Hubo diversas formas de
baptisterios y de su integración con el conjunto basilical. En Italia
prevaleció la costumbre de realizarlos en un edificio aparte. En la basílica de
El Germo (Espiel), también en el norte de Córdoba, el baptisterio está en una
estancia anexa al edificio de la basílica, pero no en el interior de la propia
basílica. Esto parece ser que es el caso de la ermita de la Virgen de las Cruces. El
motivo para que los baptisterios no estuvieran dentro del templo es que para
poder acceder a él primero había que bautizarse.
Imagen 2: Baptisterio de la ermita de Nuestra Señora de las
Cruces (El Guijo).
3.- Patena litúrgica del siglo VII, que ya se
trajo al blog en la entrada de 20 de marzo.
4.- Camafeo con motivo de pavo real. En el mismo
número del Boletín de la Real Academia de la Historia donde daba a
conocer la patena, el Padre Fita informaba del hallazgo de otros objetos por
parte de D. Ángel Delgado “al explorar
las ruinas romanas de Majada Iglesia en término de El Guijo y cerca del
santuario de Nuestra Señora de las Cruces”. Uno de ellos era un “Camafeo ovalado, de 10 por 5 milímetros . Es de
ópalo, que sirvió de sello, engarzado en un anillo de metal precioso.
Representa dos grandes jarrones y un pavo real con su cría. Sobre el borde del
primer jarrón asienta sus pies el pavo real, dejando ver colgada su cola hasta
flor de tierra” (Fita, 1913, págs. 232-233).
El pavo
real fue un motivo iconográfico paleocristiano que se mantuvo en el periodo
hispanovisigodo, como representación de la inmortalidad.
En la Antigüedad la diosa
griega Hera (Juno para los romanos) sembró la cola del ave con los cien ojos de
Argos. Como los ojos de la cola se asociaron a las estrellas, fue elegido para
representar la eternidad celestial. “El
arte cristiano primitivo recogió este simbolismo asociándolo a la Resurrección de
Cristo y a la inmortalidad del alma” (Reau, 2000, 103).
En aquellos
tiempos, si el pavo real evocaba la inmortalidad era por una creencia popular
que consideraba que su carne era incorruptible y que recogió San Agustín en su Ciudad de Dios: “Quis enim nisi Deus dedit
carni pavonis mortui ne putresceret” (¿Quién, sino Dios, dio a la carne del
pavo real muerto el privilegio de no pudrirse?)
Fue un
motivo muy empleado en el arte cristiano para decorar sarcófagos, canceles de
mármol de las basílicas, pavimentos de mosaicos o placas decoradas. Un ejemplar
de este tipo se conserva en el Museo Arqueológico de Córdoba, con dos pavos
reales afrontados a cada lado de un cáliz.
A partir
del siglo XI se dejó de emplear en la simbología cristiana, no porque ya no se
creyese que su carne era incorruptible, sino que, al vérselo pavoneando (nunca
mejor dicho), se le consideró símbolo de la vanidad.
Imagen 3: Placa estampillada del periodo hispanogodo conservada en el
Museo Arqueológico de Córdoba. (Fuente: Samuel de los Santos, 1958, 183.)
En
definitiva, si Solia se asentó en Majadaiglesia hay evidencias del
mantenimiento de prácticas religiosas cristianas desde los siglos IV al VII. Aunque
hay una ausencia que me resulta muy significativa, de lápidas sepulcrales de
este periodo, cuando en la basílica de El Germo (situada seis kilómetros al
este de Espiel) han aparecido varias.