En el dolmen de Las Agulillas

jueves, 31 de octubre de 2013

Distintos nombres para los mismos megalitos

     "Fray Martín Sarmiento... explicó cómo el castigo de Babel consistió en que si alguien, pongamos el capataz de la célebre Torre, ordenaba a un peón que puliese un pedrusco, el pobre esclavo se quitaba la sandalia; y si éste pedía el botijo al vecino de andamio, recibía un caldero" (Fernando Lázaro Carreter, El País 07-05-2000). Algo parecido pasa con el megalitismo en los Pedroches, siendo, más o menos, conocido hay una tremenda confusión sobre el mismo derivada, en gran parte, de los diferentes nombres que han recibido los mismos monumentos megalíticos. Esto ha impedido saber, por ejemplo, algo tan simple como cuántos dólmenes han sido descritos por diferentes autores que hayan tratado del asunto. Vamos a repasar someramente quiénes han escrito sobre la cuestión para poner al final una tabla de equivalencias nominales de los sepulcros megalíticos del NE recogidos en diferentes publicaciones.

Ángel Riesgo Ordóñez (1958) - Concepción Marfil Lopera (1997). Le debemos una entrada en este blog a Ángel Riesgo Ordóñez, el auténtico "Padre de la Arqueología" de los Pedroches. En la época de la Dictadura de Primo de Rivera y durante la II República excavó 25 dólmenes y dio cuentas de otros cuatro más. Su casa fue saqueada durante el inicio de la guerra civil, robándole gran parte de los ajuares procedentes de esos dólmenes y destrozando sus notas de campo. Valiéndose de lo conservado y de su memoria reescribió sus libretas en 1958. Tanto estas libretas como lo que se conservó del saqueo está depositado en el Museo Arqueológico de Córdoba (Colección Riesgo). 


       En 1997 Concepción Marfil López publicaba en los Cuadernos del Gallo, editados por el Ayuntamiento de Pozoblanco, su estudio realizado sobre el megalitismo de los Pedroches a partir del análisis de las libretas de campo de Riesgo, siendo merecedora del XIV Premio de Investigación Histórica "Juan Ginés de Sepúlveda". En Aproximación al Calcolítico en el Valle de los Pedroches (Córdoba). Una revisión del fenómeno megalítico de la zona, C. Marfil llevaba a cabo un muy buen análisis de las piezas documentadas en los cuadernos de campo de Riesgo, o conservadas y depositadas en los museos de Córdoba y Madrid, procedentes de las excavaciones de Ángel Riesgo en los Pedroches. 

Manuel Aulló Costilla (1925): Ingeniero agrónomo, fue el jefe de Ángel Riesgo, y quien obtuvo el permiso de la Administración (por Real Orden de 20 de septiembre de 1923) para llevar a cabo excavaciones en el norte de Córdoba, aunque quien las llevaba a cabo, exclusivamente, fue Ángel Riesgo. Cuando éste llevaba cinco dólmenes explorados Manuel Aulló publicó en la revista de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades de 1924-1925 lo que se había ido conociendo sobre la materia hasta ese momento. Esto produjo un inmenso cabreo (no hay palabra que pueda definirlo mejor) en Ángel Riesgo, que se sintió ninguneado, y posteriormente rebatiría al Sr. Aulló la paternidad que quiso usurparme de estas excavaciones que toleré en un principio y no pude soportar luego” (Riesgo, libretas de campo). Esto trajo como consecuencia de que ambos rompieran relaciones y que Aulló recogiera todos los objetos procedentes de megalitos y sepulturas tardoantiguas que poseía Riesgo. Todas estas piezas fueron depositadas posteriormente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, conformando la conocida como Colección Riesgo.
       Cronológicamente, Excavaciones arqueológicas en diversos sitios en las provincias de Segovia y Madrid, de 1925, es la primera publicación en la hay constancia de la presencia del megalitismo en el noreste de Córdoba, y en ocasiones da a los lugares de los yacimientos unos nombres diferentes a como los nomina Riesgo.

Georg y Vera Leiner (1943). Este matrimonio de arqueólogos alemanes dedicó su vida al estudio del megalitismo. Su trabajo, realizado en España en plena posguerra y cuando Europa se descarnaba en la II Guerra Mundial, casi sin financiación, casi se puede calificar de épico (algunos han comparado a los Leisner con los misioneros...) y realizado con pleno rigor científico.

