En el dolmen de Las Agulillas

miércoles, 29 de enero de 2014

Broches de cinturón (II) de época visigoda de los Pedroches

       A partir del último tercio del siglo VI se observa un cambio radical en estos objetos tan de la vida cotidiana como son los broches de cinturón: se abandonan las formas germanas de los niveles II y III (fíbulas y placas de celdillas) y aparecen otras que han sido adscritas a una corriente denominada "latino-mediterránea" por tener su origen en el Mediterráneo oriental, que se agrupa en dos niveles, IV y V. A la vez, los broches y placas de cinturón de estos niveles aparecen abundantemente en los Pedroches.

       El nivel IV (560/580 - 600/640) de Gisela Ripoll se corresponde esencialmente a los últimos años del reinado de Leovigildo y al de Recaredo
       Con la nueva demanda los antiguos talleres visigodos languidecen mientras que aparecen otros centros de producción hispánicos que, copiando modelos del Mediterráneo oriental e incorporando algunos elementos tradicionales germanos, elaboran unos objetos con unas características locales indiscutibles que los hacen fácilmente distinguinbles de las producciones de otros talleres europeos. 
       A este nivel IV corresponden los broches de cinturón de placa rígida, es decir, aquéllos en los que la placa y la hebilla forman una sola pieza. Las formas más representativas de estos broches de cinturón de placa rígida son éstas:

(Ilustración de G. Ripoll, 1998, 57.)

       Por su morfología y decoración se han establecido diversas categorías:

* Broches de cinturón de placa rígida sencilla y con espina dorsal.
       Existen diversas variantes, desde los que tienen placas con perfiles estrangulados a los que los tienen paralelos. Los hebijones suelen ser de base escutiforme, o rectos.

* Broches de cinturón de placa rígida lisa o con decoración geométrica simple.
       Generalmente son de perfiles rectos o ligeramente estrechados en el centro, con lengüeta con terminación semicircular o triangular. Presentan en el anverso liso con una decoración a base de motivos geométricos muy simples basados en círculos concéntricos y en el trazado de líneas, habitualmente recorriendo el perfil de la pieza.

       Procedentes de los Pedroches se conocen unas cuantas piezas de estos tipos. Es muy significativo saber que del casi centenar del tumbas del periodo de la Hispania Tardía de los Pedroches excavadas por Ángel Riesgo con ajuares o depósitos funerarios, sólo encontró una hebilla en una de ellas (un trabajo pendiente, pasarse por el Museo Arqueológico de Córdoba y analizar de qué clase es). Al lado de unas sepulturas de las Aguilillas ( 9 km al este de Villanueva de Córdoba), pero fuera de ellas, se encontró un trozo de placa rígida. Otros ejemplares de este tipo se encuentran en los Museos de Torrecampo y Villanueva de Córdoba.


* Broches de cinturón de placa rígida con decoración figurada.
       Su morfología es similar a la anterior, caracterizándose en que su decoración es mucho más elaborada y de carácter figurado. En el Museo PRASA hay un fragmento de placa rígida en cuyo anverso está representada incisa la figura de un cuadrúpedo con la cabeza girada hacia atrás (en el centro de la fila superior de la imagen de arriba), y otra mucho más interesante:
(Serrano, 1999, 118)

       Mide 12,6 cm de largo por 5,5 cm de ancho, y su peso es de 130 gr. Representa a dos grifos afrontados bebiendo de la fuente de la vida. Lo interesante de esta pieza es que se conocen otras similares: una procede de las excavaciones realizadas en el monasterio de San Cugat del Vallés (P. de Palol, 1950, 118-119); otra está en el Museo de Vich, aunque se presume que proviene de Córdoba;  la tercera se encuentra en el Römisch-Germanisches Zentralmuseum de Maguncia (Alemania), formando parte de una colección de broches, placas, hebillas y agujas de cinturón procedentes del valle bajo del Río Guadalquivir, en Sevilla (G. Ripoll, 1998, 76-ss.). 

(P. de Palol, 1950; G. Ripoll, 1998.)

       La placa de broche cinturón conservada en el Museo PRASA de Torrecampo es pues la cuarta que se conoce con un motivo similar.

       Estos broches de cinturón de placa rígida, bien simples o con espinal dorsal, con decoración sencilla o figurada, parece ser que comenzaron a ser producidos "en un taller italiano que comercializó sus productos por toda Europa y países mediterráneos, incluso por los más occidentales del norte de África. Su difusión por la geografía peninsular es amplísima, pero los descubrimientos más notables se están realizando en la Bética y en las islas Baleares... Aparecen en algunas necrópolis de época visigoda, pero no son exclusivos de ellas puesto que se encuentran extendidos por toda la península, se hallan también en muchos yacimientos merovingios y de la época de las migraciones situados entre el Rhin y el Sena... Como en otros casos, los artesanos hispánicos dotaron a dichas series de una personalidad propia. Estas características son precisamente las que permiten identificar fácilmente las producciones peninsulares, al menos desde el punto de vista de la fabricación puesto que, ornamentalmente, los artesanos siguen las tendencias generales de la época" (Gisela Ripoll, 1998, 57- 72-91). Se datan en la segunda mitad avanzada del siglo VI y primeros decenios del siglo VII. Al ser especialmente abundantes en la Meseta, se ha planteado la existencia de un taller entre los ríos Duero y Tajo donde se elaboraran, aunque el profesor P. de Palol creía que por la región de Córdoba debió de existir un importante taller donde se fabricaran las placas rígidas con decoración figurada, opinión a la que contribuye la placa depositada en el Museo PRASA de Torrecampo.

* Broches de cinturón de placa rígida calada.
       Una serie muy peculiar dentro del conjunto de objetos de adorno personal de finales del siglo VI y del VII es la de las placas rígidas caladas. Son piezas elaboradas a molde, dejando libre el espacio central y retocando posteriormente los perfiles. Atendiendo a motivos morfológicos y decorativos, la profesora Ripoll distingue tres grupos a partir del calado interno: con decoración geométrica, zoomorfa y epigráfica. En los Pedroches encontramos ejemplares de los dos primeros.

