Me llena de orgullo, y evidentemente satisfacción, traer a este blog otra primicia histórica (lo que se llama ahora exclusiva): un menhir hasta ahora inédito al norte de Torrecampo (Córdoba).
Todos sabemos que Obélix, el inseparable amigo de Astérix, era muy fuerte porque de pequeño se cayó en una marmita de la poción mágica que confería una fuerza descomunal. Por ello su profesión era repartidor de menhires:
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Es un guiño histórico más de sus padres, Goscinny y Uderzo, que, dicen, llevaban continuamente en la mochila La guerra de las Galias de Julio César para escribir los guiones. Y precisamente es el noroeste francés, la Bretaña, donde estaba la aldea de los irreductibles galos, el lugar con más concentración de menhires de Europa.
Menhir significa "piedra larga" en lengua bretona, y es eso, un bloque de piedra (por lo general parcialmente tallado o en bruto) que se encuentra clavado en el suelo, y que, como los icebergs, cuenta con una parte profunda en el interior de la tierra.
Su tamaño es muy variable. El más grande los conocidos era el de Locmariaquer (Morbiham, Francia), con más de veinte metros de altura y 350 toneladas de paso; hoy está partido en cinco trozos. Los más grandes de los conservados en la actualidad tienen unos diez metros, aunque la gran mayoría tiene unas dimensiones menores.
Los menhires pueden presentarse aislados o formando alineaciones, que en algunos lugares como Ménec o Carnac (también en Morbiham, en la Bretaña francesa) son espectaculares, con más de mil monolitos alineados en diez u once hileras.
Su cronología es más difícil de precisar que la de los dólmenes funerarios. Las representaciones en algunos de ellos, o elementos muebles recogidos en sus inmediaciones, indican que son de época Neolítica, aunque otros pudieron levantarse más tarde, incluso en las Edades del Bronce o del Hierro.
El gran problema es su sentido, su funcionalidad. Algún investigador considera que tuvo una función funeraria, aunque no de deposición de cadáveres, pues para eso estaban unas estructuras muy características en esta época, sino para fijar el alma de los muertos.
Otros, considerando especialmente las alineaciones, piensan que pudieron tener cierto papel en las observaciones astronómicas; el problema es que no sabemos cuántos han sobrevivido hasta nuestros días, y si esos que conocemos aislados formaron parte en sus orígenes de un conjunto superior.
Algunos menhires parecen tener una forma itifálica, lo que ha inducido a considerar que eran como los elementos masculinos que entraban profundamente dentro del femenino (la Tierra) para que ésta se fecundara y produjera grandes frutos.
También están quienes piensan que los menhires son representaciones, si no de divinidades sí de antepasados poderosos, creando un vínculo entre ellos y la legitimidad de la posesión de ese espacio por parte del grupo que los levantó. En este sentido, habrían tenido una misión de afirmación territorial.
Los hay, igualmente, denominados "hipercríticos", que niegan que todos sean menhires de la Prehistoria Reciente, y los relacionan con algún tipo de deslinde. En este sentido conozco algo la documentación existente, arqueológica o documental, del NE de Córdoba desde tiempos del Imperio romano, y no hay nada que induzca a pensar que haya podido ser la marca de alguna delimitación en tiempos históricos: ni de límites entre ciudades romanas, aqalim de tiempos de al-Andalus, posesiones de las órdenes militares en la Baja Edad Media o términos de las Siete Villas de los Pedroches.
Otra perspectiva que se valora es que tuvieran una función de culto, fuera cual fuese. Habrían sido situados en lugares donde se celebrasen ceremonias religiosas o sociales. El santuario es un lugar especial, sacro, donde se desarrolla un ritual, es el sitio donde lo ordinario se convierte en significativo o "sagrado" por el mero hecho de desarrollarse allí.
La verdad, triste y dolorosa, es que no sabemos qué eran los menhires para la gente que los levantó, ni que función o consideración tuvieron entre ellos. Formaron parte de un paisaje social, conocido y con sentido entre sus contemporáneos, pero que a nosotros se nos escapa. Los egiptólogos, por ejemplo, tienen una enorme cantidad de textos, inteligibles, que les permiten conocer lo que están sacando de una sepultura. Para el periodo de la Prehistoria Reciente en la Península Ibérica no tenemos nada parecido.
Los menhires son conocidos en la península, más al norte que en el sur, pero la verdad es que no sé si ello se debe a que esa distribución mayor es porque allí hay más o porque en el tercio mericional de la península se ha investigado menos. Pero habellos, haylos por la antigua Bética; por ejemplo, en su estudio sobre arte megalítico en Andalucía, M. Bueno documentaba cinco menhires en la antigua Bética con manifestaciones artísticas (además de otros seis en los Millares, Almería.