(Croquis de la planta y alzado del sepulcro de corredor de El Atalayón de Navalmaestre. Leisner, 1943.)

       Conocieron los Leisner de la existencia del fenómeno megalítico en los Pedroches por medio de Manuel Aulló, pero dado el alejamiento entre éste y Ángel Riesgo el matrimonio alemán no contó con el apoyo de Riesgo, verdadero conocedor del megalitismo en la zona, lo que sin duda había contribuido a aumentar el número de yacimientos conocidos por los Leisner. Éstos citan a trece dólmenes de los explorados por Riesgo, y otros siete más.
       Por cierto, que Manuel Aulló recomendó al entonces alcalde de Villanueva, don Matías Moreno, que atendiese a los arqueólogos. Tampoco contó el alcalde con Ángel Riesgo, pues ambos estaban también enfrentados desde que don Matías Moreno se adelantase a excavar un sepulcro megalítico de cámara circular (denominados tholoi) descubierto por Ángel Riesgo en el Minguillo. Comenta Riesgo en sus cuadernos de campo: "Este arqueólogo alemán pudo hallar, según referencias, algunas puntas de flecha, pero tampoco logró éste sus deseos a pesar del tiempo invertido en remover con el don Matías por segunda vez las tierras y piedras, demostrando también tal señor que sus ciencias no deben ser muchas y gracias le doy a Dios por ello, porque ambos personajes aún me dejaron un buen ajuar". A ver, comprendo el mosqueo de Riesgo, pero las cosas deben estar en su sitio. G. y V. Leisner eran arqueólogos por formación y vocación, de los que pateaban el campo para levantar un croquis o hacer un calco; su trabajo es de sobra reconocido y sentaron los cimientos para el conocimiento científico del megalitismo en la península. Riesgo era un aficionado, de los buenos, con un "ojo" privilegiado para detectar yacimientos, pero sin la formación académica de los Leiner.

Juan Ocaña Torrejón (1967). Maestro de profesión, también aficionado a la Historia, Cronista local, en 1967 publicó en el Boletín de la Real Academia de Córdoba un artículo titulado "Túmulos de los Pedroches". Como fuente básica empleó los cuadernos de campo de Ángel Riesgo, por lo que figuran los dólmenes que éste descubrió, añadiendo dos más. En cuanto a los nombres no siguió todos los que había dado Riesgo en primera instancia, sino que modificó la denominación de algunos topónimos o adaptó los nombres de los dueños de las fincas a los que se correspondían entonces.
       Juan Ocaña interpretó erróneamente los datos de Riesgo, creyendo que había tres dólmenes en la zona del Minguillo, cuando Ángel Riesgo sólo describe dos. Cuando Concepción Marfil Lopera tomó las libretas de campo de Riesgo se percató de que sólo había dos megalitos en el Minguillo, lo que pude también comprobar personalmente cuando tuve acceso a esos documentos. Pero como el artículo de Ocaña Torrejón fue el único que conocimos durante tiempo (reconozco mi mea culpa), cuando se descubrió otro tholos en la misma zona se le aplicó el nombre de Minguillo IV, por los tres, presuntos, anteriores de Ocaña. En realidad, debería haber sido Minguillo III, pero como es conocido como Minguillo IV, se le mantiene tal nominación      

Rosario Cabrero García (1985): Realizó un ensayo tipológico sobre los distintos sepulcros megalíticos de Andalucía occidental, recogiendo los que había publicado Manuel Aulló en 1925 y los Leisner en 1943. Incluye además otros siete megalitos que no habían sido recogidos por los autores citados arriba.

       En resumen, en diversos artículos publicados en el siglo XX se recogieron un total de 44 sepulcros megalíticos, en ocasiones con distintos nombres para el mismo monumento. En la siguiente tabla se recogen las equivalencias nominales de los sepulcros megalíticos de los Pedroches (en la bibliografía del blog se encuentran las referencias de los distintos artículos):


martes, 22 de octubre de 2013

Célticos en los Pedroches (II). Muy raro.

La arqueología entra en juego.


