Si hay un día al año que pueda considerarse como el de la propia celebración comunitaria de Villanueva de Córdoba, es el Lunes de Pentecostés (cincuenta días después del Domingo de Resurección). Es una fecha variable, pues depende de la luna llena del equinoccio primaveral. Ese día, que este año corresponde al 25 de mayo, es la romería de la Virgen de Luna de Villanueva de Córdoba, cuando se trae su imagen desde el santuario de la Jara hasta la iglesia de San Miguel de la localidad, donde permanece hasta se el segundo domingo de octubre, en que vuelve a ser trasladada a su ermita.
Don Julio Caro Baroja, uno de los grandes intelectuales españoles del siglo XX, escribía en la revista Cuadernos Hispanoamericanos 49, de enero de 1954, lo siguiente:
"Hoy en día, con los cerca de treinta millones de españoles, puede hacerse la gran clasificación que se sigue:
1º. Existen, en primer término, los que se consideran tradicionalistas en sus ideas y en sus costumbres.
2º. En segundo, aquellos que, considerándose también tradicionalistas en esencia, en sus ideas, son reformistas en gran parte de lo que se refiere a costumbres, a hábitos y usos que pueden estar vinculados con la técnica moderna.
3º. En tercero, los que no teniendo simpatía por gran parte de las ideas tradicionales (o consideradas tales), y siendo amigos de novedades en el campo de la especulación, aman las costumbres viejas más que las nuevas.
4º. Y en cuarto, los que son antitradicionalistas, ideológica y prácticamente.
La primera categoría comprende a muchas gentes de diversas clases sociales y de regiones distintas. Pero hay que reconocer que las personas que más influye en la vida del país, ahora, perteceden a la segunda. En la tercera entramos un grupo tan insignificante de visioanrios sin remedio, que apenas tiene importancia, y en la cuarta, una masa de caracteres ambiguos, poco fácil de estudiar y controlar".
Me uno al tercer grupo, con don Julio o don Antonio Machado, quien en su Saeta reconocía el respeto que le merecía la fe de mis mayores. Estoy convencido de que algunas "ideas nuevas" (por lo menos, no estaban consideradas en tiempos del maestro Caro Baroja) son acertadas y justas, como que hay que respetar el medio ambiente porque las siguientes generaciones tienen el mismo derecho que las actuales a vivir y disfrutar de él ("una herencia de nuestros abuelos que recibimos en préstamo de nuestros nietos", dicen acertadamente); o que no puede haber ningún tipo de diferencias o desigualdades en función del sexo. En cuanto a las tradiciones de mi tierra, me gustan y las quiero.
En 2012 me correspondió, por el escalafón, ser Hermano Mayor de la Hermandad de la Virgen de Luna de Villanueva de Córdoba. En la revista de la Hermandad de ese mismo año publiqué un artículo en el que recordaba cuál era el origen de las hermandades en general y de ésta en particular. Dado que ya hemos entrado en el periodo de Pentecostés, y que el próximo 25 de mayo la imagen de la Virgen de Luna llegará a Villanueva, recuerdo y amplío ese artículo.
Fue en el curso de 1970-1971, cuando cursaba 3º de EGB. Una
mañana me acerqué a mi maestro, don José Palomino Cobo, que era miembro de la Directiva de la Hermandad de la Virgen de Luna, y le comenté
que mi madre me había dicho que me iba a apuntar a ella, y que yo quería
ser “hermano de la Virgen”.
Don José me miró como valorando mi petición, y debió de verme convencido pues
a reglón seguido pasaba a tomar nota de mis datos para incluirme en la Hermandad, formando
parte de la misma a partir de ese momento.
