En el dolmen de Las Agulillas

sábado, 28 de febrero de 2015

Los nombres masculinos en Villanueva de Córdoba, 1804-1820.

Hacia una Historia total (a modo de introducción).

     En la segunda mitad del siglo XIX comenzó a cambiar la manera de conocer la Historia, y hasta su mismo sujeto de estudio. Hasta entonces se consideraba que sólo podía haber conocimiento histórico por medio de los documentos escritos, pero por este tiempo comienzan a conocerse yacimientos habitados por gentes que vivieron mucho antes de conocerse la escritura, gentes que, como en Altamira, demostraban tener una capacidad intelectual semejante a la nuestra (aunque es cierto que se tardó tiempo en admitirse, y que entonces, como ahora, se cometiera el error de juzgarlos por su tecnología).
     También la Arqueología abandonaba definitivamente sus orígenes en anticuarios y coleccionistas para convertirse en una auténtica ciencia, que tenía como cometido el conocer el pasado a través del estudio de sus restos materiales.
     Prehistoria y Arqueología provocaron un cambio de la Historia, en el sentido de que el principal objeto de la misma ya no eran las élites que generaban la documentación conservada sobre instituciones, tratatos políticos o batallas, sino que era el género humano, en su conjunto. Por ejemplo, antes lo importante que debía conocer un probo alumno de bachillerato era la lista de reyes godos; la arqueología, sobre todo en los espacios de necrópolis, abría unas puertas al pasado que antes no se habían considerado.
     Ya en el siglo XX surgieron nuevas tendencias historiográficas, que modificaron por completo el modo de entender y estudiar la Historia. El materialismo histórico se basaba en la interdependencia de los fenómenos sociales, a la vez que se exponía una historia cuantitativa aparecida por la interacción de la historia con la economía y otras ciencias sociales (estadística, demografía, sociología...); mas sería la escuela de los Annales la que expusiera el nuevo modo de analizar los hechos del pasado. Su nombre provenía de una revista, Annales d'Historia Economique et Sociales, fundada en 1929 por Lucien Febvre y Marc Bloch. Negaban que sólo unos cuantos hechos (militares, políticos o diplomáticos) tuvieran categoría histórica: "Solo existe historia en su unidad". Si las acciones humanas son de tipo económico, cultural o político, todos estos elementos son indisociables, formando parte de una unidad.
     Se introducía en el mundo académico el concepto de historia total, comenzado una colaboración entre las diversas disciplinas de las ciencias humanas, como la economía, la sociología o la antropología. Así, y sobre todo en el espacio de la Historia Moderna (finales del siglo XV a inicios del XIX), para el que se contaba con una nutrida información documental, aparecieron estudios de historia económica (mundo agrario y urbano, intercambios comerciales, demografía histórica...), historia social (los distintos grupos sociales, privilegiados, burgueses, pobres y marginados, conflictos sociales; historia de la familia; o historia de la mujer, la gran olvidada de la historia), o una historia de la cultura y de las mentalidades.
     El objetivo es alcanzar la historia total, y para ellos los diversos estudios deben de ser como las celdillas de un panal, para lo cual es imprescindible la conexión dialéctica entre cada estudio parcial con las influencias e interpedencias de los campos tratatos.Como exponía Pierre Vilar, "en la difícil aproximación a la totalidad histórica, puede y debe servirnos toda investigacion que se inspire en los métodos más recientes de los psicólogos, sociólogos y de los economistas. Siempre y cuando el historiador no olvide su propia labor, consistente en establecer síntesis, en distinguir los episodios históricos que forman un todo, en no reducir la historia ni al largo plazo que deshumaniza ni al corto plazo que impide ver el crecimiento y el progreso. Labor que consiste, en definitiva, en el estudio de los mecanismos que relacionan los acontecimientos con la dinámica de las estructuras".
     Es lo que se pretende con el estudio de los nombres de las personas que nacieron en Villanueva de Córdoba desde finales del siglo XVI, algo que podría estar a caballo entre la historia de la familia y la historia de las costumbres.

Primeras décadas del siglo XIX: tiempo de crisis.