       Si se pretende tratar sobre etnias celtas, célticas o indoeuropeas lo primero es definir qué se entiende por estos términos. En la primera entrada sobre la cuestión se vio que las lenguas celtas son una rama del gran tronco lingüístico indoeuropeo, ergo las celtas fueron unas lenguas indoeuropeas, pero no todas las lenguas indoeuropeas fueron celtas. Hay que incidir en que son términos diferentes, aunque a veces de forma popular se toman como sinónimos.
       Tras los primeros estudios desde la Lingüística el término "indoeuropeo" se aplicó no sólo a un grupo de lenguas, sino como adjetivo indicador del grupo de pueblos que hablaron estos idiomas. En este sentido, sir Colin Renfrew afirma que no hay una "cultura indoeuropea", pero como de algún modo hay que llamar a las cosas o a las gentes, emplearemos "pueblos indoeuropeos" para referirnos al conjunto de etnias que hablaron lenguas indoeuropeas y que, además, mantuvieron otros vínculos de carácter religioso o social.
       A finales del siglo XIX la arqueología prehistórica se había consolidado como disciplina científica, y "resultó inevitable el estudio minucioso de la evidencia material recuperada de la época prehistórica susceptible de arrojar nueva luz sobre el tema [el origen de las lenguas indoeuropeas]. El primero en hacerlo de forma sistemática fue Gustav Kossinna, cuyo artículo "Respuesta arqueológica a la cuestión indoeuropea" se publicó en 1902... Kossinna fue efectivamente el primero en correlacionar pueblos prehistóricos (y lógicamente sus lenguas) con tipos de cerámica, y a partir de ahí fundó una escuela de pensamiento todavía vigente en la actualidad. El exponente más influyente de este enfoque fue V. Gordon Childe... [quien] definió el término "cultura" en un sentido técnico y arqueológico como un "conjunto constantemente recurrente de artefactos". Luego dio un paso más, un tanto simple, que se halla en la raíz de muchos problemas posteriores, correlacionando la noción de cultura, así definida, con la de 'pueblo'(Renfrew, 1990, 21-22, 176). (La forma de interpretación del registro arqueológico en Majadaiglesia es, como se verá D. m., precisamente la misma que la expuesta arriba, y la causa de estos comentarios en el blog.)
       El alegre optimismo cientifista de los arqueólogos comienzos del siglo XX les hizo suponer que se podría identificar a las distintas culturas o etnias por sus restos materiales (su eslogan podría haber sido "Un pueblo, una olla"). En la actualidad, es una interpretación que ha sido superada: "Hoy vemos que los tipos concretos de cerámica estudiados con tanto esmero y meticulosidad en el pasado no son indicadores fiables y seguros de grupos humanos concretos; las propias vasijas pudieron ser producto del comercio, o de la adopción de una moda, sin implicar cambios de población" (Renfrew, 1990, 12).
       Un grupo étnico es un grupo humano que se reconoce como distinto de otros grupos humanos. Llámese como se llame, pueblo, etnia, cultura, ha tenido muchas definiciones. Se ha extendido mucho la del etnólogo soviético Dradagze a partir de su aparición en el libro de C. Renrew Arqueología y lenguaje: "Un ethnos... puede definirse como un sólido agregado de gentes, históricamente establecidas en un pueblo determinado, y que poseen en común particularidades relativamente estables de lengua y cultura, y que reconocen también su unidad y su diferencia respecto de otras formaciones similares (autoconsciencia) y que lo expresan mediante un nombre autodesignado (etnónimo)" (Renfrew, 1990, 177). Parece que el camino correcto es el que planteó hace tiempo D. Julio Caro Baroja y que posteriormente prosiguió M. Bendala Galán: un estudio interdisciplinar donde se conjugue la arqueología con el análisis de las fuentes literarias y la etnología. Otra disciplina que se está mostrando relevante para el estudio de las poblaciones en el pasado es la genética. Así, se han planteado estudios compaginando Arqueología y lenguaje (Clin Renfrew), o Genes, pueblos y lenguas (Cavalli-Sforza, 2000).
       Mientras que lingüistas y arqueólogos centroeuropeos estudiaban el origen de las lenguas indoeuropeas (y de los pueblos que las hablaron), nacía en el mismo espacio una ideología que nada tenía que ver con la ciencia, aunque decía apoyarse en ella. El literato y diplomático francés conde Joseph Arthur de Gobineau publicó un Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-1855) en la que exponía que los alemanes eran la raza superior, pues descendían directamente de un pueblo mítico, los arios. Para él, la decadencia de la civilización se debió a las mezclas de etnias, que habrían reducido la vitalidad de las razas. (Hoy en día, y desde una perspectiva rigurosamente científica, se arguye algo totalmente opuesto a la idea de Gobineau, la heterosis o vigor híbrido, que describe la mayor fortaleza de diferentes características en los mestizos.)