Placa rígida calada con decoración geométrica. La parte interna de la placa está vaciada con una decoración de carácter geométrico, que a veces se repite en el perfil de la pieza.
       Procedentes de la Bética la profesora Ripoll (1998, 93) estudió ocho placas de este tipo, aunque son muy abundantes en las necrópolis de la Meseta: sólo en la de Duratón se encontraron una veintena.
       Respecto a su origen se ha considerado que es lombardo (pueblo germano que invadió Italia en el 568), probablemente en un taller itálico, aunque existían ya en Panonia (entre Austria y Hungría actuales) desde el momento de la instalación de tropas lombardas. Se conocen piezas de este tipo en Italia, pero son mucho más frecuentes al norte de los Alpes o en zonas del área de la Germania; también se conocen en la Galia y en Hispania. "Pudiesen ser productos longobardos imitados durante la estancia en Pannonia, siendo difundidos y copiados a partir de entonces... [También pudieron] ser posteriores al año 568, momento de la conquista de Italia" (Ripoll, 1998, 96). Esto hace que se sitúen cronológicamente en la segunda mitad del siglo VI, persistiendo en el siguiente.
       Los broches de cinturón de este tipo fueron fabricados en Hispania, pues tienen las características de las placas rígidas de la época: bordes paralelos, extremo distal redondeado y la hebilla unida a la placa formando una sola pieza. Parece que por la zona de la Meseta se situó un taller que fabricó placas caladas con una peculiar decoración, abundantes círculos concéntricos en su superficie, como se puede ver en esta pieza conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid:

(Arias y Novoa, 1996, 78.)

       De los Pedroches conozco sólo dos fragmentos de placa de este tipo: uno que conserva la hebilla en el Museo de Villanueva de Córdoba, y otro que corresponde al extremo distal, presentando la característica decoración de círculos concéntricos de las placas de la Meseta.


Placa rígida calada con decoración zoomorfa. Son poco frecuentes, sólo se conocían en 1998 doce en Hispania y dos en la Bética, a las que hay que sumar el fragmento de otra encontrado en el arroyo Guadamora (entre Pozoblanco y Villanueva de Córdoba) y depositado en el Museo Arqueológico de Córdoba (nº inv. 32.480). Se conserva el cuerpo y las cuatro extremidades del animal que, por los precedentes conocidos, debe corresponder a un grifo. No es correcto, como se indica en ficha de esta placa del portal CERES del Ministerio de Cultura, que se trate "de una escena de grifos afrontados, frecuentes en este tipo de broches de cinturón". Los dos grifos afrontados corresponden sobre todo a placas rígidas con decoración figurada; en las placas caladas zoomorfas también es frecuente es que sea sólo uno, como en ésta procedente de la Bética conservada en el Museo Romano-Germano de Maguncia:

(G. Ripoll, 1998, lám. VII.)

       Las placas con decoración calada zoomorfa son abundantes en la zona norte del antiguo reino burgundio (pueblo germano que acabó dándole su nombre a la Borgoña), encontrándose también al norte del Sena. "Con seguridad, existió un taller que distribuyó las piezas muy extensamente y cuyas influencias llegaron a las provincias de Hispania, permitiendo a los artesanos locales elaborar unas producciones con características propias, como son la hebilla y la placa fundidas en una sola pieza y no articuladas por una charnela, y el extremo distal de la placa de forma semicircular y no recto, como ocurre en las placas de origen burgundio.. Su cronología debe situarse a finales del siglo VI o principios del siglo VII d.C., o bien en su primera mitad, tal como ocurre en los ejemplares de fuera de la Península" (Gisela Ripoll, 1998, 104)

Broches de cinturón (I) de época visigoda de los Pedroches

Los broches de cinturón del periodo visigodo son muy abundantes en el NE de Córdoba, especialmente las placas conocidas como "liriformes". Veamos las distintas formas de estos elementos que se emplearon en los siglos VI y VII y su relación con los distintos periodos.


       Con el nacimiento de la Arqueología como disciplina científica en el siglo XIX un campo al que se le prestó especial interés en el periodo tardoantiguo fue el de las necrópolis, excavándose decenas de miles de tumbas en Europa. "Al poseer muchas de sus sepulturas ajuares y depósitos funerarios notables, fueron objeto de especial atención por parte sobre todo de estudiosos alemanes, que, con el tiempo, elaboraron precisas tablas cronotipológicas que permitían seguir el décaloge espacio-temporal de un fenómeno que se interpretaba con criterios básicamente étnicos... [de tal modo que] una simple variante en una joya permitía a la escuela alemana establecer a qué pueblo germánico pertenecía el fallecido" (Azkárate, 2002, 116-118).
       Con la llegada de los nuevos postulados de la Nueva Arqueología en la década de los setenta del pasado siglo este punto de vista varió, predominando la hipótesis de que no se podía establecer la etnicidad de los fallecidos a partir de sus ajuares y depósitos funerarios. Esto no quiere decir que haya que abandonarse todo lo anterior: "la tradición cronotipológica... no puede, sin embargo, ser abandonada displicentemente al socaire de cierta modernidad metodológica... Los resultados de este tipo de investigaciones han sido fundamentables para el conocimiento de la tardoantigüedad y siguen siendo todavía imprescibles" (Azkárate, 2002, 118).
       Los objetos presentes en depósitos y ajuares funerarios han sido clasificados en función de la materia en la que están compuestos. Los más frecuentes son recientes de barro y vidrio de distintas formas (jarros, vasos, cuencos, platos, ollas...) que tienen una evidente función simbólica (depósito); y piezas de metal, adornos personales, zarcillos o anillos, o complementos del vestido, como fíbulas y broches de cinturón (ajuar).
       Durante los siglos V al VIII hubo, desde el Atlántico al Mar Negro, una gran variedad de placas y broches de cinturón. Había relaciones entre unos lugares y otros, pero también había talleres locales que producían unos objetos peculiares de cada sitio. Las placas de cinturón de los talleres francos se caracterizaban por sus umbos en resalte y, además, solían tener un baño de estaño que las blanqueaba. En Hispania se umpusieron las placas de bronce, con su característico brillo dorado rojizo.
       Han sido muchos los trabajos dedicados a las artes menores de la Hispania Tardía. En la teréutica (el arte de cincelar, repujar o esculpir sobre metales blancos o marfil) creo que se debe destacar a: Hans Zeiss, su trabajo de 1934 me sorprede y agrada por la "modernidad" de sus conceptos; Père de Palol, creador de la escuela española; y Gisela Ripoll López.
       Se debe a ella un ensayo de clasificación de los pequeños bronces de la Antigüedad Tardía y periodo visigodo, habiendo establecido distintos niveles cronotipológicos. Esta clasificación ha sido tomada como el referente básico por los investigadores de esta materia en la península; las ilustraciones que acompañan las entradas que dediquemos sobre los diferentes niveles y sus componentes han sido tomados de su obra Toréutica de la Bética (Siglos VI y VII).
       "El mayor problema de estos objetos es su descontextualización arqueológica y, por tanto, su difícil situación dentro de las coordenadas espacio/tiempo. Pero no por ello se les debe restar importancia pues... proporcionan cronologías relativas, pudiendo elaborar nuevas hipótesis de trabajo e incluso conclusiones sobre una serie de características de la sociedad y época histórica que tratamos, y que, poco a poco, con el mayor conocimiento de las fuentes arqueológicas y literarias, se van concretando con más precisión" (G. Ripoll, 1998, 25). Esto es muy importante: desde que en la Historia no se consideran sólo las cuestiones políticas o bélicas, sino que se contemplan otros campos como la sociedad, la economía, la cultura o la ideología, hay que intentar evitar caer en compartimentos estancos (como meras descripciones de piezas o de análisis estilísticos), lo que se puede conseguir cuando cada estudio particular expresa su intención de totalidad por medio del establecimiento de las conexiones dialécticas, interpedencias e influencias que existen entre cada uno de los campos tratatos. Si se puede entablar una conexión dialéctica entre los contenidos de los ajuares y depósitos funerarios con los sucesos y procesos contemporáneos se convierten en valiosos testimonios históricos, y no sólo objetos de anticuarios.
       Lo expuesto hasta ahora puede considerarse el exordio. Y ahora, al grano. Broches y placas de cinturón de los siglos VI y VII son muy abundantes en los Pedroches, mas apenas si hay alguna referencia bibliográfica sobre ellos. Éstas son, además, posteriores a que la doctora Gisela Ripoll elaborara su magna obra Toréutica de la Bética en 1998, por lo que no pudo contar con ellas. Usaré sus niveles cronotipológicos para ir desarrollando los materiales que conozco de cada uno de ellos procedentes del NE de Córdoba, es decir, sobre la toréutica de los Pedroches.