(Mi madre le tenía una gran devoción a la Virgen de Luna, y por eso cuando se realizó una gran reforma en la casa hace veintidós años quería tener una imagen suya. Las hay de muchos tipos, pero no le gustaba una simple fotografía, vidriada. Un amigo de la familia se puso en contacto con un buen artista, Alfonso Carlos Orce Villar, miembro de una reconocida saga de artistas sevillanos. Elaboró una auténtica obra de arte, un retablo cerámico de la Virgen de Luna con manto azul claro: los bordados de uno antiguo se pasaron a dos nuevos, entre ellos éste, que se estrenaba por aquellos años. -En Villanueva de Córdoba, tengo entendido, sólo hay dos retablos de Alfonso C. Orce, éste y otro en la cooperativa olivarera que tiene el nombre de la patrona local.-
El lugar elegido para situarlo, en la pared frontera a la entrada del patio, es el mismo en que los romanos situaban su lararium (altar doméstico) en el atrium (patio) de la domus (casa). Confieso que eso lo descubrí después.)
(Mi madre le tenía una gran devoción a la Virgen de Luna, y por eso cuando se realizó una gran reforma en la casa hace veintidós años quería tener una imagen suya. Las hay de muchos tipos, pero no le gustaba una simple fotografía, vidriada. Un amigo de la familia se puso en contacto con un buen artista, Alfonso Carlos Orce Villar, miembro de una reconocida saga de artistas sevillanos. Elaboró una auténtica obra de arte, un retablo cerámico de la Virgen de Luna con manto azul claro: los bordados de uno antiguo se pasaron a dos nuevos, entre ellos éste, que se estrenaba por aquellos años. -En Villanueva de Córdoba, tengo entendido, sólo hay dos retablos de Alfonso C. Orce, éste y otro en la cooperativa olivarera que tiene el nombre de la patrona local.-
El lugar elegido para situarlo, en la pared frontera a la entrada del patio, es el mismo en que los romanos situaban su lararium (altar doméstico) en el atrium (patio) de la domus (casa). Confieso que eso lo descubrí después.)
Cuando ingresé en la Hermandad era entonces un niño de siete u ocho años y no podía siquiera vislumbrar la gran carga histórica que significa formar parte de la Hermandad de la Virgen de Luna de Villanueva de Córdoba; eso es algo que, gracias a mi afición a la historia, he ido conociendo con el tiempo y que me ha hecho sentirme más complacido, si es que fuere posible, de pertenecer a ella.
La primera referencia documentada de la relación entre Villanueva de Córdoba y la Virgen de Luna data de 1589, a tenor del "pleito entre los Concejos de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba, por oponerse el primero a que se trajese a esta villa la imagen de Nuestra Señora la Virgen de Luna", como exponía don Juan Ocaña Prados en 1911 en su obra Historia de la Villa de Villanueva de Córdoba. Siendo de esa fecha el pleito es evidente que tenía que basarse en hechos bastante anteriores.
En el libro Villanueva de Córdoba. Apuntes históricos de su hijo, don Juan Ocaña Torrejón, consta que en la Visita Pastoral de representantes del Obispado de Córdoba a la Parroquia de San Miguel Arcángel de esta localidad en 1590 figuraban las cuentas de la ermita de Nª Sª de Luna. La primera referencia expresa, que conozca, a nuestra Hermandad es en esa misma obra, durante la Visita Pastoral de 1604, en la que figuran las cuentas de la Hermandad de Nª Sª de Luna con Bartolomé García Pozuelo.
En el libro Villanueva de Córdoba. Apuntes históricos de su hijo, don Juan Ocaña Torrejón, consta que en la Visita Pastoral de representantes del Obispado de Córdoba a la Parroquia de San Miguel Arcángel de esta localidad en 1590 figuraban las cuentas de la ermita de Nª Sª de Luna. La primera referencia expresa, que conozca, a nuestra Hermandad es en esa misma obra, durante la Visita Pastoral de 1604, en la que figuran las cuentas de la Hermandad de Nª Sª de Luna con Bartolomé García Pozuelo.
En otra obra de don Juan Ocaña Torrejón, La Virgen
de Luna (bosquejo histórico), editada en 1963, se recogían las
“Obligaciones de la
Hermandad y Compañía de Soldados de Nuestra Señora de Luna
que sirve en esta villa de Villanueva de Córdoba”, las constituciones o
estatutos por los que se regía la
Hermandad, para el periodo de 1763-1783, aunque en ella se
hiciera mención a otras anteriores de 1705 y 1715. En ellas se decía que “el número de soldados de dicha Compañía y
hermanos no ha de exceder de noventa en que se han de incluir los Oficiales”.