       A finales del siglo XIX se había extendido "la idea de la superioridad racial de los indoeuropeos. Se asoció en general a la noción de ario rubio y con ojos azules, cuya Urheimat [patria originaria legendaria]  se localizaba invariablemente en alguna parte del norte de Europa" (Renfrew, 1990, 21). Creo que el principal error de los defensores de esta ideología fue el de juzgar y calificar a los grupos humanos por su tecnología (algo muy frecuente en lo que incurren los paleoantropólogos). En la segunda mitad del siglo XIX los países de descendientes de los antiguos germanos eran los más desarrollados industrial e intelectualmente, pero ello no suponía que estuvieran dotados de ninguna superioridad natural. El hijo de un señor keniano, cuya tecnología no es de las más desarrolladas, es hoy en día el hombre más poderoso del país más poderoso del mundo. Cualquier niño tiene el mismo potencial intelectual; lo único que varía es el ambiente, la cultura en la que se desarrolla.
       De este modo, junto al "interés ilustrado por la Europa arcaica que llevó al gran arqueólogo australiano V. Gordon Childe a publicar su libro The Aryans en 1926, surgió una tendencia mucho más proclive a servirse de (y a veces distorsionar) la evidencia histórica para fines políticos. Hitler y el movimiento nacionalsocialista en Alemania explotarían al máximo, en su injustificada reivindicación de una 'raza superior' germánica, la descripción asaz simplista de los orígenes lingüísticos prehistóricos de Europa establecidos por autores como Gustav Kossinna. La mayoría de los arqueólogos de la época quedaron consternados al comprobar que lo que no pasaba de ser unas teorías plausibles sobre lenguas y culturas prehistóricas se convertía en propaganda militar de la superioridad racial y se reducía al absurdo con la destrucción de millones de seres humanos, supuestamente pertenecientes a otras 'razas', en el holocausto. No es extraño, pues, que los arqueólogos hayan eludido un tópico tan emotivo. Childe, después de estos acontecimientos, evitó toda mención a su libro The Aryans, pese a que, en realidad, no contenía evidencia alguna en favor de la falacia de la superioridad racial, e hizo todo lo posible por diferenciar entre lengua y cultura y supuestas clasificaciones raciales" (Renfrew, 1990, 13).
       Durante un tiempo tras la II Guerra Mundial, indoeuropeos, germanos, celtas y célticos quedaron execrados, y ha sido necesario que el tiempo actuase para volver a retomar su estudio con plena normalidad, en lo que único que prima es el conocimiento por sí mismo y se está alejado por completo de cualquier ideología apriorística. Un arqueólogo de renombre, catedrático de la Autónoma de Madrid, Manuel Bendala Galán (2000, 22), afirma: "Apenas hace falta decir, porque no puedo extenderme en desarrollar la idea con la debida atención, que la valoración de este sustrato céltico de la España antigua sufrió los azotes ideológicos de la agitada historia europea de la primera mitad del siglo, con interpretaciones que, al margen de lo estrictamente histórico, tendían puentes o los cortaban a una exaltación de lo indoeuropeo que haría correr ríos de tinta en el papel de la propaganda ideológica y, lo que fue peor, ríos de sangre en los campos de guerra y de depuración que ensombrecen el siglo que ahora termina [XX]. Precisamente, por esta contaminación ideológica ha habido una comprensible cautela a la hora de tratar del celtismo hispano, aparte de cierto hartazgo por las dificultades que entrañaba su determinación étnica y cultural, todo lo cual va quedando prácticamente superado en la renovada oleada de estudios arqueológicos, lingüísticos e históricos de los últimos años".
       La entrada está saliendo muy teórica, como ejercicio para la asignatura de Tendencias historiográficas, pero me parece imprescindible para abordar el problema, pues según la forma en que se analice un asunto histórico se pueden obtener resultados diferentes. Hasta que Hari Sheldon no descubra la Psicohistoria, la Historia no será una ciencia exacta. Aquello que decía don Teodoro Mommsen de que había que contar la historia tal y como ocurrió es muy bonito, pero cada vez más difícil de conseguir.
       Algo muy a tener en cuenta para comprender cómo se ha ido enfocando el estudio de la cuestión indoeuropea es si su difusión fue démica o cultural, en lo que se ha considerado parte de la epistemología de la historiografía del siglo XX. Hasta la II Guerra Mundial todos los cambios culturales en el mismo espacio se explicaban por movimientos de población. Desde las estepas euroasiáticas o desde Anatolia los indoeuropeos habrían irrumpido en Europa; a la península ibérica los celtas habrían llegado en distintas oleadas. Pero en la segunda mitad del siglo XX "la arqueología se ha desmarcado considerablemente de la obra de las generaciones anteriores que intentaban explicar los cambios observados en el registro arqueológico en términos básicamente migracionistas" (Renfrew, 1990, 12). Sobre todo los arqueólogos denominados "procesualistas" lo explican prácticamente todo a partir de algo similar a "la evolución de la propia dinámica interna de los pueblos". O sea, que la gente, mientras menos se moviera de sus casas, mejor.