     He seleccionado el periodo 1804-1820 por su singularidad demográfica, más que por emplear unas cifras redondas. Es necesario contar con un número suficiente de registros para conocer las auténticas tendencias y evitar en la medida lo anecdótico; pero no puede tampoco ser un periodo demasiado amplio que distorsione los datos.
    Analicemos el siguiente gráfico. En él se muestra el polígono de frecuencias de las series anuales de bautismos (azul) desde 1770 a 1820 en Villanueva de Córdoba (no tenemos los datos del último decenio del siglo XVIII); la tendencia lineal del periodo (línea verde discontinua); y la media móvil para cinco años (color rojo):

 







     Se comprueba que la tendencia durante este medio siglo es de un ligero descenso en los nacimientos, aunque la media móvil nos permite afinar en sus distintas etapas. La década de 1780 fue desastrosa en todos los sentidos, con crisis de subsistencias y epidemias de tifus y paludismo, que provocaron no sólo una gran mortalidad, sino un descenso en los nacimientos (los registros de defunciones parroquiales de este tiempo no son válidos como elemento de estudio para la mortalidad general porque hasta 1801 no comenzaron a anotarse los entierros de "párvulos", de niños menores de siete años).
     Desconocemos las cifras para la siguiente década, pero parece que a comienzos del siglo XIX hubo un repunte en los nacimientos que se vio bruscamente frenado durante una década a partir de 1804. De nuevo se unieron el hambre y el paludismo. Hay que tener en cuenta que la malaria conllevaba "graves consecuencias sobre la actividad laboral en muchas poblaciones, dada la indisponibilidad casi total de los afectados; se sabe que una muerte por paludismo supone, por lo menos, dos mil días de enfermedad. El paludismo conduce... a la quiebra de la agricultura en una zona, a través del absentismo forzoso que provoca" (Vicente Pérez Moreda, 1980, 75 y 383). Además de las defunciones unos doscientos vecinos emigraron en busca de mejores oportunidades. Pocos años después estallaba la Guerra de la Independencia, que afectó a la economía y demografía. Todas estas circunstancias produjeron que se redujera notablemente el censo: de 1.417 vecinos en 1787 a 1.295 en 1812 (como la fuente para este último es del padrón parroquial realizado ese año, es un dato muy fiable). A partir de 1816 el aumento de los nacimientos muestra la reactivación demografica.
     Es pues un periodo de grandes crisis, en absoluto una etapa de crecimiento económico o demográfico.

Nombres de niños nacidos en Villanueva de Córdoba, 1804-1820: apogeo de los nombres compuestos.

     Se han analizado los nombres de 1.702 niños nacidos en estos años, a los cuales se les impuso un total de 851 nombres, lo que significa una media de 2 niños por nombre (entre 1775-1790 esta media fue de 4,76). De éstos, 37 son simples y 814 compuestos. Si en el periodo de 1775-1790 se usaron 275 nombres compuestos para los recién nacidos, en nuestro tiempo de estudio este número se ha más que duplicado.


      Lo significativo para este periodo es que 656 nombres (77% del total) fueron portados por un solo niño. Esto quiere decir que la gran mayoría de niños poseían un nombre que no lo tenía ningún otro. También hay un cambio en esto respecto al último periodo del siglo XVIII, cuando la mayor parte (61%) de los niños nacidos tuvieron un nombre simple, mientras que entre 1804-1820 son una manifiesta minoría (23%).
     Con esta abundancia onomástica pensé en omitir el listado completo de nombres, pero dado que es algo que venimos haciendo desde finales del siglo XVI es mejor incluirlo. Se muestra a continuación como se ha estado realizando anteriormente, la relación completa de nombres y su porcentaje de frecuencia respecto al total de nacidos (no podemos calcular, como actualmente el Instituto Nacional de Estadística, la tasa de cada nombre respecto a mil habitantes al no contar con el dato de la población que, por este tiempo, aún se mostraba en vecinos y no en habitantes):

Nombres simples y primero de los compuestos: variaciones de un mismo tema.

     Si comparamos las listas de los nombres simples más frecuentes y la del primero de los compuestos más abundantes, observamos que los cinco primeros son los mismos:


     El 60% de los niños tenían por primer nombre Juan, Francisco, Pedro, Antonio o Bartolomé. Entre 1591-1610 los cinco nombres más frecuentes (Juan, Francisco, Pedro, Alonso y Antón) supusieron el 57,56% de los varones de Villanueva de Córdoba. La diversidad en los nombres se reservó para el segundo de los nombres compuestos, en cuanto al primero los niños nacidos en Villanueva de Córdoba a comienzos del siglo XIX se llamaban igual que los que lo hicieron a finales del XVI.