En el primer libro sobre nuestra historia local, ya citado, Historia de la Villa de Villanueva de
Córdoba, D. Juan Ocaña Prados nos describe el uniforme decimonónico de la Hermandad, ya en desuso
en 1911: “Calzón corto, media negra,
zapato antiguo y una especie de frac, cruzada a la bandolera por unos cordones
de seda, de los cuales pendían los frascos de pólvora y un espadín”. En la
fotografía de una romería de la
Virgen de Luna de comienzos del siglo XX puede observarse a
los hermanos con su escopetas de pistón, con las que, dice Ocaña Prados, “hacen salvas en honor de su excelsa patrona”.
En el libro de Ocaña Torrejón sobre la Virgen de Luna reseñado arriba se nos aclara que
esta costumbre de hacer salvas en honor de la Virgen de Luna “Villanueva la observó hasta el año 1918, en que las autoridades
locales, teniendo en cuenta que las pasiones políticas de aquellos días estaban
muy excitadas, revolvieron prohibir, como medida de prudencia, estas salvas y
así ha continuado hasta la fecha”.
(Romería en el santuario de la Virgen de Luna de hacia 1900. Obsérvese que los hermanos van armados con escopetas. Se diferencian de los guardias civiles, que también acompañan la imagen, en que éstos llevan puesta la bayoneta.)
Hermandades: milicias urbanas.
La clara mención de las Obligaciones de 1763 a su carácter militar
(“Compañía de Soldados”) nos indica que su origen fue más Hermandad que
Cofradía, pues entre ambas hay diferencias.
Las cofradías nacen en la
Edad Media, y eran asociaciones con unos
rasgos característicos, como la condición de seglares de sus miembros, el
carácter voluntario de su incorporación y su estrecha relación con el
ámbito de lo religioso. En el territorio hispano las cofradías más antiguas
datan del siglo XI, correspondiendo al ámbito de Cataluña. Los fines de las
cofradías eran benéfico-religiosos, sobre todo si sus cofrades contraían una
enfermedad o morían.
El origen de las hermandades es distinto. Con este término
se hace referencia a las asociaciones de municipios que se formaron en la
Edad Media, en los reinos de Castilla y
León, con el objetivo de defender el orden público en el medio rural, y a la
vez para intentar poner coto a los continuos abusos por parte de los poderosos.
En los tiempos convulsos de finales del siglo XIII, con una monarquía débil y
unos nobles prepotentes que intentaban imponer su única ley, la del más
fuerte, las hermandades surgieron como milicias armadas de los concejos, que
defendían derechos de las ciudades frente a los intereses de la alta nobleza, desempeñando
un importante papel. Por ejemplo, a la muerte de Sancho IV de Castilla y León
en 1295, su heredero, Fernando IV sólo contaba con nueve años, quedando bajo la
regencia de su madre, María de Molina. Algunos grandes nobles intentaron
aprovechar la coyuntura para desmembrar el reino y hacerse cada uno de ellos con
una parte de él, pero María de Molina, mujer de gran valía, autorizó la
creación de hermandades, se apoyó en ellas y en los concejos urbanos para hacer frente
a la presión de la alta nobleza, y logró evitar la
disgregación del reino y conservar el trono para su hijo.
En 1476 los Reyes Católicos crearon la Santa Hermandad, una
institución de carácter efímero, pero muy efectiva, como una especie de
policía local del medio rural. Basándose en las hermandades de un par de siglos
antes, ante la tremenda conflictividad y violencia social existente en sus
reinos, y con el fin de restablecer y mantener el orden, los Reyes Católicos
restauraron esa vieja institución armada en las cortes de Madrigal de 1476, con
el nombre de Santa Hermandad. En dichas cortes se estableció que la mayor parte
de la financiación correspondería a los concejos locales, contando con una Junta
General o Consejo de la
Hermandad encargado de dirigir y controlar su funcionamiento.