       Los visigodos tuvieron una Larga Marcha particular. En el año 378 derrotaban al emperador Valente I en la batalla de Adrianópolis, en la actual Turquía europea, y en el año 410, comandados por Alarico, entraban a saco en Roma. Pocos años después firmaban un foedus, un tratado, con Roma, y los visigodos se asentaban al sur de la Galia, creando el denominado Reino de Tolosa, que acabó extendiéndose desde el Mediterráneo al Atlántico, y por el norte hasta el Loira.
       Allí se mantuvieron casi un siglo, hasta que entraron en conflicto con los francos salios. Estos eran una confederación de pueblos que, bajo el gobierno de la dinastía merovingia, quiso tomar el poder sobre el conjunto de la antigua Galia. Con la presión franca, contingentes de familias godas comenzaron a cruzar los Pirineos en dirección a la península a finales del siglo V.
       Ambos pueblos se enfrentaron en Vouillé en el año 507, siendo derrotados los visigodos que perdían así el Reino de Tolosa. Sólo conservaron al norte de los Pirineos una franja litoral conocida como Septimania. La nación goda residente hasta entonces en la Galia se desplazó mayoritariamente a Hispania, donde acabaría su periplo.
       Cruzaron los Pirineos con sus vestimentas y adornos personales, entre los que destacaban las fíbulas, que, a modo de grandes imperdibles, servían para sujetar el manto a la altura de los hombros o del pecho; y placas de cinturón cuadradas o rectangulares con celdillas que permitían ser adornadas con distintos materiales. A la par, la población nativa tenía sus propias joyas y cinturones procedentes de su tradición propia hispanorromana.
       Los niveles II (480/490 ca. 525) y III (ca. 525 - 560/580) corresponden al tiempo de entrada y primeras décadas de estancia de los visigodos en Hispania, cuyos objetos más significativos se muestran a continuación:

(G. Ripoll, 1998, 49 y 51.)

       De estos dos niveles apenas si se conoce algún hallazgo aislado en la Bética, lo que "hace suponer que esta provincia siguió con una población romana impermeable a la presencia de la nueva población visigoda instalada en un principio en la Meseta castellana" (Ripoll, 1998, 55). Lo mismo ocurre en los Pedroches, pues la espectacular placa del nivel III conservada en el Museo PRASA procede de Granada:
(Boletín informativo del Museo PRASA nº 1, mayo 1998.)

       En el de Villanueva sí existe una perteneciente al nivel II que procede del noresde de Córdoba:


       Pasados unos cuantos años los visigodos vieron que sus aspiraciones a recuperar el Reino de Tolosa eran infructuosas. Su rey Teudis (531-548) comprendió que debían centrarse en la península, y emprendió "el inicio de la conquista de facto de los territorios hispanos... Teudis fue el primer rey de los godos del oeste o visigodos que comprendió la importancia de la Península Ibérica, no sólo como un refugio ante los avatares dinásticos y territoriales del reino de Aquitania, sino como un lugar donde fundamentar los principios de una monarquía hispanogala. Con él y sus sucesores, las Hispanias se convirtieron en un fin en sí mismas" (R. Sanz Serrano, 2009, 225 y 237). 
       Desde su asentamiento en Aquitania tras el tratado con Roma los godos intervinieron en las Hispanias, y es probable que en el siglo V mantuviesen guarniciones en ciudades importantes, pero no parece posible que al entrar en la península tuvieran un control directo de ella. Rosa Mª Sanz, especialista en este mundo, ofrece una lectura de las crónicas de la que se desprende que a comienzos del siglo VI, con la llegada de los godos tras el desastre (para ellos, claro) de Vouillé, "las Hispanias estaban desde hacia mucho tiempo lo suficientemente fragmentadas como para poder aceptar un control godo de las provincias. La situación casi podría compararse con la de la época de la conquista romana siglos antes y con la paralela política por parte de los monarcas godos de controlar algunas de las ciudades clave y estrechar alianzas con ellas... [De los textos de la época] la enconada lucha de los hispanos por una autonomía frente a los bárbaros y frente al Imperio" (R. Sanz Serrano, 2009, 220-221).
       En Hispania la llegada de los germanos a comienzos del siglo V había provocado que Hispania saliese de hecho de la órbita del Imperio. Muchos germanos continuaron el viaje hasta el norte de África, pero los suevos lograron asentarse en el noroeste creando un reino independiente. En otros lugares como la Bética fueron las élites locales las que asumieron el poder y no estaban dispuestas a cederlo. El rey Ágila fue derrotado por los cordobeses (550), quienes además mataron a su hijo y se apoderaron del tesoro real.
       Su rival y sucesor, Atanagildo (554-567) entabló una alianza con el emperador Justiniano. Éste estaba dispuesto a reconquistar el antiguo Imperio romano, expulsando a los germanos del norte de África y de Italia, y se apoderó de una franja litoral de la Península ibérica, la Marca Hispánica.
       Se puede considerar a "Leovigildo [(569-586) como] el auténtico creador de un reino godo hispano que pervivió con altos y bajos hasta la entrada de los musulmanes en el año 711... Pero Leovigildo no heredó, como se ha pretendido, un dominio completo de la Península después de transcurrido más de un siglo desde la primera presencia de los godos en ella. Todo lo contrario, él mismo tuvo que tomar con fuerza la empresa de conquista y unificación territoria, que fue costosa y nunca estuvo acabada" (Rosa Mª Sanz, 2009, 251). En el año 572 se apodera de Córdoba, la ciudad reberde hasta entonces. Contuvo a los bizantinos, pero no pudo expulsarlos de Hispania.
       El programa de Leovigildo pasaba por una expansión territorial pacificación interna y paz exterior al entablar alianzas matrimoniales con sus tradicionales enemigos francos. Comprendía que "no había nada que pudiera hacer más daño a los godos que la endeblez de su sistema monárquico, que dividía a su pueblo en facciones, desembocaba en guerras civiles y empobrecía a sus súbditos". Su modelo era el de una monarquía territorial cuyos súbditos fueran godos e hispanos. "Leovigildo comprendió bien su tiempo y lo supo transmitir a su hijo Recaredo, y ambos abrieron un proceso de fuerte integración de los hispanos en su órbita... [aunque] "su propio pueblo no dejó de poner trabas a la empresa, como también las pusieron muchos hispanos, por lo que al final el reino de Toledo no consiguió nunca ser un Estado fuerte y capaz de transmitir en todo momento la seguridad que se requería" (Sanz, 2009, 237 y 252). Sabiendo que la unidad confesional era imprescindible para el proyecto, Recaredo renunció a la tradición arriana de los godos para imponer el catolicismo como dogma constitucional en el III Concilio de Toledo (589). También se impulsaron las reformas legislativas para la derogación definitiva de las leyes que impedían los matrimonios mixtos, aunque no parece haber sido seguida muy fielmente, pues el rey Teudis se casó con una rica hispana, lo que le permitió tener los recursos para armar su propia tropa y consolidar su poder. "Lo que interesaba era la rápida integración de romanos y godos que aceptasen su condición de súbditos de un nuevo Estado" (R. Sanz, 2009, 257).
       El registro arqueológico parece reflejar este periodo de cambios. "La abundante mezcla, en este nivel [525 - 560/580], de elementos clásicos romanos con elementos atribuibles a gentes visigodas, viene a corroborar la práctica de matrimonios mixtos, al menos en ámbitos rurales. El paulatino abandono de estas modas indumentarias, que se pueden denominar 'clásicas' dentro de la tradición visigoda, parece que será mas o menos definitivo hacia el año 589 d.C., con la conversión en masa de la población visigoda a la fe católica. Este abandono significaría, al mismo tiempo, la adopción de los hábitos indumentarios en boga en ese momento... El proceso de aculturación -que era básicamente romanizador- al que estaba sometido la sociedad visigoda llegaba a su fin" (Gisela Ripoll, 1998, 53).
      

martes, 21 de enero de 2014

Otra placa de cinturón merovingia en los Pedroches

El agradable dardazo merece que tras él haya algo especial, una nueva de este blog: ¡otra! placa de cinturón de clara factura merovingia depositada también en el Museo PRASA de Torrecampo.


         Revisando lo hay publicado sobre arqueología del NE de Córdoba reparé en esta fotografía que aparecía en mayo de 1998, en el primer número de la revista El Museo. Boletín informativo, medio de información del entonces reciente Museo PRASA de Torrecampo:

(El Museo. Boletín informativo. Obra cultural grupo de empresas PRASA, nº1, mayo 1998.)

       En ella destaca en posición central la placa cuadrada de celdillas polícroma, de época arriana (primera mitad del siglo VI), aunque los más abundantes son los broches y placas de cinturón con perfil de lira (veintitrés), y dos broches de cinturón de placas rígidas y con su perfil igualmente liriforme. Son producciones típicas de Hispania de los siglos VI y, sobre todo, VII.
       Hay dos piezas, sin embargo, que nada tienen que ver con el resto. Son las que están en la línea central, la primera y la segunda de izquierda a derecha. La última ya la conocemos, pues sabemos que es un fragmento de placa de cinturón merovingia de diez botones (que ya se vio en este blog). Amplío el otro objeto:

       Analicemos el objeto. Las dos espigas para su articulación nos indican que se trata de una placa de broche de cinturón de carácter articulado, que se unía a la hebilla por medio de una charnela. Pero si observamos en la fotografía del conjunto veremos que en las placas liriformes los soportes para insertar la charnela están en los extremos de la pieza, mientras que ésta del Museo PRASA los tiene en posición central. No se conserva ni la hebilla ni la aguja.
       Aunque esté fragmentado, por lo que se conserva se puede reconstruir su figura original, que sería casi semicircular y con dos pequeñas escotaduras en los extremos superiores. Esta forma no tiene nada que ver con las alargadas placas de silueta liriforme.
       Lo más signigficativo, pues es lo que nos permite remontarnos a su origen, son los tres orificios en forma de "V", destinados a introducir unas pequeñas espigas, que se han conservado en este broche:



       Sobre estas espigas se insertaban los botones que tan característicos son de la toréutica del norte de los Pirineos, pues la pieza de la que se trata depositada en el Museo PRASA de Torrecampo es una placa de broche de cinturón semicicular de época merovingia, similar a éstas encontradas en distintos lugares de Francia:


       Al sur del Loira este tipo de broches de cinturón aparece en la segunda mitad del siglo VI, época a la que parece también remitir la decoración de la placa del Museo PRASA, de carácter geométrico.

(Stutz, 2000, 40.)

       Sobre el origen de esta pieza en este lugar son válidas las conjeturas que se elaboraron al estudiar su compañera de fotografía y museo, la placa merovingia de diez botones, pues ambas están por completo fuera de lugar en el norte de Córdoba. Las dos están muy deterioradas, fragmentadas, no son de lo más apetecible para los anticuarios, y más cuando no sé sabe exactamente lo que es. Creo que es perfectamente posible que aparecieran en los Pedroches, y que su origen estuviese en los viajes de personas de este lugar a tierras vasconas, pues en la necrópolis de Pamplona se han contrado varios broches de cinturón típicamente merovingios, al igual que estas dos placas. Esos viajes están garantizados por el epitafio de Oppila, un noble que murió en tierras vascas a mediados del siglo VII y al que sus clientes llevaron para enterrar en su Villafranca natal, cerca del río Guadalquivir.
       Éste es un barrunto tan bueno, o tan malo, como cualquier otro que se quiera elaborar, pues no sabemos el origen de las piezas. Quizá no sea casualidad que aparezcan juntas en la fotografía, y que se deban a proceder de un viaje a Francia en tiempos actuales. Sí se puede garantizar que en un museo de Andalucía son auténticamente excepcionales.