La influencia de los abuelos en el primer nombre.

     Ha sido práctica habitual en nuestra sociedad, al menos desde la Edad Media, la de imponer a los recién nacidos el nombre de los abuelos. Hemos cuantificado en el periodo 1804-1820 esta relación, comparando los nombres que se les puso a los niños (los nombres simples y los primeros de los compuestos) con los de sus padres y abuelos, y el resultado habla por sí solo:



     De cada diez niños, cuatro llevaron el nombre de su abuelo paterno; tres, el del materno; uno, el mismo que su padre; y solo dos no tenían vínculo directo con ninguno de ellos. 
     Hemos analizado los nombres simples y el primero de los compuestos, pero la influencia onomástica de los abuelos se puede rastrear con nombres poco frecuentes en la localidad, como Toribio. Durante 1804-1820 nacieron unos niños que fueron llamados Alfonso Toribio, Andrés Toribio, Antonio Toribio, José Toribio, Miguel Toribio y Toribio Miguel: todos ellos eran nietos de Tomás González de la Serna

Y la del santoral en el segundo.

     A mediados del pasado siglo XX era también práctica frecuente la de escoger como segundo nombre de uno compuesto el del "santo del día". Para saber si esto era también así a comienzos del siglo XIX hemos ido comparando el nombre de los niños con el de la advocación celebrada en el día de su nacimiento. Para ello empleamos el Santoral completo del presbítero Ángel Fábrerga Grau, auténtica mano de santo (algo bien dicho, en este caso) para este menester.


      Aunque a veces se encuentra en el primer nombre (por ejemplo, en Sebastián Bartolomé, nacido un 20 de enero, día de San Sebastián), lo más usual es que la relación con el santoral fuera en el segundo de un nombre compuesto, en el 53,5% de los niños. En el 46,5% restante no hemos encontrado ningún vínculo entre los nombres de los niños y alguna advocación.
     Esta relación no es siempre exacta, coincidente con el día del nacimiento del recién nacido, sino que se extiende unos cuantos días más. Esta es la única explicación que encuentro para que un niño nacido un 16 de junio se llamase Francisco Fandila: San Fandila se conmemora el 13 de junio. Hemos comprobado esta circunstancia con nombres poco frecuentes en esta localidad, como el citado, Norberto o Sisenando.
     En casi la mitad de los nombres compuestos no hay relación entre el segundo y ninguna advocación. Por ejemplo, Pedro Luciano, nacido el 2 de marzo. San Luciano se conmemora en enero y mayo, así que si sus padres le impusieron tal nombre es, simplemente, porque les gustó.
     Hay que señalar igualmente la importancia del santoral exclusivamente cordobés en la imposición de algunos nombres, como Álvaro, Fandila o Teodomiro, los tres de los conocidos como mártires voluntarios del siglo IX, durante el reinado de los emires Abderramán II y Muhammad I.

Rompiendo tabúes: nombres el Antiguo Testamento y femeninos.

     Ya lo hemos comentado en otras ocasiones: en las visitas pastorales de los obispos a la parroquia de Villanueva de Córdoba a comienzos del siglo XVIII dejaban escrito que a los niños había que imponerles nombres de santos conocidos y reconocidos por la Iglesia. Esto era consecuencia de la Reforma y Contrarreforma del siglo XVI. Ante el rechazo a los santos o la Virgen de los reformistas los católicos reaccionaron tomando para sus hijos nombres exclusivos del Nuevo Testamento.
     Durante los siglos XVII y XVIII no me he encontrado ningún nombre del Antiguo Testamento entre los niños nacidos en este tiempo (a excepción de una niña, Susana, a comienzos del XVII), pero ahora, en los primeros años del siglo XIX, aparecen nombres como Elías, Ezequiel o Macabeo. Cuantitativamente son pocos, pero suficientes para romper ese tabú de siglos.
     Otro que también cae es que se impongan nombres femeninos en el segundo de los compuestos: Teresa, Ana, Irene o Bárbara.