Entre las diversas competencias de la Santa Hermandad se encontraban
la capacidad para dictar y ejecutar justicia en los casos de robo, asesinato o
incendio. Sus componentes, conocidos como “cuadrilleros”, se hicieron famosos
por su justicia rápida y expedita.
Con estos precedentes de hermandad como milicia armada de un
concejo es cuando, parece ser que a finales del siglo XVI o comienzos del XVII,
se fundó en Villanueva de Córdoba la Hermandad y Compañía de Soldados de Nuestra
Señora de Luna. Las insignias que hoy ostentan los Hermanos Mayores, bastón,
bandera y alabarda, corresponden a los tres mandos de la antigua compañía de
soldados: Capitán, Alférez y Sargento. (Por cierto, que el modo de elección
de esos oficiales en el siglo XVIII era el siguiente: el día de la procesión en
que se llevaba a la Virgen
a la ermita, los oficiales de la compañía habían elegido a seis hermanos que
les parecieran más a propósito, y sus nombres se introducían en un jarro; el
capellán, o un niño menor de edad, sacaban tres de las papeletas, que
correspondían, tal y como fueron saliendo, a los cargos de Capitán, Alférez y
Sargento.)
En la actual procesión local del Corpus Christi, cuando salen todas las
agrupaciones religiosas de Villanueva de Córdoba con sus insignias, podemos reconocer
por ellas su origen como cofradía o hermandad: estandarte para las primeras,
bandera para las segundas (en Villanueva sólo las dos hermandades de San
Sebastián y Nuestra Señora de Luna).
Hoy en día son ocho los designados como Hermanos Mayores anualmente, por orden de antigüedad, que portan las antiguas insignias: bastón, bandera y, el resto, alabardas.
La alabarda, un arma de circunstancias.
Como a mí me correspondió una, me interesé por ella. Aunque algunas bandas de romanos la porten, ningún legionario de Julio César o Trajano usó o conoció siquiera una alabarda, pues apareció a finales del siglo XIII (v. el artículo de Fernando Quesada Sanz sobre ella en la revista La Aventura de la Historia 113, marzo 2008).
En la Plena Edad Media la dueña indiscutible de los campos de batalla era la caballería pesada aristocrática. Frente a ella nada podían hacer unos infantes mal equipados y peor entrenados, y sólo podía causarle algún daño su igual o las compañías de mercenarios armados con ballestas y arcos largos.
Por esta época también las ciudades van adquiriendo más entidad, y en muchos lugares de Europa aparecieron milicias urbanas bien equipadas y organizadas, capaces de batirse de igual a igual con los caballeros acorazados.
La base era densas formaciones cerradas de infantes armados con largas picas (cuatro metros o más), apoyados por compañías de ballesteros (y cada vez más con armas de fuego) y soldados más móviles que portaban unas armas de asta que tenían su origen en herramientas, como la alabarda.
No es el arma de un guerrero profesional, como podría ser una espada, sino una auténtica arma popular, de circunstancias podría decirse, compuesta por elementos que podía tener un campesino o un artesano en su casa. Sobre un astil de madera de unos dos metros se insertaban hachas, picos, podaderas, hoces y martillos que formaron una gran panoplia, entre ellas nuestra alabarda, con una característica común: eran capaces de enganchar la armadura de los caballeros y derribarlos al suelo, y allí dejarlos fuera de combate e incluso traspasar la armadura con ella.
La alabarda consta de un astil, protegido en su cabeza con pletinas de hierro para evitar que fuera desmochada por un golpe de espada. Su fuerza residía en la "cabeza de armas", que en su tipo clásico tiene tres elementos: una pica o punta de lanza en el extremo del astil, un hacha a un lado y un gancho o pico curvo en el otro. Estos elementos le daban una triple función al arma: taladrar, cortar y enganchar. En las manos de un hombre fuerte y bien entrenado, era un arma temible tanto contra caballeros como contra infantes: en las formaciones compactas, pero de muy poca movilidad, de piqueros, los alabarderos podían introducirse entre las filas de piqueros enemigos causando estragos.