viernes, 10 de enero de 2014

Premio Dardos

       En marzo del año pasado se me ocurrió la idea de hacer un blog de historia de la tierra donde nací y que más conozco, el noreste de Córdoba. Mi movilidad estaba bastante reducida entonces, y contaba con bastante tiempo en qué ocupar. La historia y la arqueología del NE cordobés eran las candidatas perfectas para emplearlo. Y, hala, a hacer camino al andar y a publicar entradas sobre las materias. Y de disfrutar haciéndolas.
       Hoy, sin saber ni que existía, me dicen que me han concedido el Premio Dardos. Es un premio virtual, concedido por los blogueros como reconocimiento a los valores culturales y literarios transmitidos en el blog reconocido. Ojú, y yo con estos pelos...
       Hay que cumplir unas normas (se hará lo que se pueda):

1º.- Incluir la imagen del premio. Hela:


2º.- Mencionar y vincular el blog que te otorga el premio, que es, precisamente, el de alguien que se preocupó para que éste naciera, así que mi agradecimiento es doble:
http://yacimientosenalandalus.blogspot.com.es/

3º.- Entregar el premio a quince blogs merecedores de él. Esto es imposible para mí, apenas si conozco este mundo y soy más que neófito. Mas un blog que se merece sin duda este premio más que éste es
Negociación. Blog sobre interacción humana en Tendencias21, por la reconocida calidad de sus contenidos sobre una materia tan compleja.

         Marta, gracias.

jueves, 9 de enero de 2014

Un vaso merovingio en el norte de Córdoba

Ya puestos, continuamos con los merovingios. La placa de cinturón de tradición aquitana no es el único objeto característico del norte de los Pirineos que se conoce en el norte de Córdoba del periodo en que los francos dominaban casi toda la Galia tras derrotar a los godos.


       Umar ibn Hafsún fue una pesadilla para los gobernantes omeyas de Córdoba. Era muladí, es decir, musulmán pero descendiente de una familia aristocrática nativa. Durante casi cuatro décadas mantuvo en jaque a los emires desde su fortaleza de Bobastro (Málaga), donde construyó una iglesia al convertirse al cristianismo. Murió en el año 917, y su hijo siguió resistiendo desde Bobastro hasta el año 928, en que fue derrotado por Abderramán III.
       Un par de meses despues de la conquista del castillo, el futuro califa visitó Bobastro, y ordenó exhumar el cadáver de ibn Hafsún. Cuenta la Crónica anónima de Abdal Rahman III al-Nasir que pudieron confirmar su apostasía: "Sus miserables despojos aparecieron enterrados, a la manera cristiana, sin duda alguna, ya que el cadáver fue hallado mirando al oriente y con los brazos cruzados sobre el pecho".
       De estos hechos se pueden extraer varias conclusiones:
* Existían en al-Andalus diversos rituales de enterramiento, que estaban en función de la cultura o civilización a la que pertenecía cada cual.
* Los diferentes rituales eran conocidos y reconocidos por los contemporáneos.
* El ritual funerario, como rito de paso, pone en relación al difunto con el mundo de los vivos, o más en concreto con una parte determinada de él, con la que se identifica y se reafirma.
       Estos barruntos son un preámbulo para intentar argumentar lo que sigue.

       En 1975 D. Virgilio Romero Moreno entregaba en el Museo Arqueológico de Córdoba tres objetos que había encontrado en el interior de una tumba encontrada en la finca "La Indiana", Adamuz. (El término de este municipio se extiende por las estribaciones meridionales de Sierra Morena, colindando con los Pedroches). Se trataba de un cuenco (nº inv. 28387) y una olla con asa (nº inv. 28386), ambos de barro:

y un vaso de vidrio (nº inv. 28385) con una peculiar fisonomía: un cuerpo campaniforme con una acusada carena en su parte inferior y un botón redondo remantando el fondo. Tiene 10,5 cm de altura y 6,5 cm de diámetro en la base:
(Las fotografías de los tres objetos son de Guadalupe Gómez Muñoz:

       En la ficha descriptiva de este objeto


que se encuentra en la Red Digital de Colecciones de Museos de España puede leerse lo siguiente:
"...
Descripción: Vaso de época visigoda soplado al aire en vidrio color verdoso. Presenta una forma muy particular, caracterizada por una base convexa con pivote o apéndice acabado en una pequeña bola. La pared se estrecha en su mitad inferior, para luego diverger en una boca cuyo diámetro supera al de la base. El borde está engrosado redondeado.
Contexto cultural/estilo: Periodo visigodo...
Clasificación razonada: Por el contexto en que se halló la pieza -ajuar funerario de una tumba de época visigoda- poco podemos indicar acerca de su función original además de su carácter de ajuar funerario; quizá se trate de ungüentario o bien una lámpara. En todo caso es un elemento que requiere de otro para su sujeción o posición vertical debido al carácter inestable de su base...".

       De este tipo de vaso de vidrio sólo se tiene constancia en toda la península de este ejemplar encontrado en Adamuz, siendo por el momento un unicum (Blanca Gamo, 2008, 484), pero es de sobra conocido en el norte de Francia y Bélgica, siendo denominado en francés "gobelet caréné". Es, de hecho, el objeto más significativo de las tumbas del periodo merovingio en esos sitios durante el siglo VI: estos gobelets carénés "constituent la production la plus communément rencontrée dans nos tombes mérovingiennes [de Bélgica]" (Janine Alenus-Lecerf, 1995, 65). Tipológicamente, se adscriben a la forma Feyeux 52, (es decir, Jean-Yves Feyeux es el autor de una tipología para los vidrios de época merovingia en el norte de Francia, y que se usa como referente para objetos similares). Es una forma que se desarrolla sobre todo en el siglo VI, como se aprecia en el cuadro tipocronológico siguiente para los vidrios merovingios del norte de la Galia:

(Patrick Périn, 1995, 147.)