       El principal argumento para la arqueología procesualista, responsable de esta tendencia es que "si existieron realmente movimientos importantes de poblaciones primitivas... tendrían que verse reflejados en el registro arqueológico y formar parte de la historia que cuentan los arqueólogos" (Renfrew, 1990, 19). Este optimismo me resulta hasta enternecedor, aunque me parece más un acto de fe que la constatación de una realidad. En primer lugar porque lo "científico" es cómo se lleva a cabo la excavación, el análisis de los elementos encontrados o su datación cronológica. Pero la "interpretación" de lo obtenido en la excavación pertenece a cada sujeto que la realice, y sobre el mismo yacimiento distintos especialistas, todos ampliamente reputados, pueden ofrecer opiniones diferentes. Por ejemplo, Cancho Roano, un magnífico yacimiento extremeño de los siglos IV al IV a.C. A. Blanco consideró que era un "altar de ceniza", "un gigantesco quemadero de ofrendas... Para J. Moluquer se trata de un palacio de tipo oriental; para M. Almagro tendría funciones públicas, políticas y administrativas. F. López Pardo piensa en un santuario, lugar de mercado organizado por comerciantes fenicios en la ruta de los metales, o en un palacio-almacén construido por los fenicios para un reyezuelo indígena. S. Celestino y F. J. Jiménez piensan en un palacio santuario" (Blázquez, 2004. 2000-2001). Para los partidarios de las tesis difusionistas, el incendio que destruyó el lugar sería consecuente a las "tensiones sociales internas" del momento; para los migracionistas, este "altar de cenizas" o "de sangre" sería el resultado de invasores que hicieron sal y agua de todo el botín. Un yacimiento no "habla" por sí solo, como parece indicar Renfrew.
       En segundo lugar, porque tenemos ejemplos de movimientos de poblaciones que supusieron cambios radicales de orden social, político y religioso, no quedando constancia en el registro arqueológico. Durante el periodo de setenta a cien años posterior a la conquista de Hispania por los musulmanes no se conocen casi restos materiales que se puedan atribuir a los conquistadores. Como escribe Eduardo Manzano Moreno, “la conquista, entendida como un abrupto suceso, no llega a reflejarse en una primera fase con la nitidez que cabría esperar de la irrupción de unas poblaciones nuevas. No aparecen técnicas novedosas, no existen formas importadas y, en fin, la impresión generalizada es de que existe una continuidad en los materiales datables a lo largo del siglo VIII, que no se ven afectados por las formas que se documentan en Oriente Próximo en este mismo periodo”. En definitiva, hay “un periodo que cubre entre setenta y cien años de un silencio tenso, en el que la conquista apenas si deja huellas, y una súbita eclosión, estrechamente ligada al afianzamiento de la dinastía Omeya” (Manzano, 2006, 125-126). [La única excepción a esta ausencia son las monedas acuñadas en Hispania por los conquistadores desde el primer año de su permanencia.] Si la arqueología es incapaz de revelar un suceso tan importante como la conquista de al-Andalus, que se produjo en un amplio territorio, al menos dos tercios de la península, y en un periodo mucho más reciente que a la etapa prehistórica donde se sitúan los orígenes indoeuropeos, no creo que deba tomarse como una especie de verdad revelada que haya que asumir, sino que hay que ser consciente de sus limitaciones. Del mismo modo, ningún esquema generalista (todo se explica por migraciones, todo se aclara por difusiones culturales) es válido en todos los casos. Es más, ejemplos que conocemos migraciones de pequeños grupos humanos (germanos tras el Imperio romano, sarracenos en Hispania) nos indican que pueden suponer cambios sociales rotundos en donde se asientan, aunque cuantitativamente sean poco significativos respecto al total. Creo que con la expansión de los primeros pueblos que hablaban lenguas indoeuropeas pudo pasar algo así.
       Sin que se sepa exactamente cuándo ni cómo, en algún momento de la Prehistoria reciente, la mayor parte de los pueblos que habitaban la Europa occidental hablaban lenguas indoeuropeas. En la península ibérica ocurrió el mismo proceso, aunque durante la Edad del Hierro se hablaron aquí lenguas no relacionadas con las indoeuropeas, como el ibero o el vasco.