Su forma fue cambiando con el tiempo. Los ejemplares más antiguos tenían un hacha de filo recto, paralelo al astil. A lo largo del siglo XVI el hacha aumentó su tamaño, tomando forma de media luna y con un gran desarrollo de la punta inferior. Es el tipo de las alabardas de la Hermandad de la Virgen de Luna de Villanueva de Córdoba, similar a la que podrían haber empleado los primeros componentes de ella hace más de cuatro siglos.
Los mercenarios suizos y alemanes extendieron el uso de la alabarda por Europa en los siglos XIV y XV, aunque el desarrollo de las armas de fuego las hizo relegar a ser la divisa de los sargentos de muchos ejércitos europeos. Es un recuerdo del carácter militar que tuvo en su origen la Hermandad.
Y tocó empuñar la alabarda.
Hoy en día son ocho los designados como Hermanos Mayores anualmente, por orden de antigüedad, que portan las antiguas insignias: bastón, bandera y, el resto, alabardas.
La alabarda, un arma de circunstancias.
Como a mí me correspondió una, me interesé por ella. Aunque algunas bandas de romanos la porten, ningún legionario de Julio César o Trajano usó o conoció siquiera una alabarda, pues apareció a finales del siglo XIII (v. el artículo de Fernando Quesada Sanz sobre ella en la revista La Aventura de la Historia 113, marzo 2008).
En la Plena Edad Media la dueña indiscutible de los campos de batalla era la caballería pesada aristocrática. Frente a ella nada podían hacer unos infantes mal equipados y peor entrenados, y sólo podía causarle algún daño su igual o las compañías de mercenarios armados con ballestas y arcos largos.
Por esta época también las ciudades van adquiriendo más entidad, y en muchos lugares de Europa aparecieron milicias urbanas bien equipadas y organizadas, capaces de batirse de igual a igual con los caballeros acorazados.
La base era densas formaciones cerradas de infantes armados con largas picas (cuatro metros o más), apoyados por compañías de ballesteros (y cada vez más con armas de fuego) y soldados más móviles que portaban unas armas de asta que tenían su origen en herramientas, como la alabarda.
No es el arma de un guerrero profesional, como podría ser una espada, sino una auténtica arma popular, de circunstancias podría decirse, compuesta por elementos que podía tener un campesino o un artesano en su casa. Sobre un astil de madera de unos dos metros se insertaban hachas, picos, podaderas, hoces y martillos que formaron una gran panoplia, entre ellas nuestra alabarda, con una característica común: eran capaces de enganchar la armadura de los caballeros y derribarlos al suelo, y allí dejarlos fuera de combate e incluso traspasar la armadura con ella.
La alabarda consta de un astil, protegido en su cabeza con pletinas de hierro para evitar que fuera desmochada por un golpe de espada. Su fuerza residía en la "cabeza de armas", que en su tipo clásico tiene tres elementos: una pica o punta de lanza en el extremo del astil, un hacha a un lado y un gancho o pico curvo en el otro. Estos elementos le daban una triple función al arma: taladrar, cortar y enganchar. En las manos de un hombre fuerte y bien entrenado, era un arma temible tanto contra caballeros como contra infantes: en las formaciones compactas, pero de muy poca movilidad, de piqueros, los alabarderos podían introducirse entre las filas de piqueros enemigos causando estragos.
Su forma fue cambiando con el tiempo. Los ejemplares más antiguos tenían un hacha de filo recto, paralelo al astil. A lo largo del siglo XVI el hacha aumentó su tamaño, tomando forma de media luna y con un gran desarrollo de la punta inferior. Es el tipo de las alabardas de la Hermandad de la Virgen de Luna de Villanueva de Córdoba, similar a la que podrían haber empleado los primeros componentes de ella hace más de cuatro siglos.
Los mercenarios suizos y alemanes extendieron el uso de la alabarda por Europa en los siglos XIV y XV, aunque el desarrollo de las armas de fuego las hizo relegar a ser la divisa de los sargentos de muchos ejércitos europeos. Es un recuerdo del carácter militar que tuvo en su origen la Hermandad.
Y tocó empuñar la alabarda.