       Como "Quelques cimentières fournissent de petits lots de gobelets carénés, éventuellement susceptibles d'illustrer l'évolution du vase" (Alenus-Lecerf, 1995, 65), se ha comprobado que las formas más antiguas corresponden a gobelets rechonchos (relación alto/diámetro de 1,46 de media) de silueta campaniforme, donde el apéndice tiene forma de gota, bien redondeada y cubierta de vidrio opaco y blanco. Posteriormente, el botón se estrecha, a la par que se observa una elongación del vaso, que se hace más esbelto (relación alto/diámetro de 1,84 de media).
       Los vasos carenados campaniformes se encuentran decorados muy frecuentemente, los más antiguos, los rechonchos, con aplicaciones de vidrio opaco, y los más modernos, los esbeltos, con decoración a molde; algunos de este tipo, esbeltos, no cuentan con ningún tipo de decoración. En los ejemplares más recientes se pierde el botón terminal.
       En función de sus dimensiones, ornamentación y cronología, Janine Alenus-Lecerf (1995) ha establecido cinco categorías para estos vasos carenados campaniformes hallados en las tumbas merovingias de Bélgica, cuyas dimensiones nos han servido para establecer la relación alto/diámetro:

A) Vasos carenados rechondos decorados con vidrio opaco.
B) Vasos carenados esbeltos decorados a molde.
C) Vasos carenados esbeltos sin decoración.
D) Vasos altos carenados cilíndricos.
E) Vasos carenados sin apéndice terminal.

       En el dibujo siguiente se muestran las distintas formas de gobelets carénés del periodo franco encontrados en las sepulturas de Bélgica:

(Alenus-Lecerf, 1995, 80.)

       Hay que incidir en que esta forma de vaso de vidrio es muy frecuente en las zonas tradicionales de dominio franco, en el NW de Francia o Bélgica, pero muy escasos en el resto de la antigua Galia. En Aquitania, en el cuadrante SW (Foy y Hochuli-Gysel, 1995, 158), sólo se conocen cuatro ejemplares. Igual ocurre en la Francia mediterránea, la antigua Septimania que se mantuvo bajo dominio visigodo, donde Danièle Foy asegura que sólo puede garantizar la presencia de este tipo en dos sitios, donde fueron descubiertos los botones terminales esmaltados de los vasos (Foy, 1995, 205).

       El vaso carenado encontrado en la sepultura de Adamuz presenta todas las características formales de la forma Feyeux 52, con su botón terminal bien patente y redondeado. La relación entre su altura y el diámetro de la boca es de 1,48, similar a la de los vasos rechonchos más antiguos de las sepulturas francas en Bélgica (forma A del dibujo anterior). Pero, al contrario que ellos, no presenta decoración en su cuerpo, o al menos no se aprecia en la fotografía, y tampoco se puede adscribir por sus dimensiones al grupo C, de vasos esbeltos sin decoración. También es característico de los vasos más antiguos de las tumbas belgas una decoración por la aplicación de filamentos de vidrio opaco sobre el botón, lo que no observo en la fotografía del vaso carenado de la tumba de Adamuz.
       ¿Dónde se fabricó? Hay dos opciones: en el norte de la Galia, donde se empleaban usualmente, o por Córdoba, donde se encontró. En el primer caso debería de haber viajado más de dos mil kilómetros, a lomos de caballerías, por caminos -donde los hubiere- de herradura. El tiempo transcurrido habría sido de dos meses o más, pues los clientes de Oppila tardaron casi un mes en traer su cadáver desde las tierras vascas hasta su Villafranca natal, cerca del Guadalquivir (y supongo, dadas las circunstancias, que irían con rapidez). Si un objeto tan frágil como un vaso de vidrio logró hacer ese viaje desde las tierras bañadas por el Sena o el Rin hasta Sierra Morena, cabe denominarlo como heroico. Pero aunque su forma sea igual, no tiene la decoración de hilos aplicados de vidrio opaco (o al menos eso parece en la fotografía) que sí poseen sus hermanos de las tumbas belgas. Eso abre las puertas a que fuera fabricado por un artesano hispano, siguiendo las instrucciones del cliente.
       El profesor Ángel Fuentes ha planteado la existencia en la península durante estos siglos (IV al VII d.C.) de talleres ambulantes, de artesanos que iban por pagos y aldeas recogiendo vidrio usado o roto y fabricando nuevos productos (Fuentes, 2006). Me parece una idea muy bien traída, pues no sólo explicaría la existencia de este vaso carenado en el norte de Córdoba, sino también las docenas de cuencos de vidrio que abundan por las tumbas de este tiempo de los Pedroches, y que están ausentes en las necrópolis del resto de Córdoba.
       Siendo el objeto más característico y peculiar de las sepulturas merovingias, ¿qué hace algo así en una tierra tan alejada de la monarquía franca, como el norte de la provincia de Córdoba? En las necróplis al sur de los Pirineos como Aldaieta, cuyos contenidos nada tienen que ver con el resto de sepulturas de la península y sí con las aquitanas, no aparecen estos recipientes. La que fuera directora del Museo Arqueológico de Córdoba, Ana María Vicent, y Alejandro Marcos opinan que indica relaciones comerciales entre el norte de la Bética con Renania, Bélgica o el norte de Francia (Marcos y Vicent, 1998, 213).
       Ya hemos visto en el blog que estas "relaciones comerciales" son un comodísimo cajón de sastre para meter lo que no se conoce o no se comprende, además de una postura ideológica (porque lo es) apriorística de una corriente arqueológica. Algo imprescindible para el comercio es que haya gente dispuesta a comprar productos (la demanda, vamos), y la zona donde apareció el vaso es proverbial hoy en día por su alejamiento; no consta que en la Hispania Tardía hubiese un gran poblamiento, pues ni el relieve ni la orografía son favorables a las prácticas cerealísticas tradicionales. El que aparezca un objeto tan peculiar en ciudades comerciales como Tarragona, Cartagena o Sevilla pudiera explicarse precisamente por el comercio, pero en este caso no creo que se pueda aplicar. Si este objeto hubiese aparecido en un lugar de hábitat, como en la cocina de una casa del siglo VI, también podrían invocarse las relaciones comerciales, pero dado el contexto donde se encontró, una sepultura, creo que deben descartarse definitivamente.
       No sabemos a quién se inhumó en esa tumba, o cuál era su procedencia, pero sí podemos comprender que al depositar en su última morada los objetos típicos que se encuentran en una sepultura merovingia, se pretendió hacer una relación entre el cadáver y el mundo o la cultura (llámese como se quiera) merovingio, del mismo modo que Umar ibn Hafsún se hizo enterrar como cristiano para vincularse a la fe de sus ancestros (y, de paso, fastidiar a los Omeyas). La única relación lógica que encuentro es que el finado se enterró como un franco porque era franco.
       También es evidente que la principal pega al argumento es que los francos habitaron, sobre todo, en el norte de la Galia, a unos cuantos miles de kilómetros de Córdoba. Mas una cosa es que aparezca una placa de cinturón que podría ser un trofeo de guerra y otra un ritual tan cargado de simbolismo como es un enterramiento.
       Algo que creo que apoya este argumento es que por Adamuz y los Pedroches transitó desde épocas romanas hasta el califato de Córdoba la principal vía, la más rápida y cómoda, para comunicar Toledo con el valle del Guadalquivir, el camino de la Plata, y que las (escasas) fuentes documentales de la época cuentan continuadas relaciones entre las monarquías goda y merovingia, con intercambios matrimoniales como los matrimonios de los hijos de Leovigildo con princesas francas. Hermenegildo y su esposa Ingunda debieron ir por él para dirigirse a Sevilla, por ejemplo. Quien se enterró en la finca de La Indiana, Adamuz, podría haber sido el miembro de un sequito o una embajada que hubiese muerto en el trayecto, o quizá un franco enemistado con su rey que encontró refugio y cobijo en Sierra Morena. (Juan Ocaña nos recordaba en la historia de Villanueva de Córdoba a un soldado francés herido antes de la Guerra de la Independencia que se encontraba de paso, y que fue cuidado y protegido por las autoridades locales tras el conflicto.)
       Sea quien fuera, nos dejó constancia de su existencia con este peculiar vaso campaniforme carenado del Museo Arqueológico de Córdoba, el único que podemos ver en un museo español.