Vamos al grano. Hace unos meses me comentó un amigo que cerca de la propiedad de su familia, unos cuatro kilómetros al norte de Torrecampo, existe una gran piedra hincada en el suelo. Lo que le había extrañado desde niño es que era de granito, mientras que la tierra donde se encontraba era de pizarra. La forma que me definió, larga, delgada, alta como una persona, e hincada en el suelo, me hizo pensar en el bueno de Obélix. Cuando estuvo en Hispania con su compañero Astérix para devolver a Pericles (Pepe, en su familia) a su padre, el indómito Sopalajo de Arriérez y Torrezo, ¿podría haber dejado algún menhir de recuerdo? Bromas aparte, lo que me interesó vivamente es que fuera una lastra de granito, en un lugar lejano del que debiera corresponderle naturalmente.
El norte de la provincia de Córdoba se caracteriza geológicamente por un magno batolito granítico que lo surca de noroeste a sureste, con un relieve de suave llanura ligeramente ondulada (penillanura). Al norte y sur del granito se encuentran estratos sedimentarios, sobre todo del Carbonífero, conocidos localmente como "pizarra" por el tipo de roca que domina en ellos. La frontera entre la "saliega" (nombre local de las tierras graníticas) y la "pizarra" es muy sutil, se pasa de una a otra en apenas decenas de metros, por lo que en Villanueva de Córdoba se conoce popularmente a este ecotono como "raya de la pizarra".
Abajo se muestra un detalle de la hoja 859 del Mapa Geológico Nacional, sobre el que he marcado la posición de la localidad de Torrecampo. Puede comprobarse cómo se encuentra en la "raya de la pizarra", entre los materiales ígneos -graníticos- (color azul-violáceo) y los sedimentarios del carbonífero -pizarra- (beige con punteado en rojo). (Una situación, por cierto, muy acertada, pues podrían aprovecharse los recursos de ambos ecosistemas.)
Pues bien, tomadas las coordenadas esa piedra larga e hincada, de granito, se encuentra a 2.850 m, linealmente, de la "raya de la pizarra". Es decir, que una vez que la gran laja fue sacada de la cantera hubo de arrastrarla al menos tres kilómetros para depositarla en el lugar en que se encuentra.
La laja tiene 167 cm de altura, con la parte superior triangular. La cara oeste tiene 60 cm en la base, y la sur, 48 cm. El grosor es apenas de una decena de centímetros. No se aprecian en sus esquinas las marcas profundas que habrían dejado los pinchotes de acero empleados por los canteros actuales. Según me explicó uno de ellos, Ángel Moreno, para poder sacar de la roca viva una lastra así, sin utilizar herramientas de hierro, primero se marcaba la línea de fractura; sobre ella se tallaban unas oquedades, anchas y poco profundas, en las que se introducían unas cuñas de madera, que se empapaban de agua. Al dilatarse las cuñas, y golpear sobre la línea previamente tallada, se desprendía la lastra. Es un proceso lento, complejo y delicado, que requiere conocer perfectamente la naturaleza de la roca para poder sacar una gran laja sin que se fracture.
La composición de la piedra y su situación me hacen desechar la opción de que pudiera haber servido de hito delimitador de algo: si lo que se hubiese pretendido es hacer un mojón (con perdón), colocar una "señal permanente que se pone para fijar los linderos de heredades, términos y fronteras", según el DRAE, habría bastado con levantar una marca con elementos cercanos, y para poner éste donde está hubo que transportarlo más de tres kilómetros. Este gran curro (tercera acepción en el mismo DRAE) tuvo que tener su sentido para el grupo humano que lo depositó donde hoy se conserva.
No está en un lugar prominente, en un otero o algo así, sino al contrario, está muy próximo al brusco recodo que hace un pequeño arroyo.
Hay otra circunstancia que me parece bien significativa: al igual que este menhir granítico se encuentra adentrado tres kilómetros adentro de la tierra de pizarra, práticamente a la misma distancia al sur del batolito, igualmente en terrenos sedimentarios del Carbonífero, se construyó el dolmen del Rongil (aunque en este caso se aprovechó un pequeño afloramiento granítico natural, de apenas una hectárea de extensión). Son dos elementos de carácter netamente simbólico (aunque desconozcamos su código), construidos en granito aunque lejos del batolito. Me da la impresión de que, además de la consideración religiosa o cultural que les confiriesen las gentes que los construyeran, tuvieron una función vindicativa, de afirmación de la posesión de ese espacio. ¿Y qué había de interés en el batolito? Numerosas vetas de mineral de cobre, por ejemplo. algo muy apropiado durante el Calcolítico.
En los Pedroches los sepulcros megalíticos se conocen por docenas, pero para contar los menhires sobran dedos de una mano. Siendo tan escasos, merece la pena que continuemos con ellos en otras entradas.
(Las fotografías del menhir de Torrecampo son propias. Créditos de las imágenes de menhires peninsulares:
Menhires de Cantabria
Menhir de Álava
Menhir de Navarra
Menhir de Facinas, Tarifa )