Con tal bagaje de historia acudí el domingo 9 de
octubre de 2011 al santuario de la Jara para recoger tras la misa la Alabarda que me correspondía
custodiar hasta el 7 de octubre de 2012, al
ser uno de los Hermanos Mayores de ese año. Pero una
cosa es el conocimiento, es saber cuál es el origen de las hermandades o cuándo
se fundó la nuestra, y otra el sentimiento.
Cuando así el astil de la alabarda me di cuenta de que aquello no era un simple trozo de madera, sentí que esta cogiendo más de cuatro siglos de historia, que yo era un eslabón más de una cadena de más de cuatrocientos años. Quiero ser estoico, dominar las sensaciones y sentimientos, pero por esta vez dejé que fueran ellos quienes se impusiesen al notar ese especie de energía que surgía de la alabarda. Quizá sea porque nuestra gran ventaja evolutiva fue que lo hicimos en grupos, y ese arma, hoy un símbolo, me hacía ser plenamente consciente de a cuál pertenezco. Fue una sensación de completa satisfacción con un gran valor, pues no se le puede poner precio. Afortunadamente, es de esas cosas que no se puede comprar con dinero.
Cuando así el astil de la alabarda me di cuenta de que aquello no era un simple trozo de madera, sentí que esta cogiendo más de cuatro siglos de historia, que yo era un eslabón más de una cadena de más de cuatrocientos años. Quiero ser estoico, dominar las sensaciones y sentimientos, pero por esta vez dejé que fueran ellos quienes se impusiesen al notar ese especie de energía que surgía de la alabarda. Quizá sea porque nuestra gran ventaja evolutiva fue que lo hicimos en grupos, y ese arma, hoy un símbolo, me hacía ser plenamente consciente de a cuál pertenezco. Fue una sensación de completa satisfacción con un gran valor, pues no se le puede poner precio. Afortunadamente, es de esas cosas que no se puede comprar con dinero.
Romería del 28 mayo 2012
Decía don Juan Ocaña que en la Edad Moderna “el pertenecer a la Hermandad de Nuestra Señora de Luna era considerado por el vecindario de este pueblo como una distinción, como un honor dentro de los demás vecinos”. Ahora no hay una limitación de número, ni es algo exclusivamente masculino. Sin perder la esencia de la tradición se han ido incorporando a la Hermandad nuevas ideas, como decía don Julio Caro Baroja. En su origen como milicia ciudadana las hermandades estaban compuestas (como cualquier ejército de la época) por varones jóvenes cuya pérdida no era irremisible. Las mujeres no participaban porque eran imprescincibles para perpetuar la especie. Hoy, en que esos supuestos han cambiado, parece acertado que la Hermandad esté abierta a todos, sin distinguir en que unos tengan cromosomas XY y otras XX. Hoy somos 1.322 los que formamos parte de ella, siendo la mayor agrupación ciudadana de un municipio que al 01-01-2014 contaba con 9.226 habitantes.
Se debe significar que a comienzos de la década de 1970, cuando se produjo el gran éxodo, en Barcelona y Madrid, los lugares donde había más número de personas naturales de Villanueva de Córdoba, surgieron hermandades y romerías de la Virgen de Luna que, para todas aquellas personas, fueron el vínculo con la tierra que los vio nacer. En estos sitios muchos emigrantes pasaron a formar parte de hermandades de la Virgen del Rocío para hacer constar que sus orígenes estaban en un lugar distinto al que residían. A la gente de Villanueva de Córdoba no les er necesario, tenían, teníamos, la nuestra. ¿Para qué nos hace falta más?
Hoy no es la mano inocente de un niño, sino la antigüedad en el escalafón la que marca quiénes serán los Hermanos Mayores de cada año, pero coincido con don Juan Ocaña en que me siento sumamente honrado como jarote, es más, hasta lleno de orgullo y satisfacción, en haber sidor uno de los Hermanos Mayores de la Hermandad de Nuestra Señora de Luna. Como hijo de Villanueva de Córdoba no hay condecoración o distinción que pueda superar a la que tuve: empuñar la alabarda de la Hermandad de la Virgen de Luna de Villanueva de Córdoba.
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