viernes, 3 de enero de 2014

Placa de cinturón merovingia en el norte de Córdoba.

Mucho más extraño, aún, que la existencia de cerámicas celtíberas en Majadaiglesia (El Guijo, Córdoba), es la presencia en el Museo PRASA de Torrecampo de una placa de cinturón de genuina del norte de los Pirineos, fechada entre finales del siglo VI y el VII. La primera entrada de 2014 va dedicada a esta singular pieza.


       En el Museo PRASA de Torrecampo se conservan más de un centenar de pequeños objetos de bronce de la época visigoda, de los que V. Serrano dio a conocer 31 de ellos en la revista Antiqvitas 10 (Serrano, 1999). Entre estos objetos se encontraba éste, el número 14 de su relación:

(Verónica Serrano, 1999, 118.)

       Es descrito así en el artículo: "14.- Fragmento de placa de broche de cinturón. Bronce fundido, pátina verde oscuro. Forma incompleta, con lóbulo circular. Decoración incisa de un animal del que sólo se aprecian los tres [sic] cuartos traseros sobre un fondo punteado. El lóbulo tiene tres apéndices perforados, la parte central, también perforada, tiene dos semicírculos salientes afrontados con sendos mamelones. Dimensiones: largo = 6,4 cm..." (Serrano, 1999, 118).
       La autora encuadra a esta pieza dentro de los broches de cinturón tradición latino-mediterránea, en el nivel IV de la clasificación establecida por Gisela Ripoll López (cuyo trabajo es la referencia obligatoria para los estudiosos de los objetos de bronce de la Hispania Tardía), denominadas placas de cinturón rígidas

(Ripoll, 1998, 57.)

para diferenciarlas de las de perfil liriforme, que presentan una articulación entre la hebilla y la placa. El nivel IV de Gisela Ripoll se sitúa en torno al año 600 (560/580-600/640). Estos broches de cinturón de placa rígida parece ser que comenzaron a ser producidos "en un taller italiano que comercializó sus productos por toda Europa y países mediterráneos, incluso por los más occidentales del norte de África. Su difusión por la geografía peninsular es amplísima, pero los descubrimientos más notables se están realizando en la Bética y en las islas Baleares... Aparecen en algunas necrópolis de época visigoda, pero no son exclusivos de ellas puesto que se encuentran extendidos por toda la península, se hallan también en muchos yacimientos merovingios y de la época de las migraciones situados entre el Rhin y el Sena" (Gisela Ripoll, 1998, 57 y 72).
       En la colección del Museo PRASA existen otros broches de cinturón de plaga rígida, como éstos:

(Serrano, 1999, 119.)
     
       La pieza con la que abrimos esta entrada, empero, nada tiene que ver con los broches de cinturón de placa rígida, y aunque esté fragmentada se puede rastrear su origen fuera de la península, pues esos lóbulos laterales son característicos de la toréutica al norte de los Pirineos. En 1934 H. Zeiss, y en 1965 María Ángeles Mequiriz, publicaban el fragmento de un broche de cinturón aparecido en la necrópolis de Pamplona y que, como se puede comprobar, presenta una morfología similar, hasta en la fractura, a la del Museo de Torrecampo:


       Mª Á. Mequiriz definía así la placa de Pamplona: "Fragmento de placa de bronce de cinturón con seis botones de adorno. Lleva una decoración incisa como de un animal fantástico. Mide 7'5 centímetros de longitud. En el reverso lleva dos apéndices perforados (Lám. IV). En los hallazgos de las necrópolis españolas excavadas, no encontramos elementos con los que establecer un claro paralelo, sin embargo corresponde plenamente a un grupo de hallazgos franceses...que presenta una extraordinaria semejanza, incluso en la decoración de un animal inciso" (Mequiriz, 1965, 114). Ambos fragmentos, el del Museo PRASA de Torrecampo y el de la necrópolis de Pamplona, forman parte de un grupo de piezas características de la arqueología merovingia, como ésta descubierta en la necrópolis de Lagny-sur-Marne, 20 km al este de París:


o la procedente de Rouillé, unos 20 km al SW de Poitiers:
(http://www.alienor.org/publications/rouille/images/boucle.jpg)

       Se caracterizan por su placa trapezoidal con tres pares de botones o umbos (bossettes, en francés) en cada lateral, y en el extremo opuesto a la hebilla un gran botón o cabeza de remache rodeado de otros tres más pequeños. Tipológicamente, pertenecen al grupo IV de la clasificación de E. James (Azkárate, 1993, 156). En principio, en función de sus motivos iconográficos se las consideró como propias de Aquitania, en el cuadrante suroeste de la Galia, mas "algunos trabajos recientes [prefieren] ubicar su centro de gravedad y, probablemente también, su centro de producción, en el Loira medio y en la Baja Normandía" (Azkárate, 1993, 156) a finales del siglo VI y VII. Sea cual sea su origen y fabricación, son características del mundo merovingio, pues Aquitania pasó a formar parte, al menos nominalmente, del reino de los francos tras la derrota de los visigodos en la batalla de Vouillé (año 507).
       La pieza del Museo de Torrecampo tiene dos de las características principales de los broches de cinturón aquitanos: "b) Utilización del puntillado tanto para decorar los fondos de las placas como para ejecutar los motivos lineales... c) presencia de ornamentación zoomorfa..." (Azkárate, 1993, 152).
       En la vertiente sur de los Pirineos occidentales (provincias vascas, Navarra) han aparecido numerosas necrópolis que nada tienen que ver con los de la Hispania visigoda, y sí son similares a los cementerios francos. Me convencen los argumentos de Agustín Azkárate, y más que considerar que son consecuencia de una expansión de modas funerarias, o resultados de relaciones comerciales, parecen mostrar un control temporal de territorios al sur de los Pirineos por parte de los francos (Azkárate, 2004, 408), aunque las fuente literarias que nos han llegado de la época no indiquen nada de eso. Que aparezca una placa de cinturón aquitana en Pamplona no sería extraño dada su proximidad, pero sí es más que raro que algo así esté en un museo del norte de Córdoba.
       Por su estado fragmentario sí es probable que apareciera en la comarca de los Pedroches, pues una pieza partida no presenta gran valor museístico, y más si se considera que es una placa rígida más, similar a las ya conocidas. Por ejemplo, en el mismo museo se conserva esta magnífica placa de cinturón con celdillas,
(Serrano, 1999, 119)