viernes, 11 de octubre de 2013

Ídolos calcolíticos de El Atalayón

"Los ídolos falange de El Atalayón constituyen una muestra de gran interés cultural, por cuanto constatan la presencia en esta comarca de un tipo de ídolo que hasta el momento quedaba circunscrito a áreas muy localizadas del SE y de la desembocadura del Tajo" (J. F. Murillo, 1988, 91).


       El paraje de Los Atalayones (siete kilómetros al sur de Villanueva de Córdoba) recibió este nombre por haber existido en él un conjunto de sepulcros megalíticos, cuyas cubiertas tumulares destacaban como pequeñas atalayas en el paisaje. De estos túmulos sólo se ha conservado el Atalayón de Navalmilano, resaltando en la suave ondulación de la penillanura de los Pedroches, con sus 16 metros de diámetro y 2,20 m de altura. Sin duda que la construcción de la cámara (de 2,20 metros de longitud por 1,80 m de anchura) y su cubrimiento supuso una importante inversión de recursos.

       Fue excavado por Ángel Riego en 1924, y poco después de la guerra fue visitado por el matrimonio alemán Leisner. Del depósito ritual que contenía se conocen varios útiles de sílex, como una punta de flecha de base cóncava y retoque plano; varios fragmentos cerámicos correspondientes a vasos hemiesféricos o globulares cerrados, incluyendo una vasija con carena media. Con estos elementos se encuadra grosso modo en el periodo del Calcolítico Pleno. Dataciones absolutas para yacimientos de los Pedroches, no las hay; ni, por desgracia, se esperan.
       Los objetos simbólicos más relevantes procedentes del dolmen fueron dados a conocer por J. F. Murillo Redondo en 1988. Tuvo conocimiento de que al retirar una gran losa de la cámara encontraron debajo de ellas varios fragmentos cerámicos y varios "huesos grabados", denominados usualmente ídolos falange decorados.

(Fuente: Murillo Redondo, 1988, 88.)

       Están elaborados en hueso, con las falanges de las extremidades de cerdos y ovicápridos, que se decoraron a base de incisiones y abrasiones. Sus medidas oscilan entre 52-36,5 mm de longitud y 28-13 mm de anchura.

Nº 1.- A partir de la falange derecha de un suido. Su decoración consiste en un triángulo invertido inciso relleno de seis puntos. Parece evidente que es una representación del pubis.

Nº 2.- Sobre la falange segunda derecha de un suido. En las dos crestas articulares de la epífisis se labraron dos depresiones circulares rodeadas por incisiones radiales que representan la "divinidad ocular" tan característica de la época. En la parte inferior tres puntos forman un triángulo con el vértice abajo, también en la zona púbica.

Nº 3.- Fabricado con la falange primera de un ovicáprido. Su decoración consiste en dos incisiones horizontales y paralelas en la zona superior de la pieza.