cuyo origen está en Granada, según se comentó en su momento. Un ejemplar así merece el viaje, pero no un objeto fragmentario considerado común.
       Suponiendo que su origen estuviese en el norte de Córdoba, la pregunta que salta por sí sola es: ¿y cómo llegó hasta aquí?
       Como se veía al tratar el origen de los indoeuropeos, la interpretación del registro arqueológico varió sustancialmente con el tiempo. Hasta la II Guerra Mundial todo se explicaba por migraciones, por movimientos de población. Tras esa etapa, la percepción varió y todo se pudo explicar a partir de relaciones comerciales o culturales y de la "propia dinámica de la población". En el análisis de las necrópolis y de los objetos de adorno personal de la época de las migraciones germanas pasó algo similar:
       "Durante más de una centuria -desde mediados del siglo XIX hasta prácticamente la década de los setenta del siglo XX-, las necrópolis de época tardoantigua fueron estudiadas en función de una doble potencialidad interpretativa: en primer lugar, como guías para el análisis de la evolución del cristianismo en el occidente europeo, y en segundo -y sobre todo- como indicadoras del mayor o menor grado de germanización del viejo imperio romano. Como se ha señalado, no sin cierta causticidad, un simple variante [sic] en una joya permitía a la escuela alemana establecer a qué pueblo germánico pertenecía el fallecido o, por el contrario, relegarlo al colectivo de 'míseros', 'pobres' o 'autóctonos', es decir, al de los 'indígenas' romanos (H. Blake, 1983, 176). Este punto de vista fue predominante hasta que las evidencias arqueológicas a partir de los setenta han obligado a revisarlo... [Es el caso] de la importante necrópolis de Frénouville (Calvados) en la que los estudios antropológicos pudieron demostrar que los portadores de los ajuares 'francos' no eran étnicamente diferenciables de la población indígena anterior". En la península, en el yacimiento toledano de El Saucedo ha aparecido una placa de cinturón múltiple de tipo lombardo, lo que no indica, evidentemente, que este pueblo habitara allí (AA. VV., 1999, 231). Fabricada en hierro con nihelados de plata

(AA. VV., 2007, 466.)

tanto sus materiales, como su morfología como la técnica de fabricación en absoluto tienen relación con sus contemporáneas placas de cinturón de bronce, en forma de lira, típicas, fabricadas en Hispania.
       Con estas consideraciones tampoco se quiere decir que haya que abandonarse la tradición cronotipológica, que ofrecía una datación para los distintos tipos de objetos, pues "los resultados de este tipo de investigaciones han sido fundamentales para el conocimiento de la tardoantigüedad y siguen siendo todavía imprescindibles" (Azkárate, 2002, 117-118). Por ejemplo, las citadas placas de cinturón de perfil liriforme se han convertido en un excelente "fósil director" en cualquier excavación o hallazgo en Hispania, lo que debemos de agradecer, para la península, a H. Zeiss, P. de Palol y G. Ripoll.
       Aplicando el modelo predominante en la arqueología procesualista, la presencia de este objeto tan característico del norte de los Pirineos en el norte, pero de Córdoba, se explicaría fácilmente por "relaciones comerciales". Pero si estos modelos generalistas fueran válidos, y dieran una respuesta satisfactoria a todo lo que se plantee, ¿para qué seguir investigando? Creo, como decía el doctor Marañón para otro ámbito, que no hay enfermedades, sino enfermos, y que hay que estudiar cada caso concreto sin prejuicios apriorísticos.
       Sí partimos de la base de que la placa de cinturón de referencia no fue fabricada en la Bética, pues se conocen centenares de bronces de esa época procedentes del sur de Hispania y no existe nada parecido. Así que debió de llegar a los Pedroches por dos posibles formas: a) en el cinturón de un aquitano o un franco que llegara o pasara por los Pedroches, o b) en la talega de un natural de los Pedroches que viajara a algún lugar donde estos broches fueran frecuentes, tanto al sur como al norte de los Pirineos.
       La primera opción no es imposible, pues en las fuentes documentales de la época nos encontramos numerosas relaciones entre las monarquías goda y franca, como los matrimonios entre los hijos de Leovigildo con princesas merovingias, y por los Pedroches pasaba una importante vía de comunicación entre Sevilla y Córdoba con Toledo, por la que transitaron comitivas y embajadas. Mas me parece más probable la segunda opción, que viniera a los Pedroches en manos de un habitante de estas tierras tras un viaje al norte peninsular.
       En el año 642 Oppila, un noble godo que habitaba en el término actual de Villafranca (Córdoba), cerca del río Guadalquivir, fue enviado a la guerra contra los vascones llevando un cargamento de armas. En una escaramuza quedó aislado de sus compañeros, muriendo en el combate [morte a vasconibus] el día 12-09-642. Sus clientes lograron rescatar su cuerpo y trasladarlo a sus posesiones de la Bética, enterrándolo el 10-10-642 y dedicándole una famosa inscripción [CIL II2/7, 714]. Podemos imaginar que alguien del norte de Córdoba que hubiese ido al norte peninsular a combatir, como la mesnada de Oppila, se trajera una peculiar placa de cinturón, cuya forma nada tenía que ver con las hebillas que llevaban ellos mismos, y que con sus casi 20 cm de longitud resultaba plenamente espectacular. El motivo podría haber sido como recuerdo y muestra inequívoca del viaje o, por qué no, como un trofeo de guerra, como esta placa similar a la del Museo PRASA procedente de Saint-Cosme-en-Vairais, unos 150 km al SW de París:


       Nunca sabremos los motivos para que esté allí, pero sí que en el Museo PRASA del Torrecampo, en el norte de Córdoba, existe un unicum en la toréutica bética: una placa de cinturón de diez botones de tradición aquitana.