       En el apartado del arte mueble del periodo Calcolítico son abundantes los objetos encontrados en los sepulcros megalíticos (y también en los poblados contemporáneos) con una clara función simbólica, a los que se denominó genéricamente "ídolos neolíticos o calcolíticos". Se realizaron sobre distintos soportes, recibiendo diferentes nombres, como ídolos "placa", "falange", "oculados", "cruciformes", "betilos"... Continuaremos dándole ese nombre, ídolos falange, porque de alguna manera hay que llamar a las cosas; aunque, en realidad, no sabemos qué son; o qué eran. En la imagen de abajo se representan los principales tipos de "ídolos" de los milenios IV y III a.C. del sur peninsular.

(Fuente: Hurtado, 2008, 3.)

       Víctor Hurtado (2008) ha realizado un análisis de tres de los tipos más representativos: placas, oculados y antropomorfos. Los más antiguos serían los ídolos-placa,
(Ídolo placa de Valencina de la Concepción, Sevilla.
http://aprendersociales.blogspot.com.es/2009/07/idolos-placa.html)

datados en el IV milenio a.C. Han aparecido sobre todo en tumbas. Se distribuyen por el suroeste peninsular y su número es muy elevado: unos cuatro mil, aproximadamente. Para algunos autores su decoración característica (triángulos, dameros, chevrons) tendrían una función heráldica, transmitiendo información del linaje al que pertenecía una persona. Su aparición a finales del IV milenio e inicio del III a.C. se ha interpretado como "la necesidad de algunos grupos o individuos en distinguirse en el acceso legítimo al territorio o a los recursos" (Hurtado, 2008, 4).

       Algo más recientes (ya en la segunda mitad del III milenio a.C.) son los "ídolos oculados",

generalmente cilíndricos (aunque también los hay planos). Su característica principal es la representación de los ojos, cejas y tatuaje facial, siendo frecuente que tengan en el reverso líneas en zigzag. Se distribuyen por todo el mediodía peninsular, especialmente en el sur portugués, Extremadura española, Valle del Guadalquivir y Sureste. Están realizados en distintos materiales, caliza, hueso y marfil. Han aparecido mayoritariamente en poblados en el interior de cabañas, alejados pues del contexto funerario que acompaña a las placas. Estilísticamente, se han reconocido diferentes variantes regionales, que se han interpretado como representativos de distintos grupos: "El ídolo oculado aparece nuclearizado en distintas zonas y en cada una de ellas el símbolo de ojos y tatuaje facial se expresa de manera diferente. Este hecho coincide con un momento en que las comunidades se encuentran plenamente asentadas en territorios definidos, con un patrón de implantación articulado en torno a centro de rango superior y en los que se advierten signos de identidad territorial" (Hurtado, 2008, 9).

       El tercer tipo de los estudiados por Víctor Hurtado es el "ídolo antropomorfo",
(Ídolo antropomorfo de Valencina de la Concepción, Sevilla.
http://asociacionlosdolmenes.blogspot.com.es/2010/02/titulo-la-pieza-del-mes-tipo-de.html)

que, como indica su nombre, es una representación escultórica del cuerpo humano (cabeza, tronco y extremidades), aunque hay varios tipos. Para algunos "sería la última manifestación de este proceso de representación simbólica y se relaciona con la aparición de las élites y los primeros indicios claros de jerarquización" (Hurtado, 2008, 9).

       Los ídolos falange de El Atalayón no pertenecen a ninguna de esas tres categorías, aunque dos de ellos, con seguridad, se asemejan a un torso femenino; aunque lo hacen en gran medida aprovechando la propia fisonomía del hueso, mientras que los ídolos antropomorfos fueron esculpidos ex profeso para representar la figura humana.
       En las sepulturas de este tiempo es frecuente que aparezcan falanges de animales, pero sólo puede garantizarse su valor simbólico cuando están decoradas, bien con pintura bien con incisiones. En la Pijotilla (Badajoz) o en Portugal han aparecido falanges decoradas con incisiones horizontales, como el ídolo nº 3 de El Atalayón.
(Ídolo falange procedente del tholos de S. Martinho de Sintra, Portugal.

       Un ejemplar de ídolo falange procedente de los Millares (Almería) realizado sobre un hueso de ungulado, datado en el III milenio a.C., muestra en la parte inferior un triángulo invertido que representa la feminidad, al igual que los ídolos nº 1 y nº 2 de El Atalayón:
(Ídolo falange de Los Millares (Almería).

       Fuera de la península este tipo de arte mueble elaborado sobre las falanges de distintas especies de animales es conocido en el Mediterráneo oriental, aunque en fechas muy anteriores a los peninsulares (milenios IV y III a.C.). En Tepecik-Çiftlik (Anatolia central) aparecieron 33 labrados sobre falanges de caballos y asnos salvajes; el nivel se data hacia el 6400 a.C. Más antiguos, del X-IX milenio a.C., en el periodo precerámico, son los ídolos falange procedentes del yacimiento de Dja'de el Mughara, en el norte de Siria.
(Ídolos falange de Tepecik-Çiftlik (Anatolia central), 6400 a.C.

jueves, 10 de octubre de 2013

"RETERE". Inscripción inédita de los Pedroches

       El museo de Villanueva de Córdoba conserva una inscripción en mármol del siglo VII inédita, aún no ha sido publicada. 
       El camino del Armillat, como es conocido popularmente tras los artículos de Hernández Jiménez y Ocaña Torrejón, o Balat al-'Arus en las fuentes musulmanas, fue durante el Califato de al-Andalus la vía más rápida para comunicar Córdoba con Toledo. Transitaba por la Villanueva de Córdoba, por lo que es muy probable que él fuera el origen de la misma. En lo que fue su trazado por el actual casco urbano apareció la inscripción conmemorativa musulmana del año 1001-1002. Pero acaso el camino no fuera construido íntegramente por la administración califal, sino que, por los documentos arqueológicos que hay en sus inmediaciones, es también muy probable que aprovechara infraestructuras viarias anteriores de la Hispania romana (J. Palomo, 2003). Un buen ejemplo es el cerro del Caramillo, donde apareció el fragmento de mármol del que se trata.
       Este lugar se encuentra a 12,7 km (en línea recta) al sur de Villanueva de Córdoba, y a unos 350 metros del antiguo camino del Armillat. En el cerro homónimo afloran en la superficie abundantes tégulas romanas, algunas fabricadas en barro blanco, en absoluto local. Es un sitio idóneo para poder haber sido un lugar defensivo de los habitantes de la zona. Al pie del cerro, junto al arroyo del Caramillo, son muy visibles las ruinas de antiguas construcciones, denominadas localmente villares. Hace años Juan Cabrera Ruiz (S.T.T.L.) me comentó que al trabajar haciendo un embarcadero de ganado para la finca, al excavar para hacer los cimientos toparon con un fragmento de mosaico de teselas blancas. Doy crédito a esta información, pues Juan Cabrera fue un hombre muy amante de la Historia, autodidacta, y coincidimos muchas tardes en la Biblioteca Municipal, donde iba a leer libros de su afición.
       En algún lugar de esos villares apareció un trozo de mármol con una inscripción que, por las formas de las letras, es de época visigoda:

     
       La familia Torralbo Redondo, propietaria de la finca, depositó generosamente la pieza en el Museo de Historia Local de Villanueva de Córdoba (lo que se expresa manifiestamente por ser verdad, y para evitar que vengan otros a apropiarse de su "paternidad" o "ponerse medallitas" a su cuenta). Se le remitió la fotografía y calco al Maestro de la epigrafía hispana, Armil U. Stylow, quien respondió diciendo que era una inscripción de la época reseñada arriba; que podía leer las letras conservadas del muy fragmentado texto, pero que se le escapaba el contenido general. Hay que incidir que en A. U. Stylow está considerado el mejor especialista en inscripciones latinas de Hispania, aunque, sobre todo, del periodo imperial. Y si él no conoce su significado, pues el que suscribe, menos aún. Por lo que he podido ver en Hispania Epigraphica, aún sigue sin ser conocida en la bibliografía especializada de la materia.

martes, 1 de octubre de 2013

Descanso temporal

Por problemillas sobrevenidos hay que dejar temporalmente la elaboración del blog. Al menos mi deseo es que sea un tiempo pequeño, de dos a tres semanas.